en ligera contrapicada que permite reconocer el valor de la vejez como el lugar de la presencia en donde las herencias culturales se conservan y se transmiten. Son testimonio de las vivencias de las comunidades y sus costumbres en las décadas de los setenta para Los que viven en la arena y también los ochenta en el caso de Juchitán de las mujeres. Los intercambios culturales quedan plasmados en sus icónicas imágenes, basta pensar en la grabadora que sostiene frente al desierto la Mujer ángel y las formas de referirse a Nuestra Señora de las Iguanas como la medusa juchiteca. La complicidad y el respeto a las costumbres permiten que la fotógrafa interprete y capture los testimonios de las culturas. Como afirmó Marta Dahó, el vínculo creado es su forma de compartir el acto fotográfico, “cada foto es el registro de un encuentro y una experiencia compartida”3. La anécdota que acompaña la fotografía de las Cholas con héroes de la serie de White Fence hace evidente este acto y recuerda también las diversas configuraciones de la identidad mexicana-estadounidense: el mural de los héroes de la patria entendido por ellas como mariachis.
Graciela Iturbide, Conversación, Después del rapto, Juchitán
Las cholas quisieron posar frente a los íconos culturales que les remiten a su herencia mexicana vivida en el este de Los Ángeles a finales de los años ochenta. Para Graciela Iturbide la fotografía también fue como terapia para enfrentar los miedos y, sobre todo, la pérdida de su hija pequeña. La vida le presentó la muerte e Iturbide decidió registrar el ritual del velorio de los angelitos (ceremonia fúnebre tradicional hispanoamericana dedicada a los niños que mueren) a lo largo del país. Este proceso de duelo dio pie a una de sus series fotográficas más conocidas. Después de acompañar a una familia en el cementerio de Dolores Hidalgo, Guanajuato, para enterrar a su angelito, la muerte se le presentó en un cadáver picoteado por los pájaros y le dijo “hasta aquí, Graciela”, según cuenta la fotógrafa cada vez que narra esta anécdota. Miró al cielo y una parvada de pájaros sobrevoló su mirada y quizás también, liberó su corazón. Los pájaros de la muerte pasaron a ser los pájaros del vuelo de la vida. En una entrevista que podemos leer en La Semana de Bellas Artes, Graciela Iturbide, reflexionó en torno a la potencia de las fotografías entre la realidad y su percepción: “La fotografía tiene el poder mágico de transformar la realidad, o es que el estado de ánimo en que te encuentras te hace elegir imágenes que satisfagan tu espíritu”4. Los autorretratos son ese lugar en donde su estado de ánimo busca acariciar su alma y calmar la angustia, como en ¿Ojos para volar?, con un pájaro vivo y uno muerto colocados ante sus ojos, lanzó la pregunta incómoda para digerir una crisis personal que la hizo dudar si debía seguir o no su práctica fotográfica. La reflexión es constante en el día a día de la fotógrafa. Su intuición es la que guía el camino. Los sueños, reconoció en una entrevista con Fabianne Bradu, “siempre han sido parte muy importante en mi trabajo”5.
Graciela Iturbide, Cholas con héroes, 1986
De sus viajes y recorridos, con el paso de los años, Graciela Iturbide ha girado su mirada hacia los objetos, rincones y huellas que nos conducen por la abstracción y exigen “nuestro
Marta Dahó, “Fotografías en cuanto espacio público” Revista de Estudios Globales y Arte Contemporáneo, vol.3 num.1, (2005), 233 Graciela Iturbide en entrevista con Ch. Zárate y E. Pérez Cruz en “La sembradora de imágenes. Graciela Iturbide” La Semana de Bellas Artes, num. 120, 19 de marzo de 1980, pp.8-9 Fabienne Bradu, Eyes to fly With Graciela Iturbide. Portraits, Self-Portraits, and Other Photographs, 2006.
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