BOLÍVAR TIRANO
muerte que no me arredra”. Luego lo hicieron subir a un tablado para que todos los asistentes pudiesen ver como lo degradaban. El fiscal ordenó: “quitad ese sombrero con que la nación os permitió cubrir vuestra cabeza delante de las banderas”. Creería su ejecutor que Aristizábal se humillaría, pero no fue así, al contrario, el teniente con potente voz le replicó: “no he desmentido ese honor, pues, siempre he respetado mi pabellón y lo he defendido a costa de mi sangre”. Procedió el fiscal a romper su espada pronunciando unas palabras de rigor, a lo que Aristizábal con furia mal contenida exclamó: “mi espada debería ser rota en el pecho de los enemigos de mi patria y no como castigo de un delito que no he cometido”. Al quitarle la casaca algunos dijeron haber visto llevaba envuelto a su pecho la bandera del Perú, otros dijeron que eran anchos tirantes con los colores patrios. En cualquier caso, el teniente se dirigió al público en voz alta y firme: “no he sido indigno de llevar el uniforme; pues siempre he dejado bien puesto el honor de las armas. Si me veo en este trance es por haber querido librar a mi patria del yugo extranjero. Como peruano, llevo en mi cuerpo hasta el cadalso el pabellón de mi adorada patria; muero con gusto por ella, sintiendo solamente no dejarla libre”. Puesto al frente del pelotón de fusilamiento, increpó al verdugo encargado de amarrarlo, diciéndole: “eres indigno de tocarme porque no soy un bandido ni he cometido ningún delito que merezca ser afrentado por las manos de un verdugo”, y; dirigiéndose al Fiscal continuó: “que venga un soldado de mi cuerpo y cumpla tan penosa comisión”. Ante el gallardo talante del condenado, el fiscal accedió a su pedido. Por mala puntería, nervios, o simplemente por no desear disparar sobre un héroe, de la primera descarga sólo recibió un balazo, fue entonces cuando Aristizábal, con calma imperturbable, les dijo: “tirad a la cabeza, pues sólo me habéis herido en el vientre”. Dice Vargas Ugarte que al caer el valiente, “un grito de dolor y consternación resonó en todos los ámbitos de la plaza”. A la caída de Bolívar, el Congreso Constituyente de 1827 restituyó los grados al teniente fallecido y concedió el sueldo íntegro a su madre, además ordenó que el batallón Callao al pasar revista nombrase al capitán Aristizábal debiendo contestar la tropa: “Murió por la Patria”. 6. EL CASO BERINDOAGA La Plaza de Armas de Lima era el sitio preferido para ejecutar a los enemigos de Bolívar. Antes del teniente Aristizábal, fue ejecutado allí un hombre que había perdido hacía tiempo todo su prestigio y poder, era un fracasado hasta en la vida privada, en suma, el pobre desgraciado no era una amenaza para nadie. Juan de Berindoaga, vizconde de San Donás, limeño, abogado, llegó a ser ministro de Torre Tagle, otro pobre hombre, quizá hasta más desgraciado. Berindoa127
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