Entre archivos personales, afectos y genealogías Texto y fotos: Yuruen Lerma Mayer*
Invitar a la memoria es volverse a romper, una y otra vez, para recoger todos los fragmentos y tejer una historia. Volverse a romper es, simplemente, mirarse en miles de facetas. Lía García
A mediados del 2014, sin saberlo ni imaginarlo, mi vida dio un giro de 180 grados cuando me encontré –¿o me encontró?– el archivo personal de Beatrice Harriet Mayer Nordwald, mi tía abuela. Ese año, tras tomar las riendas de la vida de mi Opapa –como llamaba a mi abuelo materno Leonardo Mayer, quien a sus más de 90 años ya tenía un nivel avanzado de senilidad–, mi madre y yo nos dedicamos, entre otras cosas, a organizar sus espacios cotidianos y laborales. El giro sucedió un buen día cuando, al estar en su oficina, nos encontramos con dos cajas nombradas “Trixie” –como le decían a su hermana mayor– que contenían cientos de documentos como cartas, postales, telegramas, fotografías, etc. de principios de los años cuarenta cuando ella, de 23 años, y él, de 19, se incorporaron a las Fuerzas Armadas Reales británicas para luchar en la Segunda Guerra Mundial (SGM).
En la foto: Beatrice Harriet Mayer Nordwald (Trixie)
Mi madre –Mónica Mayer, artista visual feminista quien ha trabajado con archivos gran parte de su vida profesional– y yo –psicóloga feminista que nunca había trabajado con éstos– nos volteamos a ver y, con una mirada de complicidad, supimos la joya que estaba en nuestras manos. Dejamos de lado lo que hacíamos y, como dos niñas cuando encuentran un tesoro, comenzamos a hurgar entre esas huellas del pasado. La primera carta que leí estaba fechada en agosto de 1946 y fue enviada desde Chicago. Se la escribió Trixie a Leonardo después de cuatro años de servicio en el Reino Unido describiendo, entre otras cosas, su sentir respecto al inminente retorno a casa de sus padres. Entonces, leí la frase que dio inicio a mi nuevo andar: “ojalá la guerra no hubiera terminado”. Se la dije a mi madre. Nos quedamos atónitas. Quisimos saber más. Fui con mi abuelo y se la recité para ver si esas palabras detonaban algo en él: tal vez me explicaría por qué Trixie escribió tal frase o tal vez, finalmente, me contaría sobre sus propias experiencias durante la SGM, las cuales siempre calló. O a lo mejor, por tan sólo un momento, podría recuperar a mi abuelo quien, día con día, se hundía más en una profunda oscuridad. Sin embargo, su mirada, constante y extraviada, sólo se dirigió a la ventana y no dijo nada. No pude saber qué sintió, qué pensó o qué recordó –si es que lo hizo. Pero, lo que sí sé es que dicha declaración despertó
en mí un interés por conocer sobre sus pasados; en especial, el de Trixie que fue quien produjo esos documentos íntimos durante uno de los periodos más importantes de su vida y de la historia moderna, y que eran completamente desconocidos, incluso para la familia. Además, para mí, este camino era una oportunidad para conocerla prácticamente por primera vez, pues no tengo recuerdos de ella ya que falleció en 1987 cuando yo tenía apenas 2 años. En su momento, reconocí que en mi trayectoria profesional existía un vacío sobre las temáticas, contextos y disciplinas necesarias para aproximarme a este archivo por lo que en 2018 decidí entrar al recientemente inaugurado Doctorado en Estudios Feministas de la UAM-Xochimilco, considerándolo como un excelente espacio para desarrollar la investigación.