CUENTO
Descalza en la acera Montserrat Riquelme
E
ra el fin del día y en lo único que
tiendas. A la distancia se oían carros,
pude pensar fue en la maravillo-
pero nada a menos de cinco kilóme-
sa libertad. Salí de la oficina sin saber
tros de mí, excepto el desesperante
a dónde ir y me quedé parado en
sonido de las luces de la tienda de
la banqueta contemplando las op-
Tiffany’s ubicada frente a mí con un
ciones que tenía; a los pocos minu-
cartel de tamaño ridículo que decía:
tos me cansé y, con un movimiento
“Di sí a la eternidad” junto a un ani-
torpe pero brusco, me senté sin la
llo de compromiso. Solté un grito y
menor preocupación de arrugar mi
luego regresó el silencio. En esa ban-
traje. La calle estaba vacía, como era
queta me quedé pensando en que lo
de esperarse un viernes a la una de
único que deseaba hacer era gritar a
la mañana en una zona de oficinas y
todo pulmón la tontería recién leída, 41