La ceremonia de los voladores está compuesta por elementos religiosos, míticos y lúdicos asociados a la fertilidad y la permanencia, nutridos de la suma de tradiciones enriquecidas con sus distintos orígenes. Este performance ancestral, se ideó en esencia para pedir a los dioses el favor de la lluvia y recibir buena cosecha a través de una narrativa simbólica cuya capacidad envidiaría el storytelling contemporáneo. En general, se integra por tres fases: el ascenso, la danza propiciatoria y el descenso. Inicia con la elección del poste, un tronco que, en general, va de los 20 a los 40 metros, proveniente de un árbol de madera dura. El corte, traslado y levantamiento del palo en el sitio ceremonial conlleva una amplia participación de la comunidad e implica ofrendar un ave de granja y una bebida alcohólica en el terreno despojado del árbol como señal de perdón, a manera de tributo. El fuste se prepara con peldaños hechos de lazadas de cuerda o trozos de madera clavada para el ascenso. En su parte superior se ensarta un tecomate o tambor del cual pende un bastidor: ambos elementos funcionan, respectivamente, como base donde bailará el caporal en la parte central y más alta del palo, y como soporte desde el cual, atados y sostenidos de los pies, la cintura y las ingles, se lanzarán los voladores. La danza se compone de cinco participantes: un capitán o caporal y cuatro voladores. La altura está pensada para que en el descenso puedan cumplirse 13 vueltas que, multiplicadas por 4, dan 52; dicha numeralia se asocia con los simbolismos de la cosmogonía prehispánica (cuatro puntos cardinales, cuatro estaciones, trece niveles celestes, cincuenta y dos, ciclo calendárico). La vestimenta es también un repertorio simbólico que varía según la región pero que en general incluye elementos asociados a la naturaleza (en sus orígenes era un disfraz plumario que emulaba un ave, que posteriormente se transfiguró en el traje contemporáneo): un penacho o tocado; flores; adornos en medio círculo a manera de pechera y delantal; camisa blanca y pantalón rojo; flequillos; listones de colores; espejos. Todo ello, respectivamente, es representación del arcoíris, la flora, el sol, la luna y sus fases, la pureza, la sangresacrificio-vida, la lluvia, las estrellas. En suma, una alegoría de la humanidad y su entorno.
esta danza se ha adaptado a las necesidades, gustos y conquistas contemporáneas, dando cabida a dichos grupos, quienes pueden ya aprender la disciplina sagrada en escuelas o por medio de la enseñanza directa de parientes. Por su parte, las primeras mujeres jóvenes voladoras, asimismo instruidas por tíos o padres, han añadido a sus actividades cotidianas la práctica del vuelo ritual, el cual se lleva a cabo ya sea en fechas ligadas a las fiestas patronales de cada localidad, o a manera de espectáculo en puntos turísticos. Aunque todavía existen miembros de las comunidades reacios a dicho cambio (en general los de mayor edad, ligados a la usanza más añeja), la mayoría lo ha aceptado, con la propia evidencia de la práctica. El aporte ha fortalecido los lazos comunitarios —diversos en sí mismos— al conquistar un territorio más de inclusión, el del ritual, que pese a estar infiltrado por el dogma, pone en evidencia lo favorable que resulta para el entramado social siempre que muestra flexibilidad. Con ello, el beneficio derivado es combatir la estigmatización de grupos vulnerables y, por ende, visibilizarlos. Por otro lado, un culto dedicado al origen y preservación de la vida como parte de una visión específica de la realidad, se transforma, profundiza su significado y adquiere mayor coherencia al incorporar en su concepción —por medio de una conquista gradual, pacífica y de sentido común de quienes son ahora también protagonistas— elementos sin los que sencillamente el ciclo del ser no sería posible: mujeres e infancias, quienes finalmente dan lógica a la energía que mueve una de las ceremonias que simbolizan con mayor plasticidad escénica la continuidad, el sentido existencial y el orgullo de pertenencia. Así que ¡a volar!
La acción, que comienza desde el corte del palo, continúa con la subida de los participantes, su posterior acomodo (el caporal, invocador de los dioses y del ritmo de la ceremonia, se posa al centro, hasta arriba, mientras danza sobre el tecomate o plataforma; los voladores, antes de arrojarse, yacen sobre el bastidor que circunda a ésta) y la caída en círculos, de cabeza y con el cuerpo en brazos abiertos formando una cruz. El ritual se acompaña con flautillas y pequeños tambores, y la melodía dura hasta que los participantes tocan tierra. En lo esencial las formas escénico-rituales y la intencionalidad original del ceremonial han permanecido. Sin embargo, en el siglo XXI se presentó uno de los cambios más significativos que transformó y añadió mayor sentido a un culto en origen exclusivo de la masculinidad: la participación de mujeres e infancias. Hoy en día, vía el sentido común,
*Historiadora del arte, ha sido gestora, investigadora, curadora y coordinadora de exposiciones en museos del INBAL y de manera independiente. Ha realizado periodismo cultural, edición e investigación de textos de catálogo y de divulgación.