BOLÍVAR DICTADOR
niveles que tienen relación con los alimentos, con el transporte, con los animales, con el forraje. Puede decirse sin hipérbole que aquí se advierte la virtud humana de Bolívar, en la cual la atención del detalle en ningún momento lo aleja de la visión de conjunto. El 22 de septiembre de 1823 proclama a la “Virgen Santísima de las Mercedes patrona de las Armas de la República”. En el caso de los “reemplazos peruanos” parece que no fue suficiente la intercesión de la Patrona de la Armas del Perú. Ellos fueron olvidados por todos, Dios incluido. 5.2. VENTA DE PROPIEDADES DE COMUNIDADES INDÍGENAS Y DEL ESTADO En plena campaña por la independencia, Bolívar necesitó, por un lado, proveerse urgentemente de fondos y, por otro, ganarse el apoyo de los indígenas. Estos dos objetivos los quiso lograr con el decreto del 8 de abril de 1824, que sería la primera reforma agraria del país. Mandaba el Libertador que se pusiesen a la venta las tierras del Estado “por una tercera parte menos de su tasación legítima”. Esta desesperada medida fue dolorosa ya que la venta estaba sujeta a una dudosa tasación, que en tiempos de guerra era imposible controlar y menos esperar que fuese justa debido a que los visitadores y tasadores de aquellas tierras pertenecían a la clase pudiente o eran susceptibles de ser corrompidos por ella. Al bajo precio que tasaban a las propiedades, se les debía reducir una tercera parte de su valor para venderlas rápido. Además de los civiles que todavía tenían dinero, hay que recordar que eran militares los que manejaban los fondos, joyas, y valores incautados, tal como lo vimos en su oportunidad. En el mejor de los casos por ignorancia, también es posible que por el desprecio que tenía Bolívar por los indígenas como gente valiosa para el desarrollo del país, el Libertador ordenara que las comunidades indígenas repartiesen las tierras entre sus comuneros y declaren a éstos “propietarios de ellas, para que puedan venderlas o enajenarlas de cualquier modo”. La finalidad no era otra que permitir que los criollos adinerados pudiesen extender sus haciendas comprando por fin tierras a las comunidades indígenas que durante la Colonia estaban prohibidos de vender. Terminada la guerra, ante el desconcierto que causó el reparto y la venta de tierras comunales, Bolívar emite varios decretos y circulares tratando de menguar el impacto y ordena que las ventas no pudieran tener lugar antes de 1850. Dice un historiador de esa época que “El resultado de este monstruoso decreto fue que las tierras del Estado y de comunidad fueron a acrecentar los grandes latifundios acuñados por la república”. Aunque una pequeña parte de las comunidades indígenas sobrevivió al decreto de Bolívar gracias a la cordura de sus miembros, la gran mayoría de los propietarios indígenas vendieron sus tierras y se pusieron a trabajar para los latifundistas en 85
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