HERBERT MOROTE
aunque no dudo me haya dirigido muchas. Es probable hayan sido interceptadas por el gobierno las que hubiesen llegado al Callao: es sabido que nada respeta, que se vale de las reglas inquisitoriales para encontrar delincuentes. Mi amigo: al despedirme de mi suelo patrio, cuya felicidad es el ídolo de mi corazón, yo vuelvo los ojos al supremo autor del bien de las sociedades, con la firme esperanza de que nos proporcione algún día la libertad verdadera, el dulce imperio de la ley dictada por los mismos pueblos, según plazca a su voluntad. (…) Adiós mi amigo; beba U. si es posible el mejor cáliz, mientras yo me alimento con la copa de la adversidad. De U. afectísimo obsecuente amigo y capellán – X. Luna Pizarro A pesar de que fue ultrajado física y moralmente al momento de su partida, Luna Pizarro debió agradecer a Dios su buena fortuna. Monseñor Lituma, su biógrafo, dice “bien sabía Luna Pizarro que le esperaba el dolor y la afrenta, y entre los áulicos se pedía para él Manila (Filipinas) o la muerte”. Luna Pizarro escapó de la muerte, no así de la deportación. Un regreso y una nueva deportación le esperaba todavía a este sacerdote progresista, que llegó al extremo de proponer la tolerancia religiosa en la primera constitución. 3. EL GRAN HERMANO La utilización de espías en tiempos de guerra, parte indispensable en la estrategia bélica de Bolívar, continuó en tiempos de paz. Nadie se sentía seguro en el Perú. La mejor recomendación era callar, como decía Luna Pizarro. No obstante las ciudades como Lima, Arequipa y Cusco, eran una olla de grillos, corrían rumores de todo tipo. Nadie confiaba en nadie, los delatores estaban al orden del día. Muchos de ellos sólo buscaban congraciarse con el gobierno. El ambiente era un anticipo del Gran Hermano, novela de Orwell. Al frente del aparato de control al ciudadano estaba el ministro Heres y el secretario de Bolívar, José Gabriel Pérez. De allí el dicho de esos tiempos: “Tan malo Heres como Pérez”. Los enemigos naturales de Bolívar eran los líderes peruanos opuestos a su presidencia vitalicia y todo militar que no fuese colombiano o un peruano sumiso. En Lima el Libertador se deshizo de los principales sospechosos gracias a una denuncia de conspiración que nunca fue comprobada, hecha por el capitán ecuatoriano Juan Espinoza. Éste decía que los conspiradores se reunían alternativamente en una casa de Melchormalo y en otra del barrio de los Naranjos. La noche del 27 al 28 de julio de 1826, cuando los peruanos festejaban con cierta aprehensión y recelo el quinto aniversario de la Jura de la Independencia, se ordenó la sorpresiva orden de busca y captura de los generales argentinos Necochea y Correa, y de los coroneles, el francés Raulet y el español Tur, ambos asimi120
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