El legado del 11 de septiembre Morris Berman 19
A
lgunos años antes del décimo aniversario del 11 de septiembre, escribí lo siguiente en el prólogo a mi libro Edad oscura americana:
El 11 de septiembre quedó inscrito en nuestra mitología nacional como el día en que Estados Unidos, una nación (supuestamente) decente y bienintencionada, fue atacada por fanáticos enloquecidos empeñados en destruir su estilo de vida. Todo apunta a que así será recordado, al menos por los ciudadanos estadounidenses. Definitivamente no se convertirá en el día en que empezamos a reflexionar sobre nuestro fanatismo, sobre cómo vivimos nosotros y sobre cómo hemos tratado históricamente a los pueblos del Tercer Mundo. De hecho, es improbable que en algún momento llegue un día de introspección. En resumen, alimentará a la propia ceguera que lo produjo y que nos está haciendo pedazos. Cualquiera que sea el resultado de la guerra contra el terrorismo, o de la guerra del terrorismo contra nosotros, puede que los atacantes hayan conseguido acelerar la trayectoria descendente en la que ya nos encontrábamos.
Esta predicción se comprobó en el décimo aniversario del 11 de septiembre, y lo mismo sucederá con el vigésimo. Ello porque Estados Unidos se encuentra determinado por una serie de programas subconscientes, que determinan su reacción ante cualquier acontecimiento: como si fuera un reflejo, podríamos decir. Uno de dichos programas establece que cualquier suceso negativo que aqueje a los Estados Unidos es por definición maligno, y proviene del exterior. (Jimmy Carter fue el único presidente de la posguerra que cuestionó esta fórmula, y como resultado perdió la elección después de un solo
periodo como presidente). Lo «maligno» jamás es visto como algo generado por Estados Unidos. Casi todos los estadounidenses siguen el guion de «Lo interior es bueno/Lo exterior es malo». De manera que cuando el pastor de Barack Obama, el reverendo Jeremiah Wright, afirmó que «cuando se aterroriza a una nación, en algún momento te aterrorizarán de vuelta», Obama lo dejó caer como a una papa caliente. Si un político quiere ser electo, no debe mencionar que nos ha salido el tiro por la culata, sin importar lo obvio que sea.
*** La destrucción de Irak en 2003, como pretendida venganza por el 11 de septiembre (casi todos los atacantes provenían de Arabia Saudita, y Saddam Hussein no tuvo nada que ver con el ataque), no tuvo ningún sentido; para el caso, podríamos haberle declarado la guerra a Venezuela. De hecho, Osama bin Laden conocía a Estados Unidos mejor que los ciudadanos de nuestro país, incluido Bush hijo. Comprendió a la perfección que la reacción sería violenta, emocional y autodestructiva, y