Foto: Voladores de papantla / FreeImages.com
Mujeres e infancias ¡a volar! Texto: Sofía Neri Fajardo* La vida transcurre entre caídas y ascensos alternados. Caer, por lo general, se asocia con el fracaso o la llegada del fin, en contraste con la ascensión, idea percibida como inicio, trascendencia o conocimiento; sin embargo, cuando ambas acciones operan juntas, surge una lógica complementaria llamada renovación. Una manifestación del México prehispánico es ejemplo de ello: la Ceremonia ritual de los voladores, declarada en el 2009 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en el 2009, como parte de las herencias culturales inmateriales, es decir, de las “tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros ancestros y transmitidas a nuestros descendentes”, como se señala en la página web de dicha organización, en su apartado sobre el tema. Las prácticas rituales tienden a percibirse íntegras, sin posibilidad de modificación. Sin embargo, su inmaterialidad las hace actos abiertos, incompletos y, por tanto, perfectibles, con la plasticidad necesaria para adaptarse a los cambios que los tiempos reclaman. Tal es el caso de la también conocida como danza de los voladores, cuyo origen se data alrededor del 600 a.C. Desarrollada sobre todo en el área huasteca de la Sierra Norte de Puebla y el Totonacapan veracruzano, hoy continúa practicándose en diversas áreas del país, sobre todo en el altiplano central e incluso en Centroamérica.
Esta ceremonia se ha transmitido de generación en generación por medio de la tradición oral, a través de ritos y expresiones artísticas, absorbida como actividad sincrética entre lo prehispánico y lo colonial. Su continuidad depende del uso social sostenido por sus protagonistas, quienes han mantenido su significado existencial y de cohesión comunitaria, ya que —a diferencia de los bienes muebles e inmuebles, cuya preservación es “restaurable” por medio de esfuerzos técnicos, concretos, tangibles— el frágil legado cultural de las herencias intangibles depende de voluntades dispuestas a crear conocimiento en torno a ello por medio de la documentación, la difusión y la apreciación sistemática de dicho bagaje; es así que, aunque enmarcadas dentro de sus propias regulaciones internas, las variantes regionales y simbólicas de cada grupo han pervivido de acuerdo con sus idiosincrasias locales. Por su parte, la propia UNESCO editó y revisó en 2008 el expediente técnico de este ritual conformado por quienes lo postularon, que, aunque no exhaustivo, sí incorporó un amplio desglose del fenómeno, con información sobre la leyenda que le da sentido, las relaciones de miembros practicantes involucrados, los marcos jurídicos, las zonas donde se celebra, los proyectos de organización en asociaciones y consejos, en un intento por documentar y sistematizar ciertas directrices.