REPORTAJE // Juan Ignacio Goitia Arbe
Juan Ignacio Goitia Arbe Paisajista de las emociones de Gea
L
a diosa de la Pintura llamó en dos ocasiones a la puerta de Juan Ignacio Goitia Arbe (1942). La primera en su juventud antes de cumplir los 20 años. La segunda lo hizo tras siete años de parón artístico y vital. Este santanderino supo dejar a tiempo la ciudad décadas antes de la pandemia del Coronavirus. Vendió su espacio urbanita y con su mujer Ana María Ruiz Otero se afincaron en Somo, Ribamontán al Mar en una parcela de 3.400 metros cuadrados de los padres de Ana María, donde el matrimonio instaló su nido. Ejecutadas las obras de la casa, ambos acondicionaron su vivienda para ellos y sus dos hijos Marcos y Rafael. Los críticos de Arte consideran a Goitia uno de los mejores paisajistas vivos de Cantabria. Destacan su maestría en captar la atmósfera de nuestras marinas tanto los nublados de los actuales veroños, como los desbordantes de luz estival. Entre los entendidos, sus galeristas coinciden en destacar especialmente el espectáculo marino y dentro de éste los incontables matices y reflejos espejeantes que sabe dar a la bahía de Santander al reflejar los edificios sobre el vidrio acuoso movido por las dos pleamares y otras tantas bajamares diarias. En los escasos quince kilómetros cuadrados que aún le quedan a la citada bahía y que la intensidad de los rellenos antrópicos de las actividades industriales están dejando en simple rada, el ojo del pintor se deleita mientras los trazos de óleo impregnan el lienzo o la tabla en la que Goitia proyecta sus emo-
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Vivir en Cantabria
ciones, según las sensaciones que percibe su mano derecha con la que sujeta los pinceles.
GALIZANO, LA COSTA MÁS BELLA DE CANTABRIA Para Goitia Arbe la costa de la histórica Trasmiera que le enamoró a primera vista, fue la ría de Galizano. Por su exuberancia cromática dependiendo de la hora del día, la tranquilidad de la ría mientras sus aguas dulces se dirigen hacia las dos cópulas fijadas por las dos pleamares diarias. A ella acude, nos dice el pintor, para que sus ojos se extasíen de luces y sombras, de arena y agua, de abruptos acantilados de arenisca dorada, caliza blanca y marga gris. Allí, donde las hojas del Libro de Geología no solo muestran sus colores, sino que contie-