Foto: Diego Pavese.
vismo –en que se creía que mediante el saber científico se alcanzaría el dominio absoluto de la naturaleza–, su visión es la del romanticismo: “Aún seguimos marchando valientemente, conquistando la Naturaleza, pero ¡qué cansados y tristes nos estamos volviendo!”, se lamenta. Además del proceso civilizatorio que se imponía a la barbarie en nuestro territorio, por ese tiempo, Europa vivía un acelerado proceso
William Henry Hudson.
de industrialización –lo que se conoce como la Segunda Revolución Industrial–; esto significó que la civilización europea se disociara cada vez más de la naturaleza, hecho que los escritores del romanticismo tardío –como en este caso– lo expresaron con nostalgia, añorando algo así como un paraíso perdido. No hace falta señalar, entonces, que su inclinación por las ciencias no era fruto de una visión positivista,
sino de su amor por las plantas y los animales. Esto explica la apasionada precisión con la que describió los paisajes que adornaron sus cabalgatas por los departamentos del interior: los alrededores a orillas del río Yi; la solitaria pradera levemente ondulada, rica en aves y flores silvestres; la sencillez de las costumbres de los orientales, que toman mate en la cocina, sentados en cráneos de caballo. Más importante que enterarse de las escaramuzas y los breves dramas sentimentales en los que se involucra el protagonista es percibir nuestra tierra a través de los ojos de un extranjero, seguir su ruta por nuestra geografía, aun cuando haya algún topónimo inexacto o ficticio –como cierto lugar de Florida, aledaño a Cuchilla Grande, al que Lamb conoce por el nombre de Cañada de San Paulo–. En esta travesía el lector atestigua el paulatino acriollamiento del personaje y cómo, en esa transformación, este consigue penetrar en la idiosincrasia del pueblo oriental y comprender el valor de la libertad. En este sentido, La tierra purpúrea guarda un interés especial para los uruguayos: el de observar nuestra historia con un distanciamiento que nos permita analizar nuestro presente con mayor lucidez; ver cuánta vigencia hay en los dichos de Hudson/Lamb en el Uruguay del siglo XXI. Por ejemplo, aquel trato interpersonal entre ricos y pobres, que tanto elogiaba en comparación con sociedades más clasistas, como la inglesa, ¿es una virtud que seguimos conservando los uruguayos?, ¿aún tiene validez la famosa frase que dice que aquí “nadie es más que nadie”? Asimismo, el bucolismo del autor es una voz del pasado que nos alerta sobre el futuro y nos recuerda la importancia de preservar la naturaleza y sus recursos ante su inevitable explotación por parte del ser humano. Y si faltara agregarle más atractivo a la lectura, basta decir que entre la variedad de traducciones al español que existen sobresale la de Idea Vilariño, que nos invita a sumergirnos en este libro extrañamente familiar. 37
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