Documentos N.º 2
El hombre Unidad y variación
Celedonio García-Pozuelo Ramos
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Índice Introducción .......... 5
Capítulo I. El límite de lo humano I. Esqueleto poscraneal. Bipedismo .......... 7
Capítulo II. El límite de lo humano II. El cráneo. La importancia de la morfología .......... 10 El cráneo durante el desarrollo 12 Deformaciones artificiales y patológicas del cráneo 13 El volumen y la complejidad del cerebro .......... 15 Genes, ambiente y morfología .......... 17
Capítulo III. El límite de lo humano III. El lenguaje .......... 21
Capítulo IV. Los neandertales .......... 25
Capítulo V. Especies y hombres .......... 27 La especie .......... 27 Variabilidad .......... 28 Un proceso de mestizaje .......... 31 Hombres prehistóricos y actuales .......... 34 Capítulo VI. El hombre en las eras geológica .......... 36 Historias de gigantes .......... 36 Leakey y sus hombres prehistóricos .......... 37 De hombres y dinosaurios .......... 39 Capítulo VII. Aspectos culturales de la prehistoria .......... 40
Apéndice I. Concepto de especie .......... 43 Apéndice II. Homo habilis .......... 45 Apéndice III. Las razas humanas .......... 47
Referencias .......... 50
Introducción La interpretación de los restos de fósiles humanos forma parte de la paleoantropología, ciencia que se nutre de un número escaso de especímenes, que además son muchas veces fragmentarios. A pesar de este pequeño número de objetos de estudio, la cantidad de investigadores que se mueve a su alrededor es muy grande. Pocas ciencias, si es que hay alguna otra, son tan peculiares. Nosotros vamos a aportar nuestro punto de vista sobre la base observable existente, y la poca experimental que se puede aportar. Es una visión que surge de un apriorismo: la fe en una creación especial por parte de Dios. No creemos que esto suponga un lastre particularmente pesado a la hora de interpretar los datos objetivos. Los sucesos evolutivos observados experimentalmente o por su espontaneidad forman parte de una microevolución que asumimos prácticamente en todos los términos expuestos por el evolucionista. Pero creemos, sin temor a faltar a la verdad, que no podemos extrapolar estos sucesos, mínimos, para explicar la aparición de taxones superiores a la especie, quizá en algunos casos al género, tal y como son reconocidos generalmente. Nada de aparición de anfibios a partir de peces o aparición de hombres a partir de monos. Es decir, no somos fijistas, creemos en la plasticidad de los seres vivos, pero no compartimos la interpretación que se hace del registro fósil, que es la base de la idea de macroevolución. La variación humana la seguiremos a partir de un suceso fundamental de la historia de la tierra: el diluvio universal. Anterior a este evento existieron hombres que debieron poseer características que los hacían superiores, a nosotros física e intelectualmente, aunque no encontramos restos lo suficientemente incontrovertibles de ellos. Quizá porque no llegaron a ser una población muy abundante y que, además, sufrió en su totalidad los efectos del catastrófico diluvio. Los restos humanos que se han encontrado los consideramos posteriores a este singular suceso junto con la mayor parte de investigadores creacionistas, a los cuales nos remitimos para las explicaciones pertinentes a este respecto.116 Tras el diluvio, el hombre se dispersó y, teniendo en cuenta la variación que sufrió, no parece descabellado suponer que los diferentes ambientes con los que se encontró, y sus diferentes aptitudes psíquicas ante la vida, modelaron su estructura hasta convertir al hombre en uno de los seres que más han variado. Pero no por poseer características físicas especiales; más bien parece que se deba a las características mentales, únicas entre los seres creados en este mundo, y que nos ha llevado a la colonización de muchos de los hábitats terrestres. Quizá con el aumento de la densidad de población se conectaron diferentes grupos poblacionales, homogeneizándose la morfología hasta quedar en las suaves diferencias que se aprecian en las etnias existentes actualmente. La etnia erectus ha sido la más divergente en su morfología, respecto del hombre actual, y aunque se ha achacado a un proceso degenerativo, no estamos seguros de ello, si bien es cierto que no podemos ni debemos descartarlo, puesto que casos de degeneración son abundantes en la naturaleza. Sea degeneración o no, sí es un caso de variación, y sólo como tal lo estudiaremos. -5-
Los australopitecinos los trataremos como un tipo de monos extintos, pero con caracteres propios, que los hacen diferentes de monos actuales y hombres. Aun cuando en el texto hablemos de sus diferentes caracteres como similares a los humanos o a los monos, fueron seres con particularidades exclusivas que los hacen diferentes de los que hoy pueblan la tierra y con los que, en otro tiempo, la compartieron. Así, la cadera de los australopitecinos no tiene paralelo con la de seres que vivan hoy, es exclusiva, aunque establezcamos las imprescindibles comparaciones. Lo mismo ocurre con la parte distal del húmero, componente del codo que presenta características exclusivas, al igual que el extraordinario grosor del esmalte dental en Australopithecus boisei. En cualquier caso, será inevitable que la exposición esté impregnada por educación, vivencias o sentimientos. Pero esto es lo normal en toda actividad humana, también en la ciencia. Aunque esto no suele trascender al público, resulta ser muy real, lo más real. «El registro fósil, por otra parte, es bellacamente inconsistente, pues un montón de huesos conservados podría no representar a la mayoría de organismos que no dejaron vestigio. Los fósiles no admiten, por principio, una interpretación objetiva; los caracteres físicos por los que son clasificados reflejan necesariamente los modelos que los paleontólogos quieren probar.» (A. C. WILSON y K. L. CANN. «Origen africano reciente de los humanos». Investigación y Ciencia. Junio 1992, pp. 8-13).
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Capítulo I. El límite de lo humano I Esqueleto poscraneal. Bipedismo La capacidad de marcha erguida es exclusivamente humana, al menos, actualmente. Se ha estudiado sobre restos de australopitecinos si éstos podían andar como lo hacemos nosotros, con la misma eficacia, pero los resultados no son unánimes. La postura erecta del hombre es de gran eficacia si la comparamos con el cuadrupedismo de un perro. Si éste se encuentra apoyado sobre sus cuatro patas consume más oxígeno, relativamente, que un hombre apoyado en sus dos pies. En el chimpancé que adopta una postura erecta forzada se tienen que activar más músculos para mantener esta posición que en un humano.1 Las diferentes posibilidades para el mantenimiento bípedo dependen de la forma de los huesos, y las consecuentes disposiciones musculares y proporciones entre los diferentes miembros del cuerpo. Según la interpretación sobre los restos hasta ahora encontrados, los australopitecinos poseían una relación de tamaños entre miembro superior e inferior distinta de la que existe en el ser humano, con un mayor tamaño relativo del superior sobre el inferior, siendo más evidente en Australopithecus afarensis, del que existen individuos muy completos, como es el caso de la hembra Lucy.1 Generalmente se acepta que los australopitecinos podían andar derechos, de un modo intermedio a como lo hacen el hombre y los póngidos.2,3,4,5 Las pruebas se han encontrado, sobre todo, en el estudio de Lucy, técnicamente A.L. 288-1, procedente de Afar, Etiopía, del cual se conserva, excepcionalmente, el 40%. Siendo escasos y fragmentarios los restos de estos animales y los craneanos los más importantes por su abundancia y conservación, Lucy ha ofrecido una oportunidad única para el estudio de un esqueleto poscraneal bastante completo, aunque eso sí, fragmentado y necesitado de una reconstrucción no siempre unánime.3 El tórax de Lucy debió de tener forma de embudo, típica de los monos, y sin parecido con la forma de tonel propia del hombre. También las costillas son más simiescas,1 así como el hombro en el cual la cavidad glenoidea del omóplato, que articula con el húmero, está girada hacia arriba respecto de la humana, de modo similar a la articulación de un trepador. El codo es muy parecido al del chimpancé y el gibón, tanto en Lucy como en otros australopitecinos.1,3,5 Las falanges de los dedos se curvan de un modo propio de la vida arbórea, hasta el punto de que ciertas capacidades de manipulación fina, por parte de la mano, debieron ser toscas.2.3.4 Las falanges de la mano, pertenecientes a O.H. 7, considerado como tipo Homo habilis (véase apéndice), aunque hay quienes piensan que se trata de un australopitecino,6 presentan profundas marcas de inserción del músculo flexor digital superficial, de modo similar a los antropoides. En estos últimos, este músculo se activa especialmente durante la trepa, no así en su estancia cuadrúpeda en el suelo.7 En el caso de Australopithecus robustus parece que los restos de la mano poseen una morfología más próxima a la humana, pero en general, lo que hemos dicho de Lucy se puede generalizar al resto de australopitecinos.1 En las extremidades inferiores de Lucy también se observa la mayor posibilidad de movimiento lateral de la rodilla, y un mayor tamaño relativo del pie respecto del hombre. Es quizá en la pelvis donde más rasgos propios del bipedismo se encuentran,8 pero no todos los investigadores interpretan los datos del mismo modo.3,4 Se trata de una pelvis baja y ancha, muy humana, pero también presenta un ilion plano, sin el giro de 45º que encontramos en el ilion humano, y que da a nuestra pelvis una tendencia a formar una cuenca esférica. El acetábulo, que articula la pelvis con el fémur, es más simiesco en Australopithecus afarensis que en Australopithecus africanus.1 En el chimpancé hay un alineamiento del fémur con la pa-7-
reja tibia-peroné que en el hombre aparece formando un ángulo que determina el que las piernas no caigan verticalmente desde el acetábulo, sino que, al quedar oblicuo al fémur, las rodillas queden prácticamente juntas, como los pies. Esta característica también se observa en Lucy y otros australopitecinos,1 siendo interpretada en ocasiones como una morfología que favorecería la marcha bípeda, debido a que al plantar el pie, éste queda justo en la vertical del centro de masas y no se pierde el equilibrio al andar, evitándose el balanceo hacia los lados que es tan típico del bipedismo de los monos. Sin embargo, el orangután y el mono araña son animales de vida arbórea, muy pobremente capaces de marcha bípeda y también presentan una morfología próxima a la humana de la extremidad inferior.4,5 Recientemente se ha comunicado la existencia de restos que en principio se atribuyeron a una nueva especie Australopithecus ramidus213 y que posteriormente se ha denominado Ardipithecus ramidus.214 Los escasos restos encontrados, tanto poscraneales como craneales, exigen esperar a un estudio más detallado para obtener conclusiones más definitivas, pero de momento se le ha señalado como predecesor de A. afarensis,215 aunque hay quien ha destacado las características puramente simiescas,216 con posterioridad se han encontrado restos en Kenia que han sido descritos como Australopithecus anamensis.217 Los escasos restos mandibulares, maxilares y una tibia hacen prematuro pronunciarse al respecto, pero el equipo que lo ha descrito lo considera precursor de A. afarensis y especie hermana de Ardipithecus ramidus.217 Su dentición parece poseer características propias de los póngidos,218 y de la tibia se ha dicho que es propia de un ser bípedo. Creemos que hay que esperar a una descripción más detallada para elaborar conclusiones más sólidas. De los huesos del pie, como de la mayoría de huesos hallados de australopitecinos, podemos decir que presentan un mosaico de características de simio y humanas. En 1978 se encontraron unas huellas fósiles en Laetoli, Tanzania, con características propias de las humanas.9 Han sido datadas por la metodología estándar en más de tres millones y medio de años, y han sido atribuidas por algunos investigadores a australopitecinos,10,11 pero tienen tal parecido con las de un hombre actual, que otros dudan de que hayan sido hechas por éstos.3,4 Russel Tuttle piensa que con los restos hallados no se pueden explicar unas huellas tan humanas,2 y lo mismo opina Mary Leakey.12 En estas huellas se aprecia un puente plantar similar al de un ser humano. El descanso del cuerpo sobre el talón, y la disposición paralela y conjunta del pulgar del pie con el resto de los dedos, además de que la disposición de una huella respecto de otra es muy similar a la que marca una marcha humana, constituyen el centro de las diferencias de opinión. Así, Yves Coppens, entre otros,3,4 prefiere hablar de un Homo para denominar al autor de las huellas. Al que hemos llamado Australopithecus afarensis, algunos antropólogos preferirían que se le considerase como una subespecie del Australopithecus africanus,13,14 porque no encuentran suficientes diferencias morfológicas entre los restos de Afar y Laetoli, y los anteriormente conocidos de la especie africanus.Y tampoco hay acuerdo unánime respecto de la imposición de un solo nombre a los restos de Afar y Laetoli, en los que parece que se encuentran dos tipos morfológicos.15 Ha sido muy aceptada la idea de que se trata de una diferencia sexual, lo que se denomina dimorfismo sexual. Las morfologías encontradas reflejan también diferentes aptitudes para el bipedismo. Las hembras, representadas por Lucy, A.L. 288-1, parece que poseían una capacidad trepadora importante y, por lo tanto, una vida más arbórea que la de los machos, que podemos ver representados por los restos A.L. 333-3, en los cuales se aprecian más claramente los caracteres propios de la bipedestación y, consecuentemente, es posible que se desenvolviesen más en el suelo que en los árboles. Stern y Sussman opinan que en cualquier caso no debieron andar totalmente erguidos, debido a la flexión de la cadera y de la rodilla, similar a los monos cuando se yerguen.5 El antropólogo belga M. Verhaegen opina que los australopitecinos habrían sido los ancestros bípedos no del hombre, sino del chimpancé y del gorila.212 Destacaremos como conclusión que el bipedismo no presupone la inclusión automática en el grupo humano. Que hoy no existan seres con estas características no significa que no -8-
hayan existido en el pasado, y es además un inconveniente el que no encontremos en el presente, seres con capacidades próximas a las de los australopitecinos, porque nos faltan los indispensables elementos de comparación en estas investigaciones.3 Sí estamos seguros de que estos seres debieron poseer un buen grado de bipedismo, tal vez fuese sólo postural y, muy posiblemente, también al caminar. También parece que hubo diferencias entre machos y hembras para adoptar la postura erguida.
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Capítulo II. El límite de lo humano II El cráneo. La importancia de la morfología En el hombre actual es la bóveda craneana lo que predomina en una vista superior, pudiendo perderse incluso la visión de los arcos cigomáticos. En los grandes monos son prominentes las crestas formadas por el occipital y los temporales, la cara se ve debido al prognatismo, y los arcos cigomáticos son manifiestos. Los australopitecinos robustos presentan una vista similar a la de los póngidos, aunque con una menor proyección facial (véase figura 2.1), en tanto que las formas gráciles no poseen crestas y sus arcos cigomáticos son menos prominentes. Homo erectus presenta la calota mayoritariamente en esta vista, casi no se aprecia la cara y los arcos cigomáticos muestran un grado variable de amplitud, aunque sin llegar a la de monos o australopitecinos. En la mayor parte de hombres actuales apenas existe constricción del frontal en la región postorbital, siendo incluso marcada en algunos erectus y muy pronunciada en australopitecinos y monos.1 La base del cráneo en el hombre muestra el agujero occipital vertical y adentrado en el cráneo, en tanto que en los monos se sitúa en el borde occipital, se presenta oblicuo respecto del plano de la base. Los australopitecinos poseen un agujero occipital más próximo en su posición al humano, haciendo mayores sus posibilidades de bipedismo respecto de los monos.1 Al mirar desde atrás los cráneos de monos antropomorfos y australopitecinos se aprecia la mayor anchura en la base, incluso una expansión de ésta, debido a la amplitud cigomática, que es moderada en Australopithecus africanus. Un cierto achatamiento se observa también en los erectus, que siguen poseyendo la mayor anchura lateral en una posición baja, en tanto que el hombre actual la posee a una altura media, dando al cráneo una forma que tiende a ser esférica. En esta posición se hacen patentes las crestas de australopitecinos y monos.1
Fig. 2.1. Cráneo de Australopithecus boisei en vista superior. Las diferentes proporciones entre tamaño cerebral y esqueleto facial destacan en gran medida las diferencias de los cráneos en vista de perfil. La codominancia entre neurocráneo y cara en los monos antropomorfos da paso al mayor predominio absoluto del neurocráneo en el hombre, reduciendo la proyección de la cara hasta llegar a ser perpendicular en muchos humanos actuales (véase figura 2.2). La línea de base del cráneo es diferente en el hombre respecto de monos y australopitecinos. En estos últimos, esta línea que une el prostion, punto del maxilar situado entre los dos incisivos centrales, con el agujero occipital presenta sólo un escalón, que sitúa a diferente nivel prostion y agujero occipital, en tanto que en el hombre presenta una línea más quebrada, debido a que el foramen magnum se alinea con el pros- 10 -
tion (véase figura capítulo III).16 Es más alta la calota en los australopitecinos y en el hombre que en el mono, y esto se pone de manifiesto si trazamos una línea sobre la órbita ocular paralela al plano de Frankfurt, plano que corta el cráneo por la parte inferior de las cuencas oculares y la parte superior del agujero auditivo, observándose la parte de neurocráneo que hay sobre el plano (véase figura capítulo III y figuras 2.2, 2.3 y 2.4).
Fig. 2.2. Cráneo del hombre actual en vista lateral.
Tanto en la vista de perfil como en la de frente se ve la consistencia de los arcos que rodean el ojo, sobre todo en monos, australopitecinos, erectus y neandertales, siendo generalmente más suaves en el hombre actual (véase figuras 2.5, 2.6 y 2.7). En la etnia erectus el arco supraorbitario llega a constituir una auténtica barra sobre los ojos.1
Fig. 2.3. Cráneo del australopitecino robusto Australopithecus boisei O.H.5 en una vista lateral.
La mandíbula de los monos antropomorfos es más grande que la humana, y las proporciones de sus partes también son distintas. La apófisis coronoides es más alta que el cóndilo al contrario de lo que ocurre en el hombre generalmente, siendo una de las excepciones la mandíbula de Mauer (véase figura en el capítulo V). La rama ascendente suele ser más ancha en los monos y el cuerpo de la mandíbula más largo, si lo comparamos con las proporciones en el ser humano, siendo evidente tras comprobarse el prognatismo de estos animales. La anchura entre cóndilos es relativamente mayor en el hombre actual que en los póngidos, y esto se debe a que la forma de U de la mandíbula de estos últimos, en vista superior, aproxima los extremos de las ramas, en tanto que la forma redondeada de la humana tiende a separarlas. Hay un buen número de mandíbulas atribuidas a Australopithecus afarensis, en ellas se observa una rama ascendente baja y ancha, ligeramente inclinada hacia atrás. Aunque las mandíbulas atribuidas a Australopithecus africanus son más escasas, la morfología general es similar. En las formas robustas, la mandíbula tiene mayor tamaño y robustez, con una rama ascendente más alta y vertical que en las formas gráciles y una sínfisis mentoniana más vertical, tendente a formar un mentón.1 El mentón es único en el hombre actual, aunque con excepciones (véase figura 2.4), y no se ha encontrado en las etnias erectus y neandertal.
Fig. 2.4. Cráneo del Australopithecus africanus Sts.5 en vista lateral. - 11 -
Fig. 2.5. Cráneo de hombre actual en vista de frente.
Fig. 2.6. Cráneo de Australopithecus boisei O.H.5 en vista de frente.
Fig. 2.7. Cráneo de orangután en vista general.
De los dientes sólo diremos que es característica la conformación en Y de tipo Dryopithecus en los póngidos, australopitecinos y humanos. Esta conformación hace referencia a la forma que adoptan las cúspides de los molares, aunque no siempre se vea claramente la mencionada conformación (véase figura 2.8).
Fig. 2.8. Molar de Gigantopithecus en el que se observa la disposición driopitecina de sus cúspides. En general, los dientes de australopitecinos y humanos se parecen, salvo algunas diferencias tales como el tamaño. Comparten también una falta de espacio entre los colmillos y los premolares, que existe en la mandíbula de los monos para acoplar el colmillo del maxilar cuando se cierra la boca, además de que el colmillo de los australopitecinos es de mucho menor tamaño que en los póngidos, aproximándose más al tamaño encontrado en humanos. El colmillo de mayor tamaño se ha hallado en Australopithecus africanus.
El cráneo durante el desarrollo Aunque en el hombre o el caballo no se produce una metamorfosis como la que podemos ver en la transformación de una oruga en mariposa, resulta evidente que hay cambios durante - 12 -
el desarrollo que lleva de la infancia al estado adulto. Estos cambios superan el simple aumento de tamaño. Todos hemos visto cómo las proporciones entre la cabeza y el cuerpo de nuestros hijos cambian con el desarrollo, hasta que se hacen adultos. También hemos visto cómo el perrito recién nacido de cabeza redondeada, va dando paso, con la edad, al perro adulto de cabeza alargada (véase figura 2.9). Estudios recientes, llevados a cabo incluso a nivel celular, han puesto de manifiesto que el desarrollo facial en los australopitecinos es similar al que se observa en los monos antropomorfos, sobre todo en las formas gráciles.17 El desarrollo dental también parece sucederse según patrones próximos a los de los grandes monos.1
Deformaciones artificiales y patológicas del cráneo Las tradiciones de algunos grupos étnicos han llevado, o llevan actualmente, a la deformación artificial del cráneo alterando la que habría sido su forma natural. Esta práctica se ha encontrado en culturas de todo el mundo, aunque es quizá el más conocido el caso de los incas. En general, estas deformaciones son causadas por la compresión del cráneo infantil mediante vendajes y entablillados que impiden el crecimiento en ciertas direcciones, forzándolo en otras, lo que determina un cambio en la forma normal de la cabeza.18 Según parece, puede haber casos de deformaciones artificiales sin intención, debido a vendajes apretados o a la presencia de elementos en las cunas de los recién nacidos que, sin tener como fin la deformación, la producen. De todos modos, estos parecen ser pocos casos.18 También se han encontrado deformaciones craneales entre los neandertales, tales son los casos de Shanidar 1 y 5.19 Coon opina que posiblemente todos los miembros de esta etnia tuviesen esa morfología alterada, porque en un estudio hecho por él en poblaciones albanesas ha observado deformaciones similares.20 A: comparación de cráneos infantiles B: comparación de cráneos adultos
A
B
G
G
Ch
G: gorila Ch: chimpancé Ab: A. boisei O.H.5 Aa: A. africanus H: humano
Aa
Ab
Ch
H
Aa
H
Fig. 2.9. Comparación de los cráneos infantiles y adultos correspondientes a simios, australopitecinos y humanos. Situación de los cráneos en el plano de Frankfurt. - 13 -
A los cráneos hallados en Kow Swamp, Australia, morfológicamente de la etnia erectus,120 hay quienes piensan que se les ha modificado la forma artificialmente,21 y quizá sea cierto, pero también es verdad que estos cráneos, datados en diez mil años, resultan incómodos en la cronología evolutiva y los prejuicios llevan a buscar explicaciones alternativas a las de una forma natural propia del desarrollo normal. Se ha estudiado qué repercusiones pueden tener las deformaciones de la bóveda craneana sobre el resto del cráneo. La compresión fronto-occipital causa un ensanchamiento en la base del cráneo, debido al aplanamiento de ésta, un ensanchamiento de la cara y un acortamiento craneal. En el caso de una compresión anular se produce el efecto contrario al producido por la compresión fronto-occipital, alargándose todo el cráneo, bóveda y cara, a la vez que se produce el estrechamiento del conjunto22,23,207 (véase figura 2.10). En cualquier caso, no se han encontrado en estos estudios modificaciones que los aproximen a las características de los cráneos de los erectus. Lo que sí podemos concluir es que la forma del cráneo no influye sobre las capacidades intelectuales proporcionadas por el cerebro. Las enfermedades que afectan a la anaa tomía ósea son muchas, y ninguna de las conocidas parece que pueda ser responsable de la morfología erectus. Aún así, hay quien opina que sí es posible.24 La enfermedad de Paget suele provocar un engrosamiento y deformación óseos, pero no parece que se correspondan con la estructura de los erectus.18 Restos mandibulares de Meganthropus también se han comparado con estructuras patológicas afectadas por la referida enfermedad, acromegalia u otra hipertrofia, pero se han desechado estas posibilidades porque no hay coincidencia plena entre las características de las formaciones patológicas y los fósiles.25 Es cierto que se han encontrado restos prehistóricos afectados por enfermedades b deformantes18 (lepra, osteoporosis, tumores, enfermedad de Paget y otras), pero sólo una de ellas aparece claramente implicada en la determinación morfológica de algunos individuos o quizá todos los miembros de entre las etnias erectus y neandertal.
c
Fig. 2.10. Deformaciones artificiales de cráneos humanos. En a, deformación anular; en b, deformación fronto occipital; en c, cráneo deformado de un neandertal de Shanidar.
Virchow, eminente médico de finales del siglo pasado, encontró síntomas de raquitismo en los restos de neandertales que pudo observar. Durante prácticamente un siglo el diagnóstico no es tomado en cuenta, y son las investigaciones de Ivanhoe las que revelan de nuevo la posible carencia de la vitamina D, no en algunos individuos, sino en prácticamente toda la etnia, incluyendo a erectus o mestizos de estos con neandertales, tales son los casos de los hombres de Broken Hill y Solo.26 Es posible que los neandertales recibiesen dosis escasas de radiaciones ultravioleta, imprescindibles para la síntesis de vitamina D por parte de nuestro organismo. La deficiencia pudo estar causada por la escasa penetración de las radiaciones U.V. en la atmósfera terrestre del momento, debida probablemente a una glaciación (un modelo de glaciación acorde con el relato del diluvio se puede consultar en las referencias 27 y 28). Tampoco deben - 14 -
despreciarse las posibles implicaciones debido a carencias producto de una alimentación deficiente y una piel oscura que impidiese el efecto de las radiaciones sobre la provitamina D.
El volumen y la complejidad del cerebro Parece lógico pensar que si el órgano que determina la capacidad intelectual es grande, sus cualidades serán grandes y su poseedor las manifestará. Es una práctica general la determinación del volumen de la cavidad craneal para que, de un modo sencillo, se puedan aproximar los fósiles a las características psíquicas del que fuera ser vivo. Sin embargo, no está clara la relación entre tamaño cerebral e inteligencia, con la salvedad de las patologías, y es por esto que, a falta de investigaciones clarificadoras, debemos defender que las diferencias cualitativas y no las cuantitativas son las que marcan las diferencias entre el hombre y cualquier otro ser, lo cual sí está demostrado.29 Cuando se estudia un cráneo, en lo que a volumen se refiere, no suele considerarse que además de neuronas hay otros elementos que se acoplan en la misma cavidad y que intervienen en su formación. El espacio ocupado por estas otras estructuras o fluidos no neuronales es variable según los individuos, lo que determina que a un mismo tamaño cerebral puedan corresponder diferentes volúmenes craneales. Membranas, vasos sanguíneos, líquidos, etc., pueden ocupar entre un 10 y un 33% del volumen total. Si contamos con el cerebro, además del cráneo que lo albergaba, podremos conocer la relación real entre ambos, continente y contenido, pero será imposible conocer esta relación si sólo contamos con el fósil. También varía el volumen cerebral según el tiempo que pasa desde la muerte del individuo hasta que se puede llevar a efecto el análisis del cerebro. La conservación que se ha dado al cerebro puede hacer variar hasta un 10% su peso.30 Con la edad también cambia el peso cerebral, con un decrecimiento progresivo.30 Si lo que hacemos es establecer una relación entre volumen craneal e inteligencia, para casos concretos, es fácil demostrar que ambos factores no son directamente proporcionales. El escritor francés Anatole France tenía un volumen cerebral que no superaba los 1.100 cc, por debajo de la media en el ser humano actual, sin embargo lord Byron superaba los 2.000 cc, muy superior a la media. Los límites de tamaño del cerebro en humanos no se conocen, pero sí se conocen cifras realmente sorprendentes. El límite inferior es quizá el más significativo; Raimond Dart encontró como cráneo más pequeño de los conocidos el de una melanesia que, por lo que se sabe era normal, cuyo volumen cerebral no superaba los 790 cc, unos 40 cc más que la mayor capacidad encontrada en un simio.31 Queda claro pues que no es el mayor tamaño del cerebro lo que hace al hombre, sino que son la estructura y organización del órgano, determinadas genéticamente, las que marcan las diferencias con los antropoides, no suponen tan sólo un mejor desarrollo de lo ya existente en el simio, sino la existencia de características nuevas.32 Pero atendiendo al volumen del cráneo, que es prácticamente lo único medible en fósiles, tampoco hay evidencia indiscutible de evolución intelectiva, al menos son posibles otras interpretaciones. Los volúmenes medidos en australopitecinos, entre 435 y 562 cc, entran en el rango de variación propio de los antropoides. Tobias calcula los que pueden ser límites inferior y superior en la capacidad craneal de los australopitecinos en 280 cc y 717 cc respectivamente;33 en cualquier caso, dentro de los márgenes medidos en monos antropomorfos. En la etnia erectus el volumen más pequeño medido es de 750 cc, que solapa con el mayor tamaño medido en gorilas y es muy próximo al volumen mínimo encontrado en un humano actual, tal y como hacíamos referencia anteriormente. Pero el límite superior de volumen medido en esta etnia se corresponde perfectamente con el abanico de variabilidad en el hombre actual en un lugar intermedio. Si lo que consideramos son los neandertales y cromañones, estos superan frecuentemente la media de los valores actuales (véase Tabla 2.1). - 15 -
Tabla 2.1. Capacidades craneales. SIMIOS Chimpancé Gorila Orangután
400 cc 500 cc 400 cc
AUSTRALOPITECINOS Sts 5 Niño de Taung O.H. 5
485 cc 405 cc 530 cc
HOMBRES FÓSILES KNM-ER 1.470 KNM-ER 3.733 Hombre de Broken Hill Cráneo 4 de Atapuerca Cráneo 5 de Atapuerca Skhul V La Ferrasie I Shanidar I Cromagnon
755 cc 850 cc 1.280 cc 1.390 cc 1.125 cc 1.520 cc 1.689 cc 1.600 cc 1.600 cc
HOMBRE ACTUAL Tasmanos Mongoles Melanesios Tribus indígenas de California Aleutianos Andamaneses Pigmeos filipinos Pigmeos Semang Europa central Noruego Negro surafricano Sioux Pueblos Tribus indígenas de Florida Media en hombre actual
1.350 cc 1.500 cc 1.250 cc 1.320 cc 1.470 cc 1.200 cc 1.340 cc 1.250 cc 1.430 cc 1.390 cc 1.340 cc 1.430 cc 1.275 cc 1.375 cc 1.375 cc
Es posible que las diferencias entre erectus, por una parte, y neandertales y actuales, por otra, sean similares a las recientemente descubiertas diferencias entre el gato montés español, Felis silvestris tartessia, y el gato doméstico, Felis catus. Ambos tipos de gatos parecen ser dos formas surgidas de un parental común que bien podría ser el gato montés. Los dos son prácticamente el mismo animal pero con diferencias de tamaño: el gato doméstico es claramente más pequeño que la variante silvestre. Pareja a la variación del tamaño corporal, hay una variación en el tamaño del cerebro. Los veintisiete gramos de cerebro del gato doméstico son treinta y cinco en el silvestre, como media. Sabemos que el comportamiento de ambos tipos de gato no es idéntico, lo cual puede suponer diferencias cerebrales, pero ambos pueden ser reconocidos como gatos, sin duda. En los dos se han estudiado, y comparado histológicamente, diferentes elementos neurológicos implicados en la visión; pare- 16 -
ce que en el feto estas diferencias son mínimas y el número de células, tanto nerviosas como receptoras del estímulo luminoso, es el mismo. A lo largo del desarrollo es cuando el número de células cambia de un gato a otro, siendo mayor el número de células que posee el gato montés respecto del doméstico. La diferenciación progresiva en el número de células entre uno y otro se ha interpretado como un caso de muerte celular selectiva, que es bien conocida porque ocurre con frecuencia a lo largo del desarrollo, pero que en este caso concreto se habría acentuado. Así, por ejemplo, el núcleo geniculado posee en la forma doméstica entre un 30% y un 35% menos de neuronas que su versión silvestre.39 Este caso concreto de variación, tomado con la precaución debida, un caso único estudiado desde este punto de vista, puede servir como modelo para la comparación entre la etnia erectus y el resto de los hombres. En los erectus observamos una disminución relativa del tamaño del cerebro, asociado a una disminución del tamaño de un cráneo cuyas paredes óseas se encuentran engrosadas. Algo similar a lo que les ocurre a los gatos domésticos respecto de los silvestres.205 También es de gran utilidad la información obtenida de personas que, sin ser normales, siguen presentando un comportamiento humano. Hughes y Grieves han estudiado el caso de tres hermanos bantúes, microcéfalos que no llegaban a tener cerebros de 600 cc, pero cuyo comportamiento era el propio del ser humano, podían hablar y la coordinación de sus movimientos era normal. Dru-Drury describe el caso de una mujer cuyo cerebro era de unos 340 cc, que realizaba trabajos rutinarios en una institución y, aunque limitadamente, podía hablar. Keith documentó el caso de un hombre cuyo cerebro pesó 560 gramos al morir, pero que podía hablar y desenvolverse como una persona. Al estudiar el patrón de circunvoluciones de este cerebro se encontró que era más simple que el de un chimpancé.32 De estos casos extremos podemos sacar una conclusión clara: el cerebro humano no es el resultado de añadir una cantidad al cerebro, de alguna forma, inferior, sino una forma independiente con diferencias cualitativas.
Genes, ambiente y morfología La morfología craneal, como la del resto de huesos, está definida genéticamente en sus líneas generales. Es frecuente encontrar variaciones en el número de diferentes estructuras óseas en el cráneo y, aunque su herencia posee generalmente las características de un gen dominante,35 se ha observado que, tanto en ratas como en hombres, las deformaciones craneales artificiales incrementan significativamente la posibilidad de aparición de osículos adicionales en el cráneo; tal es el caso del hueso inca.208 Como se ve, el factor ambiente es muy importante en estos casos. Una nariz baja y ancha aparece ligada a un prognatismo relativo, tanto dentro de una población como entre éstas. También se ha encontrado una relación entre dimensiones del foramen nasal y distancia entre nariz y base craneal (distancia nasion-basion), de modo que el mayor tamaño de la abertura nasal se asocia a una longitud mayor nasion-basion, tanto en etnias actuales como en neandertales;36 el componente genético parece evidente. Si bien es cierto que el genotipo es fundamental a la hora de modelar la forma del cráneo, no lo es menos que el cráneo adquiere su forma definitiva dependiendo de factores ambientales u orgánicos, de acoplamiento de diferentes estructuras anatómicas, que en muchas ocasiones tienen efectos radicales. Se ha podido comprobar cómo los tejidos blandos con los que se relaciona el hueso craneal intervienen en el modelado de éste. En los casos de enucleación del ojo en niños de muy corta edad se observa que la órbita no alcanza el desarrollo que debería ser normal en presencia de éste. En experimentos con ratas se ha encontrado que la falta de tejidos intracraneales lleva parejo un reordenamiento óseo, siendo la bóveda craneana la más afectada, seguida por la base y con una afectación mínima el esplacnocráneo.209 - 17 -
Actualmente, es raro encontrar alguna persona con un arco superciliar tan desarrollado como el que poseyeron las etnias erectus y neandertal; y esto es posible que se deba tanto a diferencias genéticas como de adaptación a factores ambientales. En estudios sobre fósiles humanos, humanos actuales y simios, se ha encontrado una relación entre el torus supraorbital, la cuenca del ojo y el cerebro, en la región frontal del cráneo. Se ha observado que la disminución acusada del tamaño normal del cerebro humano (microcefalia), lleva aparejada una disminución del tamaño de la región compartida entre el cerebro y la cuenca del ojo. Al mismo tiempo, el arco superciliar se acentúa.37 Si comparamos las relaciones entre la cuenca y el cerebro en dos especies de antropoides, orangután y gorila, comprobaremos que el arco superciliar del gorila está más marcado que en el orangután y, como sucede en la microcefalia humana, la región compartida de contacto entre el cerebro y la cuenca ocular es menor que en el orangután. En esta analogía, el orangután se correspondería con el humano de cerebro normal. En conclusión, a menor contacto entre cerebro y cuenca del ojo (debido a menor tamaño cerebral relativo al cráneo), mayor torus superciliar. La masa muscular y la fuerza del músculo también ejercen un efecto moldeador sobre la arquitectura craneal. El desarrollo del torus supraorbitario está supeditado, al menos en parte, a la fuerza de los músculos masticatorios. Ésta suele reflejarse en el tamaño mandibular.37,38 Tanto los erectus como los neandertales poseyeron arcos superciliares masivos y sus cerebros presentaban cierto alejamiento de la cavidad ocular. En el caso de los erectus es probable que el menor volumen cerebral estuviese implicado en el mayor grosor de los arcos superciliares; para el caso de los neandertales se debería al menor tamaño relativo del lóbulo frontal del cerebro. También es cierto para ambas etnias fósiles que sus mandíbulas y dientes eran más robustos que en el hombre actual, y no estaremos errados si les atribuimos unos músculos masticatorios potentes, capaces de intervenir en la formación del torus supraorbital. La diferencia estructural entre el hueso que forma el torus supraorbital, respecto del resto del cráneo, en los neandertales, que determina una mayor resistencia a la fractura,40 no supone necesariamente la adición de un elemento perturbador sobre las ideas presentadas con anterioridad para explicar la aparición del arco superciliar, porque, aunque en una menor proporción, esta diferencia estructural también se da en el hombre actual; no es por tanto una exclusividad. Otra característica propia de etnias prehistóricas es su marcado prognatismo, ligado a tamaños mayores de los dientes y mayor robustez mandibular. También estas características pueden asociarse al conjunto herencia-ambiente. Se sabe que la consistencia de los alimentos que se toman va ligada a la robustez mandibular en los grupos poblacionales actuales. Pamplona ha observado que la oclusión o falta del tercer molar es mucho más frecuente en etnias que llevan una alimentación blanda, estando asociada una menor fuerza masticatoria del conjunto maxilomandibular, que si es del 100% en negros africanos, resulta ser del 90% en indígenas amazónicos y del 73% en españoles41 (véase tabla 2.2). Tabla 2.2. Comparación de las fuerzas masticatorias de diferentes grupos de población expresadas en kilos de fuerza.41 FUERZA MASTICADORA (kilos)
5-10 años de edad
11-20 años de edad
Más de 21 años
Melanodermos (africanos)
15,6
38,7
52,7
Xantodermos (amazónicos)
13,9
31,2
47,4
8,2
23,6
38,4
Leucodermos (españoles)
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En estudios realizados en esquimales se ha podido constatar cómo el cambio en la consistencia de los alimentos que tomaban, por el paso de una dieta tradicional al tipo de dieta occidental, llevaba a una disminución del tamaño de la mandíbula y a un incremento considerable en el número de dentaduras malformadas, debido a la falta de espacio para la colocación de las piezas dentarias. Los cambios drásticos se produjeron en una o dos generaciones, lo cual supone que junto al factor genético –a pesar de todo esto los esquimales poseen una mandíbula mayor que un español–,41 el componente ambiental tiene un marcado efecto.42 Después de analizar las mediciones hechas en el aparato masticatorio de hombres prehistóricos, pero morfológicamente actuales, también se han encontrado cambios en la mandíbula que han sido atribuidos a los cambios en la consistencia de los alimentos consumidos. Brace y otros investigadores han encontrado una reducción progresiva en el tamaño de los dientes desde el final del pleistoceno hasta nuestros días. La superficie dental en los neandertales de Krapina es de 1.631 mm2, que desciende a 1.220 de media en los hombres del mesolítico. En pobladores de Francia durante el neolítico, la superficie es de 1.180 mm2, y en el siglo XVII de nuestra era es de 1.128 de media.43 Moore y colaboradores, por su parte, han encontrado en material de las Islas Británicas que las áreas de unión muscular a la mandíbula han disminuido un 13% en dimensiones lineales, desde el neolítico hasta el siglo XIX. También han podido comprobar un aumento del ángulo mandibular entre el cuerpo y la rama de la mandíbula: un 9%. Esto puede significar una menor fuerza de los músculos que se insertan en la zona. En conjunto, se ha constatado la disminución del tamaño de la mandíbula, produciéndose el mayor cambio en el período que cubre desde la Edad Media hasta el siglo XVII.44 Goose, estudiando cráneos británicos, ha encontrado que también el maxilar se ha hecho más pequeño con el transcurrir del tiempo, una disminución de tamaño que se debe al estrechamiento del maxilar.45 Pero, si en los casos descritos no cabe más que la interpretación sin experimentación, en ratas se ha podido comprobar experimentalmente cómo la consistencia de la comida afecta al desarrollo de los huesos implicados. Beecher y Corruccini han encontrado que al alimentar ratas con comida blanda sus mandíbulas fueron menores, menos densas, con un arco maxilar más estrecho y con un cráneo más pequeño que ratas alimentadas con una dieta habitual.46 Estos mismos autores hallaron que en macacos la dieta blanda administrada durante la adolescencia determinó un estrechamiento maxilar.46 Resulta evidente que la función muscular tiene un efecto importante sobre el desarrollo del hueso en el que se inserta y en el cráneo; hay más ejemplos de ello. Darwin encontró que en conejos con una oreja caída, debido a una falta de fuerza muscular, existía una asimetría ósea que se correspondía con la asimetría existente entre los músculos de ambos lados.47 Experimentalmente, la remoción del músculo temporal que se inserta en la apófisis coronoides de la mandíbula y el hueso temporal, tanto en perros como en otros animales, causa una asimetría ósea. Pero fue Washburn quien definió con mayor precisión el alcance de la falta de éste y otros músculos mediante estudios en ratas. Al quitar el músculo temporal en estos animales, la apófisis coronoides desaparece o queda de tamaño vestigial. Si se suprimen los músculos del cuello que se insertan en la nuca, la cresta nucal desaparece y el hueso interparietal se modifica en su morfología. En el molde interno del cráneo no se aprecian cambios cuando se ha quitado el músculo temporal, pero si se quita junto con los músculos de la nuca, sí aparecen algunos cambios.48 La temperatura es otro factor ambiental que ha sido implicado en la modelación craneal. En ratas se ha observado cómo el frío provoca el acortamiento facial, la apertura nasal se hace más pequeña y en el resto de huesos aparecen cambios tales como el aumento de la robustez en los huesos largos. El estrés causado por el frío parece ser la causa primera de estos cambios.49 El mentón mandibular también merece un comentario, dado que se le da gran importancia para la identificación del ser humano. Conviene decir, como principio, que la mandíbula está sometida a fuerzas que intervienen en su morfología y que actúan a través de células constructoras y células destructoras de hueso.50 Una zona de crecimiento en la mandíbula es el - 19 -
mentón, en tanto que una zona de destrucción se da por encima de éste, en la base sustentadora de los incisivos, lo cual determina que la barbilla sea tan característica en el hombre actual. Además de esto, Biggerstaff ha encontrado en investigaciones con hámsters, cómo en la mandíbula se pueden diferenciar dos estructuras histológicas distintas: una la alveolar, la que sujeta el diente; y otra la que se halla debajo, que es la que da lugar al mentón. Ese hueso alveolar requiere del diente para su desarrollo, y es conocido cómo la desaparición de la dentadura determina que el hueso que la soporta se retraiga hacia el interior de la boca, en tanto que el mentón se hace relativamente más prominente. Estos estudios han llevado a Biggerstaff a pensar que la progresiva reducción del tamaño de los dientes ha ido haciendo aparecer el mentón, que actualmente es prominente.51 En el caso de la etnia erectus, en la cual se encuentran las mayores superficies dentarias, el mentón no sólo no existe, sino que hay un ligero retraimiento hacia atrás (véase figura 5.7). Los neandertales no muestran mentón, pero no hay tampoco un retraimiento de la región; el frente de la mandíbula es vertical, pero a la vez hay una gran superficie dental y un espacio retromolar en el que, cabría un cuarto molar (véase figura 4.1). Vemos pues que aun habiendo una fuerte influencia genética sobre la formación de los huesos, el ambiente posee un gran poder modelador. El hombre no fue, en un principio, un grupo numeroso, pero pronto se dispersó. Las poblaciones colonizadoras, pequeñas en número, quedaron aisladas del resto de poblaciones, marcando las diferencias que ya pudieran existir entre ellas. Las distintas condiciones ambientales debieron jugar un papel fundamental en este proceso. Así pudieron formarse las etnias de erectus, neandertales y hombres actuales. Posteriormente, con el crecimiento de las poblaciones comenzó el contacto, que restableció el flujo genético entre ellas y contribuyó a uniformizar las características étnicas, pero destacando en cada región los caracteres de las poblaciones originales o más abundantes.53,54 Actualmente, las diferencias entre grupos poblacionales humanos son relativamente pequeñas, debido al contacto entre ellas (véase Apéndice III).
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Capítulo III. El límite de lo humano III El lenguaje Es, seguramente, la más humana de las características propias del ser humano; al menos la más evidente frente al resto de los animales. Por medio de él se consigue una transmisión cultural eficaz, de generación en generación, evitando la pérdida de lo que se ha aprendido. Es, en definitiva, un método de perpetuación cultural epigenética. Dentro del lenguaje, es su simbolismo lo que más destaca. Mediante el acuerdo entre los individuos se da un significado al símbolo, que no es obvio en sí mismo. Entre los animales no existe ningún caso paralelo al humano. Las abejas son capaces de un lenguaje simbólico,55 aunque la transmisión entre los miembros de las poblaciones no es epigenética, sino hereditaria. Un caso similar parece darse en el mono verde africano, que emite sonidos diferentes para situaciones de peligro diferentes. Algunos investigadores han interpretado estos sonidos dándoles el significado de palabras y, como éstas, serían simbólicos. Otros, sin embargo, creen que se trata más bien de reflejos condicionados específicos de cada situación de peligro, desencadenándose una respuesta refleja concreta, pero en la que no media una comprensión mental de lo que el sonido significa.59 Se han podido enseñar a los chimpancés símbolos cuyo significado han aprendido, pero muy limitadamente. No son capaces de un lenguaje articulado en palabras, como el que poseemos los humanos, debido a impedimentos anatómicos que explicaremos posteriormente, lo que determina que no hayan podido decir mucho más que papá y mamá.56 Ha sido en el lenguaje de los sordomudos en el que estos simios han conseguido sus mayores logros. Con este lenguaje han podido construir algunas frases sencillas, pero carecen de la capacidad necesaria para una sintaxis correcta.57,58 Hay quienes dan mucha importancia a lo hallado hasta ahora en chimpancés, pero es realmente limitado. Noam Chomsky lo ilustra así: «Decir que los monos pueden adquirir un lenguaje porque aprenden algunos signos sencillos, es como decir que el hombre puede volar porque salta».60 Evidentemente saltar es una cosa y volar otra. Destaca inmediatamente el hecho de que no es sólo el impedimento anatómico para emitir los sonidos el que impide al mono hablar, también hay una incapacidad debida a la falta de elementos neurocerebrales necesarios para llevar a término un proceso de simbolización tal y como lo hacemos los hombres.57 En el cerebro, es el hemisferio izquierdo el que soporta, generalmente, la facultad del lenguaje, y son las áreas de Broca y Wernicke de este hemisferio las principales implicadas.61 Estas mismas áreas se encuentran en los cerebros de los monos, aunque sin ser idénticas a las humanas,62 y sin embargo no son capaces de hablar. En el hombre, tanto el cerebro como los elementos anatómicos implicados en la fonación, permiten el lenguaje hablado tal y como lo conocemos en cualquier etnia. En los casos en los que no se ha podido aprender a hablar (debido por ejemplo a una sordera), se ha observado cómo la persona desarrolla un lenguaje por señas que generalmente se acepta que es de signos, sin encontrarse símbolos ni sintaxis.57 Es éste un lenguaje fundamentalmente icónico que en épocas históricamente anteriores a la nuestra fue más frecuente entre los hombres; tal es el caso de los jeroglíficos egipcios. Por lo tanto, la llegada al simbolismo en el lenguaje ha de aprenderse o debe crearse, pero no surge porque sea innato. La sintaxis diferencia a monos y hombres separándolos en un abismo que podemos encontrar ya en los primeros estadíos del habla en un niño. Hay errores en la construcción de las frases que nunca comete el niño, sea cual fuere el idioma que hable, esto ha llevado a Chomsky a pensar que hay una estructura profunda del lenguaje que nos es común a todos los seres humanos; y que, además, esta estructura profunda se here- 21 -
da genéticamente, constituyendo la base sobre la cual se aprende el idioma que las circustancias hayan impuesto.60 Las diferencias de posibilidad de lenguaje entre los monos antropomorfos y el hombre serán desde ahora las únicas referencias para situar los restos esqueléticos que ya no pueden darnos la evidencia definitiva: la de hablar. En lo que se refiere a las posibilidades neurológicas para la comunicación hablada, los restos de australopitecinos no presentan diferencias claras respecto de los simios. El cráneo, que es moldeado por el contacto con vasos sanguíneos, membranas, circunvoluciones cerebrales, etc., presenta un mapa de situación de estas estructuras anatómicas. Pero en ningún caso es un mapa preciso ni constante entre individuos, lo cual impide que obtengamos conclusiones claras, además de que lo reflejado es una morfología externa32,62,63 (véase el capítulo IV para descripción de un caso de estudio subjetivo sobre marcas endocraneales). La corteza visual primaria no se halla en el mismo lugar en monos y hombres, y esto se utiliza como referencia de la expansión cerebral en fósiles, lo cual es posible si en el hueso ha quedado marca de un surco que delimita esta región del cortex, que se denomina sulcus lunate. Esta hendidura de la corteza cerebral es la que delimita el área mencionada. La huella dejada por el sulcus lunate ha sido encontrada en una proporción variable, desde el 10 hasta el 58%, en moldes endocraneales de hombre actual.1 Como hemos señalado con anterioridad, las áreas de Broca y Wernicke son las principales implicadas en la capacidad de lenguaje y, al estar situadas asimétricamente en el cerebro, las huellas que dejan en el cráneo también son asimétricas. La región posterior de la cisura de Sylvio, que se encuentra bajo el área de Broca, es diferente en ambos hemisferios cerebrales, y se ha relacionado con la capacidad para hablar de los que ahora solamente son fósiles. Lo mismo sucede con la región posterior al área de Wernicke, que es más grande en el hemisferio izquierdo y se toma como indicador de un potencial para el habla. Según los estudios realizados hasta la fecha, es el hombre de la etnia erectus KNM-ER 1.470 el primero que, desde la perspectiva evolucionista de gradación temporal, presenta un molde endocraneal humano.66 En ningún australopitecino se ha encontrado nada parecido, si acaso un volumen cerebral ligeramente mayor al de los simios.67 En otros erectus y neandertales, también se han encontrado estas morfologías típicamente humanas.57 El resto del capítulo vamos a dedicarlo a las repercusiones fonéticas de la anatomía y su aplicación para interpretar las posibilidades lingüísticas de los hombres fósiles. La fisiología de la fonación es compleja y se conoce, con cierto detalle, desde hace muy poco tiempo.58,68 Aquí pasaremos directamente a la zona bucal supralaríngea, dejando de lado órganos y estructuras tan importantes como el pulmón. Es en esta zona supralaríngea en la que se reconocen las características propias de la capacidad para hablar, y es en ella en la que se sitúan estructuras óseas que se han encontrado en los fósiles. Una de las formaciones considerada como importante para poder hablar, consiste en unos pequeños abultamientos óseos que se presentan en el centro y cara interna de la mandíbula, detrás del mentón, que se denominan apófisis genianas. Estos abultamientos son el lugar de inserción del músculo geniohioideo (que por otra parte inserta en el hueso hioides), y del músculo geniogloso, que forma parte de la lengua. Estos músculos se encuentran implicados en la modulación de las letras y palabras y, dependiendo de cómo estén desarrollados e insertados, así deberán ser las apófisis en las cuales se insertan. Al menos esto es lo que se espera que ocurra. En los simios nunca se han observado estos abultamientos mandibulares, y esto ha derivado en caracterizarlos como importantes para saber si el dueño de la mandíbula podía hablar.63 Sin embargo, la gran variabilidad de presencia entre los seres humanos ha hecho que esta idea quede relegada. Hasta un 5% de las mandíbulas de europeos carece de estas apófisis, llegando al 25% entre bosquimanos y otras etnias, apareciendo incluso una depresión, como en los antropoides,62 y aun así podían hablar. El hueso hioides, que constituye el límite superior de la laringe, puede ser otro candidato a marcador de ca- 22 -
pacidades lingüísticas, pero se conserva muy raramente en los fósiles. Un caso excepcional ha sido el hallazgo de un hioides prácticamente completo y bien conservado en el yacimiento de neandertales de Kebara, en Israel.69 A sus descubridores les ha parecido absolutamente humano, y concluyen que los neandertales poseían la capacidad anatómica del habla, tal y como la poseen hoy los hombres.70,71 Al estar conservadas mandíbulas y vértebras de esqueletos a los que probablemente pertenecieron ése, o parecidos huesos hioides, pueden establecerse las relaciones existentes entre estos elementos óseos, habiendo llegado a la conclusión de que la posición de la laringe debió ser baja en el cuello, permitiendo un espacio faríngeo amplio para la resonancia y, por tanto, para la emisión de sonidos propios de un hombre actual.71 Pero hay quienes opinan que se han sacado demasiadas conclusiones de un solo huesecillo,58 o incluso que el hioides de los cerdos es tan parecido al de los humanos como el de Kebara.72 También en la base del cráneo se pueden encontrar atributos anatómicos explicativos de las características y situaciones de los tejidos blandos implicados en la fonación, que no se encuentran nunca en un fósil.73 Parecen estar relacionadas la posición ocupada por el tracto respiratorio superior y la línea basicraneal. Esto es lo que se ha encontrado al analizar cráneos de monos y humanos. La amplitud de la faringe y su posición relativa son fundamentales para poder hablar, debido a que conforman una caja de resonancia sin la cual habría sonidos imposibles de reproducir. En los simios la laringe llega hasta el nivel de la boca, siendo capaces de respirar y tragar al mismo tiempo, puesto que el aire pasa directamente de la nariz a la laringe, en tanto que el alimento pasa por los lados de la laringe al esófago. En el hombre la laringe está mucho más baja, de modo que el alimento y el aire se cruzan en sus respectivos caminos, por lo cual no se producen las dos funciones al tiempo, y se elimina el riesgo de asfixia. Los recién nacidos humanos presentan una disposición de la laringe similar a la de los monos, compartiendo con éstos las posibilidades de comer y respirar a la vez. Del mismo modo son incapaces de emitir sonidos como los adultos hasta la edad de dos años, aproximadamente, momento en el que la laringe va situándose al final de un camino de descenso desde una posición simiesca, hasta la definitivamente humana.73 La línea de la base del cráneo, que va desde el paladar duro hasta el foramen magnum (agujero occipital) refleja, en cierta medida, el lugar que ocupó la laringe en el viviente. Esta línea está poco flexionada en los monos, en comparación con las del hombre, en la que se pone de manifiesto una concavidad (véase figuras 3.1 y 3.2). Fig.3.1. Cráneo de orangután en el que se ha marcado la línea seguida por la base del cráneo.
Fig. 3.2. Cráneo de hombre actual en el que se ha destacado la línea de base del cráneo. - 23 -
En el niño se produce un cambio parejo de la línea basicraneal y de la posición de la laringe, para que al mismo tiempo se vayan dando las condiciones apropiadas para la fonación humana.74 De estos estudios se pasó a la posible aplicación a los restos fósiles conocidos y, aunque todos no han podido ser estudiados por ser fragmentarios, las conclusiones han sido interesantes. El fósil clasificado como Australopithecus africanus, Sts 5, posee una línea de base craneal típica de los monos. La etnia cromañón, junto con el erectus Hombre de Broken Hill, presenta una línea similar a la de los hombres actuales. Los neandertales presentan mayor variabilidad morfológica y suele encontrarse una línea simiesca.16 Linda Duchin ha optado por la integración de diversos parámetros de la cavidad oral para definir las características propias de simios y hombres, concluyendo que las etnias erectus y neandertal entran en la variabilidad del hombre actual.75 Éstos y otros estudios76 ponen de manifiesto que erectus, neandertales y hombres actuales comparten la posibilidad de lenguaje hablado, quedando excluidos los australopitecinos. Las dudas se ciernen, sin embargo, sobre la uniformidad en el modo de hablar. Los estudios realizados por Lieberman en neandertales77 hacen pensar que no eran capaces de utilizar idiomas como los actuales, al menos con fluidez. Quizá tuviesen problemas para la emisión de sonidos tales como las vocales i, u y a, y de las consonantes k y g. No se conoce ningún grupo poblacional humano actual con semejantes limitaciones, y es a estas limitaciones en la capacidad de lenguaje a las que algunos antropólogos han atribuido el aislamiento reproductivo y extinción final de los neandertales.77 Sí es cierto que actualmente la barrera idiomática para el mestizaje, aunque no sea impermeable, es difícil de traspasar.78 Investigaciones como las realizadas por Houghton no concuerdan en sus interpretaciones finales con las de Lieberman. Houghton ha encontrado que, posiblemente, la relación que guardan la cabeza y la columna vertebral, en los neandertales, no sea la que hasta ahora se había creído y que, realmente, el neandertal mantuviese la cabeza más elevada, con la frente más alta que en el humano actual. Como resultado de este nuevo posicionamiento de la cabeza, el aparato fonador permitiría la reproducción de los sonidos difíciles.204 Hasta aquí se han definido, con la precisión que permiten los conocimientos actuales, las capacidades para el lenguaje y el habla, pero ¿existe alguna evidencia de que lo hicieran? Para el creacionista no hay sombra de duda, pero vamos a estudiarlo someramente, en un contexto evolucionista. Hay investigadores que creen que el útil debió ir inevitablemente unido a la palabra. Ralph Holloway no cree que unas culturas líticas tan bastamente distribuidas se llegaran a desarrollar sin un lenguaje mediador del aprendizaje.79 Oackley, con una opinión similar, no cree que pueda planearse o inventarse nada con efectividad si no media la comunicación oral (citado en la referencia 80). A. Leroi-Gourhan, por su parte, piensa que hay un paralelismo entre la complejidad del instrumento de piedra y la capacidad lingüística.81 Otros antropólogos creen, sin embargo, que fueron las representaciones pictóricas y escultóricas los únicos aspectos culturales que debieron ir unidos al habla en sus comienzos,80 y sitúan estas actividades junto a los hombres actuales, excluyendo a las etnias erectus y neandertal. Dean Falk critica esta postura, aduciendo que la falta de pinturas tampoco supone necesariamente una falta de lenguaje hablado, porque, entre otras cosas, el útil de piedra podría tener otras formas alternativas, pero igual de eficaces; y si se mantuvo un tipo de formas debió ser por una tradición oral (citado en referencia 80). Evidentemente sólo se dan explicaciones basadas en lo que cabe suponer, pero sí es verdad que hay una proximidad entre el pensamiento evolucionista, que sitúa la aparición del habla en erectus y neandertales, y el creacionista, con erectus y neandertales humanos.
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Capítulo IV. Los neandertales Fue el trabajo de Marcelin Boule,83 realizado a principios de este siglo y centrado en los restos neandertales de La Chapelle-aux-Saints, el que marcó más intensamente la idea que sobre esta etnia se hizo mundialmente famosa. Hombres encorvados, con las piernas arqueadas, de cráneo bajo y apariencia simiesca, fueron los que aparecieron en las reconstrucciones más habituales; a esto se añadía mucho pelo, greñoso y descuidado, una mirada perdida de naturaleza incierta, intermedia entre el mono y el hombre, y quedaba fraguado el mito del hombre-mono. Esta imagen aún perdura, aunque comenzase a ser puesta en entredicho en los años cincuenta, y hoy esté totalmente superada. Los neandertales no son considerados como un grupo homogéneo de fósiles y se diferencian fundamentalmente dos grupos: los orientales (como los de Shanidar), y los clásicos, europeos (tales como el de La Chapelle-aux-Saints «el viejo», como es conocido).63,84 Lo cierto es que los restos de «el viejo» de La Chapelle, se corresponden con los de un hombre con una severa y muy extendida osteoartritis que le deformó mucho los huesos. No es precisamente el fósil que habría de representar a una población sana y así, hoy, el aspecto del neandertal ha cambiado de modo radical. Su cabeza, aun sin ser idéntica a la de un hombre actual, tampoco tiene aspecto de simio y además, bien peinado y afeitado, sólo nos parecería un poco tosco. El esqueleto poscraneal, salvo por su manifiesta fortaleza, no es muy diferente del actual.85,86,87 Muchas de las diferencias esqueléticas con nosotros se deben a la mayor robustez de esta etnia y a posibles deformaciones causadas por algunas enfermedades padecidas.26,85 Vértebras, costillas, omóplatos, huesos de los brazos, huesos de las manos, huesos de las piernas y pies, prácticamente todos los huesos revelan, por medio de las marcas dejadas por las inserciones musculares y su propia estructura, que estos hombres debieron ser mucho más fuertes que el hombre actual.1 Pasamos a detallar algunas de las evidencias de esta mayor fortaleza física. El músculo redondo menor, que inserta en el húmero y el omóplato, deja profundas huellas en ambos huesos. La inserción, en el omóplato, se sitúa en un surco ventral en el 60% de los neandertales, frente al 20% en los hombres actuales, en los que es mayoritaria la inserción ventral. Esto supone la posibilidad de un movimiento mucho más vigoroso en el neandertal, que permitiría una mayor eficacia en el lanzamiento de objetos. El fémur, un hueso de la pierna, presenta una sección circular en el neandertal, en tanto que, actualmente, la sección es ahusada anteroposteriormente, en la mayoría de los casos. El motivo parece ser una mayor fuerza de los músculos de la pierna implicados en los movimientos laterales, lo cual crearía una tensión en el hueso en sentido lateral. Además de las diferencias de fortaleza física, pueden destacarse otras. Una discrepancia que se ha presentado muchas veces como definitoria de las grandes diferencias entre esta etnia y el hombre actual, se refiere a tiempos de gestación distintos en uno y otro tipo de hombre. A los neandertales se les han llegado a atribuir tiempos de hasta catorce meses, debido al mayor tamaño del canal de nacimiento que se encuentra en la pelvis, lo cual permitiría el paso de una cabeza hasta un 25% mayor que las propias de nuestro tiempo. Sin embargo, otra interpretación llevaría a pensar que las diferencias en la tasa de crecimiento sería la que marcaría las diferencias en el tamaño, concluyéndose la etapa intrauterina en nueve meses. Con el descubrimiento de la pelvis del neandertal Kebara 2, muy completa y poco deformada, con un canal pélvico dentro de los límites de medida del hombre actual, vuelve a considerarse un período de gestación propio del hombre actual.88 La dentadura en esta etnia es muy similar a la nuestra, aunque incisivos y caninos son más grandes y es muy frecuente encontrarlos muy desgastados, debido, probablemente, al uso - 25 -
para desgarrar tirando con los dientes, masticar cuero u otras actividades similares a las que realizan en la actualidad algunos grupos humanos de población. La apariencia de los neandertales debió ser de la de un hombre de gran fortaleza física, pero hombre. El cerebro debió de ser donde se manifestasen con más claridad aún las características humanas de estos hombres prehistóricos. No ha quedado ningún cerebro para estudiar estos fósiles, pero sí hay ciertas huellas de él en la cara interna del cráneo, el molde endocraneal. Según nuestra opinión, ha sido frecuente el abuso sobre el significado de estas impresiones, porque no son siempre las mismas en cráneos de una misma población, además de que su interpretación puede ser muy difícil debido a la subjetividad a la que se presta. Fig. 4.1. Cráneo del neandertal de La Ferrasie I.
Elliot Smith estudió en el primer cuarto de nuestro siglo moldes endocraneales de neandertales, y llegó a la conclusión de que el cerebro no era el de un hombre como nosotros, sino el de un hombre con una inteligencia inferior, dado que las proporciones de las diferentes partes de este órgano le parecían muy distintas en unos y otros.85 Prejuicios. Los moldes endocraneales nunca han dado una información lo suficientemente incontrovertible como para asegurar que los neandertales fuesen intelectivamente inferiores a nosotros, pero así lo exigía la teoría de la evolución en aquellos momentos y, así se encontró lo que se necesitaba, y no fue el único caso. El mismo G. E. Smith hizo un informe sobre el molde endocraneal del Hombre de Piltdown, que le reveló características ciertamente inferiores a las del hombre actual,64 para resultar, al final, que el Hombre de Piltdown era un montaje: los huesos del cráneo eran realmente los de un hombre actual, aunque Elliot Smith lo encontró tan arcaico como sus ideas evolucionistas exigían. Si bien es cierto que el cráneo de los neandertales es diferente del de cualquier etnia actual, tenía menos frente y era más largo, su cerebro debió ser fundamentalmente igual. Aunque sólo fuese por las realizaciones de estos hombres, ya tendríamos motivos para dudar de sus capacidades inferiores. Sin embargo, sobre moldes endocraneales de neandertales, hoy no se encuentran diferencias significativas con el hombre actual.89 Sobre su comportamiento también se han aprendido cosas: hombres sociables, con sentimientos ciertamente positivos entre ellos, existían lazos familiares o de amistad y, muy probablemente, practicaban actividades religiosas. Ha podido comprobarse que se sustentaba a los ancianos y se invertían esfuerzos y recursos en cuidar a los enfermos. «El viejo» de La Chapelle fue mantenido por su comunidad durante mucho tiempo, como lo demuestra el avanzado proceso de artritis que presenta, que no le debió permitir su automantenimiento. También enterraban a sus muertos, lo cual supone el cuidado de los restos de alguien sobre el que existía aprecio, e incluso en algunas tumbas aparecen ofrendas tales como cuernos de cabra o flores; tal es el caso de los enterramientos de la cueva de Shanidar. No nos cabe duda, como es general entre los antropólogos actuales, de que los neandertales fueron, simplemente, otra raza de entre las que existen o han existido en la historia de la humanidad. El haber sido considerados como inferiores pertenece a la esfera de las pasadas pretensiones de inferioridad de grupos poblacionales actualmente existentes o de las mujeres, y hay antropólogos que se atreven a denunciar como racista el tratamiento que se ha dado a los restos de neandertales.90 - 26 -
Capítulo V. Especies y hombres Si hoy el género Australopithecus engloba cuatro especies, africanus, afarensis, boisei y robustus, y en el género Homo se distinguen dos especies, erectus y sapiens, en la década de los años cincuenta el número de especies, incluso géneros, era mucho mayor. Zinjanthropus boisei, Paranthropus robustus, Australopithecus africanus, Plesianthropus transvaalensis, Paranthropus crasidens, etc., se encontraban entre los que hoy son Australopithecus, aunque entonces fuesen varios géneros y muchas especies. El género Homo tampoco era uno en esta época: Tchadanthropus, Pithecanthropus, Sinanthropus, Atlanthropus, Meganthropus, Telanthropus, Paleanthropus y otros, constituían una lista interminable. Una idea prácticamente relegada al siglo pasado, y sin gran predicamento, es la de considerar varias especies entre la humanidad,91 exagerada en cualquier caso. Los motivos de tal dispersión de nombres son variados algunos, no menos importantes, tan pintorescos como el afán de protagonismo del descubridor, otros tan complejos como la falta de criterios universales para definir la variabilidad en las especies. Ernst Mayr fue el eje sobre el que se impuso el cambio desde las tendencias dispersivas, en la definición de nuevas especies, hacia las agrupadoras,92 pasando gradualmente a la actual lista de homínidos, a la que se ha hecho referencia en un principio. Pero a pesar de lo razonable de agrupar fósiles en torno a unos pocos nombres, está volviendo a producirse una tendencia centrífuga sobre las denominaciones de los restos fósiles, y no sólo de los recientemente encontrados, también con los más clásicos. Algunos investigadores aceptan el desdoble del género Australopithecus en dos: para las formas gráciles, afarensis y africanus, permanece este género; y para las formas robustas, robustus y boisei, se crea el género Paranthropus.93 También hay quienes proponen una separación en la especie erectus, dando lugar a erectus y ergaster.93,94 El siempre controvertido cráneo KNM-ER 1.470, clasificado como Homo habilis; ha pasado a ser para algunos una forma más avanzada, Homo rudolfensis,93,95 para otros Homo erectus.20 La subespecie neandertal Homo sapiens neanderthalensis, hay quien la eleva a categoría de especie Homo neanderthalensis.96 Y esta lista aún podría aumentar si se tienen en cuenta las pretensiones de antropólogos que ven en los llamados «arcaicos», una fuente de nuevas especies.86,97,98 De todo esto se desprende que urge resolver el auténtico problema de esta cuestión: conocer la variabilidad en todas estas especies y así poder definirlas, después para, clasificarlas racionalmente. Porque lo que para un antropólogo es una forma intermedia, para otro puede ser una variante geográfica o un mestizo.99
La especie Si el concepto de especie fuese más claro, las dificultades para interpretar los fósiles serían menores. Pero no hay una definición de especie plenamente satisfactoria (véase apéndice 2), y si esto complica las investigaciones sobre los seres actualmente vivos, cuánto más no dificultará las tareas sobre los restos fosilizados. Y como el concepto de especie no existe, creemos más útil y explicativo el aplicar aquí el concepto de baramín, que, sin ser aceptado por la mayoría de taxónomos, deja mucho más claro de qué organismo estamos hablando en cada momento. Etimológicamente, baramín se compone de las raíces hebreas bara, que significa creado, y min, que significa tipo luego un baramín es un «tipo creado».100 Tras la creación, hubo unos tipos o baramines que fueron la semilla de los actuales, más amplios que los iniciales debido al proceso de diversificación que se da en todo ser vivo. Un - 27 -
baramín agrupa a seres que poseen una posibilidad de fecundación ovular. Incluirá, por tanto, a los organismos que, poseyendo una morfología próxima (como es el caso de cebras, caballos y burros o erectus, neandertales y hombres actuales), pero siendo considerados como especies distintas, nosotros pensamos que son variaciones de un tipo original, de un baramín (véase apéndice 2).
Variabilidad En muchos animales es obvia la variabilidad entre individuos de una misma «especie», incluso entre los sexos. El dimorfismo sexual está marcado de modo diferente según los animales. En las aves es muy general que los machos posean colores más vistosos que las hembras; también es frecuente que la diferencia sea de tamaño. En cualquier caso, no parece que sean diferencias que vayan mucho más allá del color o el tamaño. Casos muy similares a éstos pueden encontrarse en peces, anfibios, mamíferos o reptiles. Pero también se dan otras variaciones entre los sexos que resultan mucho más profundas y que, en ocasiones, han despistado tanto al investigador como para llevarle a pensar que, en lugar de las versiones sexuales, se enfrentaba a animales tan diferentes, que no tendrían relación ni en cuanto al género. Entre los gusanos marinos, la hembra de Bonellia viridis es visible, mientras el macho parece no existir, pues se reduce a un minúsculo «parásito» alojado en el interior de la hembra. Entre los vertebrados, un caso destacable de dimorfismo sexual lo encontramos en el pejesapo, un pez de las profundidades marinas que, hasta principios de este siglo, se dividía en dos familias diferentes. En una de las familias nunca se encontraba a la hembra, que posteriormente resultó ser el constituyente único de otra familia de peces. Los sexos eran tan diferentes que se creyeron no sólo especies distintas, sino familias distintas. Las hembras son de tamaño considerable y suelen llevar colgado el macho, a modo de apéndice.101 Entre los hominoideos también se dan casos de dimorfismo sexual muy acentuado. En los gorilas es mayor la diferencia entre los sexos que en los humanos actuales; pero es en una especie extinta del mioceno, Lufengpithecus lufengensis, en la que se da un dimorfismo más intenso. En esta especie, representada por gran número de restos (sobre todo dientes, varios cráneos y mandíbulas completos), el dimorfismo sexual parece ser muy grande, desconocido hasta la fecha, llevando en un principio a pensar que se trataba de dos especies, incluso dos géneros distintos.102,103 Dejando a un lado el dimorfismo entre los sexos, podemos revisar otro par de ejemplos significativos de variación. Es conocido que existen muchas razas distintas de palomas y, entre éstas, es posible encontrarlas tan diferentes como para clasificarlas como especies distintas. En palabras de Darwin: «En conjunto, podría escogerse, por lo menos, una veintena de palomas, que si se mostrasen a un ornitólogo y se le dijese que eran aves salvajes, las clasificaría seguramente como especies bien definidas».107 Y, sin embargo, Darwin opinaba que lo más probable es que todas fuesen variaciones de Columba livia, la paloma bravía. Las diferencias entre un perro salchicha y un San Bernardo saltan a la vista. Aun siendo la misma especie, presentan tantas diferencias entre sí como las que posee cada uno de ellos respecto de otras especies de cánidos. El estudio morfológico del cráneo, entre las distintas razas de perros, parece revelar que la enorme diversidad encontrada se debe, al menos en su mayor parte, a diferencias en el desarrollo de unas y otras razas, sobre todo en las proporciones y diferencias entre aparato masticador y resto del cráneo.104 Los perros más pequeños suelen tener una frente más pronunciada que los de mayor tamaño por tanto, un cráneo más esférico. Esto se debe a la retención de características juveniles de los perros mayores;105 es decir, los adultos de algunos perros pequeños poseen ca- 28 -
racterísticas morfológicas propias de los juveniles de perros más grandes (véase figuras 5.1, 5.2 y 5.3).
Fig. 5.1. Comparación de los cráneos de dos razas de perros, en vista lateral.
Fig.5.2. Comparación de los cráneos de dos razas de perro, en vista superior.
Fig.5.3. Comparación de los cráneos de dos razas de perro, vistas desde abajo. No se ha informado de un solo caso de incapacidad reproductiva entre razas de perros, y sí se sabe que el lobo gris de Europa y América del Norte es capaz de mestizar con el perro, y la descendencia siendo igualmente fértil. Ambos, perros y lobos, poseen 78 cromosomas y sus diferencias genéticas son mínimas.106 Otro cánido con el mismo número de cromosomas es el coyote. Este animal norteamericano, del cual se reconocían varias subespecies o razas, ahora resulta ser más uniforme de lo que se creía atendiendo al pelaje y la morfología. Genéticamente se demuestra que apenas hay diferencias entre las poblaciones, debido a un flujo genético entre ellas, por los contactos reproductivos que establecen. - 29 -
Más destacable que Canis rufus, el lobo rojo norteamericano, ha resultado ser un mestizo entre el lobo y el coyote; no es una especie, lo que demuestra la proximidad genética entre todos estos cánidos.106 Por tanto, podemos, incluir a lobos, perros y coyotes en un solo baramín, y quizá otros cánidos también puediesen ser incluidos. El caso del hombre no escapa a lo que es regla general para cualquier organismo vivo. Existe un dimorfismo sexual. Suele ser posible diferenciar con facilidad a un hombre de una mujer. También es clara la variabilidad independiente del sexo, como queda claro al ver a un chino y a un español. La dificultad se materializa al intentar encuadrar los restos de hombres y antropoides fósiles.El registro fósil no despeja las incógnitas, es demasiado fragmentario y no nos ayuda a conocer con precisión quién vivió con quién en cada momento. En África, los australopitecinos de Taung y Hadar están separados por casi 5.000 kilómetros. El número de restos de cada lugar es reducido, en las distintas localidades se encuentran fósiles ligeramente diferentes, aun así, puede que se trate del mismo animal. Tobias opina que debían ser variaciones geográficas y temporales, debidas al aislamiento entre poblaciones,13 desestimando la existencia de la especie Australopithecus afarensis, opinión compartida por otros antropólogos.108,109 Pilbeam y Gould, mediante estudios alométricos, concluyen que Australopithecus boisei y Australopithecus africanus serían dos «versiones» del mismo animal.110 Haciendo hincapié en lo fragmentario del registro fósil, que favorece una falta de visión en tiempo real de lo que acontece en diferentes lugares del mundo, R. Leakey y A. Walker nos ofrecen una muestra. Estos dos investigadores han estudiado un yacimiento especialmente rico en hombres y antropoides fósiles el yacimiento de Koobi Fora, a orillas del lago Turkana, en Kenia. Se preguntaron cuánto pueden representar los fósiles recogidos, respecto de lo que debió ser la población total, en un momento que ellos sitúan, en un millón de años, según la cronología evolucionista. La respuesta es en cualquier caso desoladora. Si se toman como base los estudios modernos sobre demografía de los chacales, los fósiles encontrados no suponen más que el 0,0002 de la población del momento; y si se toma como base la distribución actual de los papiones, entonces la cifra sería de 0,0000002. Si ahora eliminamos del recuento los restos fragmentarios y nos quedamos con los cráneos más completos, la cifra decrece aún más, quedando una representación de la cienmilésima o la cienmillonésima parte según el animal tomado como referencia.111 El yacimiento de Koobi Fora es uno de los más ricos del mundo, de lo cual se puede deducir que en muchas ocasiones se está estudiando una parte de la población cuya significación puede ser escasa, y de la que, generalmente, no sabemos nada sobre sus relaciones con otras poblaciones. Todo esto ayuda escasamente a aclarar las relaciones que pudiesen existir entre seres que presentan unas diferencias a menudo difíciles de interpretar. Para el caso humano; los neandertales suelen considerarse subespecie o «raza» del hombre actual; es el Homo sapiens neanderthalensis, que amplía considerablemente el grado de variabilidad humana, situándose entre los denominados por algunos antropólogos como Homo sapiens caucasoide, australoide etc.53 El Homo erectus ofrece aún mayor variación al hombre, aunque su esqueleto poscraneal sea muy similar al de hombres actuales, siendo la capacidad craneana lo más destacable de las diferencias del cráneo.20,112,113 Es posible que los que más hayan defendido la hipótesis de la especie única, para restos de Koobi Fora, que en vida debieron coincidir en el espacio y en el tiempo, y clasificados como Australopithecus y Homo habilis en un principio,114,115 sean Wolpoff y Brace. Que existiese más de un homínido explotando un mismo nicho ecológico, no concuerda con la hipótesis de que la expansión y sustitución de éstos se produce por la posesión de una superioridad adaptativa. Tanto Australopithecus como Homo poseen adaptaciones similares. No podía pensarse, antes de que se efectuasen estos descubrimientos, que un antecesor o - 30 -
su «primo» y su sucesor, se encontrasen compartiendo y explotando el mismo espacio geográfico y temporal, sin extinción ni desplazamiento de poblaciones.92 Por ello Brace y Wolpoff han propuesto que se trata del mismo ser, aunque muy variable.6,115 Posteriormente se ha encontrado que no sólo Homo habilis existió junto a los australopitecinos, sino que incluso vivieron con la etnia erectus.111,114 Si fuese válido el planteamiento expuesto con anterioridad, los australopitecinos y los erectus serían variaciones del mismo ser, cosa que ni Brace ni Wolpoff ni nosotros creemos, aunque estos investigadores sí incluyen el cráneo, del que nosotros, junto con otros antropólogos, creemos es un erectus, KNM-ER 1.470 entre los australopitecinos. Lo que nos parece más interesante de esta hipótesis de la especie única, aplicada a nuestro argumento, es que, habiendo preocupación por la dispersión de posibles especies, con los mismos datos, pero criterios distintos, pueden obtenerse conclusiones diferentes a las que se desprenden si las tomamos por especies separadas. Desde aquí reivindicamos, de nuevo, la hipótesis de la especie única para erectus, neandertales y hombres actuales, hipótesis sostenida por muchos investigadores creacionistas.116 Weidenreich, antropólogo que describió e hizo los moldes del famoso hombre de Pekín, (que son prácticamente lo único que queda de los restos anteriores a la segunda guerra mundial), incluyó en un principio a los erectus como subespecie del hombre actual, denominándolo Homo sapiens pekinensis, aunque posteriormente abandó la idea.117 Thoma, sin embargo, propone sin ambages la existencia de una sola especie en el género Homo, porque no ve tiempo suficiente para esta evolución en unos cientos de miles de años, y, por tanto, acepta una gran variabilidad en el ser humano.118,119
Un proceso de mestizaje Está demostrado, más allá de cualquier duda razonable, que en épocas pretéritas existieron poblaciones humanas con grandes diferencias, al menos morfológicas. Estas diferencias fueron, evidentemente, mucho más intensas que las existentes entre los grupos poblacionales actuales. Sólo los erectus presentaron variaciones tan amplias como las que se dan en el hombre actual,20,210 seguramente por su cosmopolitismo, y también quedan patentes las diferencias entre los neandertales y cualquier etnia del presente. No es menos cierto que hay pruebas de que todos estos tipos humanos vivieron simultáneamente en la tierra, aunque en poblaciones aisladas, durante mucho tiempo. Los erectus más recientes, según las dataciones evolucionistas, se sitúan en África en no menos de 30.000 años, para el caso del Hombre de Broken Hill62 (véase figura 5.4) y entre 9.000 y 10.000 años en Australia.120,121,122 Si bien es cierto que estos cráneos poseen más capacidad y ligeras diferencias morfológicas, respecto de erectus tales como KNM-ER 3.733 africano o los hombres de Pekín y Java (que por otra parte son considerados más antiguos), se reconoce en ellos claramente la morfología erectus. Los neandertales parecen encontrarse en dataciones de hasta hace 35.000 años tales son los casos de La Chapelle-aux-Saints o Le Moustier.62 En cuanto al hombre actual, según las dataciones estándar, se fechan los más antiguos en 90.000 ó 100.000 años, en África y en Palestina.123,124
Fig. 5.4. Cráneo del hombre de Broken Hill. - 31 -
La entrada en contacto de diferentes poblaciones de estos tipos humanos, una vez que alcanzaron suficiente tamaño tras su diferenciación, debió llevar asociado un proceso de mestizaje que es reconocido por muchos paleoantropólogos.53,54,90,92 Sin embargo, otros investigadores tienden a pensar más en los supuestos mestizos como eslabones en la cadena evolutiva.124,125 Nosotros creemos que los restos a los que hacemos alusión, y que después analizaremos, son realmente de mestizos. Hay poblaciones de posibles mestizos tal es el caso del yacimiento de Skhul, en Próximo Oriente,125 que presentan en sus restos características que son propias de una zona fronteriza o de contacto entre etnias distintas. En los restos de esta población se observa que hay algunos caracteres morfológicos inestables, es decir, que no los presentan todos los individuos de la población, quizá por una introducción reciente y por tanto desigual. También se da un caso parecido de caracteres muy variables, que parecen mezcla de neandertales y hombres actuales, en el este de Europa en las poblaciones de Pavlov, Mladec, Krapina y otras. Para Brauer hay pocas dudas de que, al menos en algunos casos, son mestizos, y Smith lo plantea como probable.124,126 Y no cabe duda del carácter intermedio de muchos de estos restos europeos.126,127 La mezcla de características propias de erectus y sapiens se observa en restos tales como Ndutu97,98 y el L.H. 18 de Ngaloba,128 ambos africanos, los cráneos de Petralona,127,129 Swanscombe, Steinheim, Fontéchevade y Atapuerca en Europa, y aún otros.62,124,201 La mayor parte de ellos son denominados «arcáicos» y los cráneos poseen morfologías que parecen debidas a un mestizaje.
Fig. 5.5. Vista lateral del cráneo Skhul V, reconstruidas las partes que no se encontraron.
Seguramente, un factor importante para que no sea más amplia la aceptación, o al menos la consideración junto a otras posibilidades, de que estos restos son los de mestizos de otras razas es que, generalmente, no se hallan fósiles de los parentales que les dieron origen en las cercanías. Pero entre los casos positivos se encuentran los restos de Skhul, en Palestina, a los cuales, merece la pena dedicar un poco de tiempo. En la cueva de Es Skhul, situada en el Monte Carmelo, se encontraron a principios de siglo los restos de varios individuos, entre los cuales se hallaban algunos con una altura superior a 1,75 metros y capacidades craneanas que sobrepasan los 1.500 cc. Pero lo más destacable y sorprendente de estos cráneos es que poseen caracteres propios de hombres actuales, y de neandertales al mismo tiempo,63 (véase figura 5.5). En estos cráneos se observa que son menos dolicocráneos y menos aplanados que los de neandertales; es decir tienen más frente que estos últimos. Además, el torus supraorbitario está claramente más marcado que en los hombres actuales, pero es menos masivo que en los neandertales. También poseen un incipiente mentón, que en los neandertales nunca se ha encontrado. En las cercanías del yacimiento de Skhul se encuentran otros yacimientos: los de Qafzeh, Tabun, Amud, Kebara y un poco más alejado, Shanidar. En los yacimientos de Kebara, Tabun, Amud y Shanidar se han encontrado restos de neandertales, datados en unos 50.000 años de antigüedad. En los yacimientos de Skhol y Qafreh es donde se han hallado los restos más similares al hombre actual; se han datado en torno a los 40.000 años, siguiendo una linealidad que va de arcaicos a modernos.130 Sin embargo, hay actualmente una inversión en las cifras aún más acusada. Se siguen da- 32 -
tando, según las dataciones evolucionistas, en unos 60.000 años los restos de yacimientos neandertales, 131 pero los de Skhul y Qafzeh, se sitúan en los 90.000 años de antigüedad.130,132 Estas nuevas dataciones han supuesto un fuerte shock entre muchos paleoantropólogos que no querían ver una convivencia entre neandertales y actuales que, según estas dataciones evolucionistas, debió ocurrir durante al menos 50.000 años. Con anterioridad a estos datos se favorecía la idea de linealidad, aun cuando no todos los antropólogos estuviesen de acuerdo con una filiación evolutiva que fuese de neandertales a modernos.86 La población representada por los restos de Es Skhul debió convivir con las poblaciones de yacimientos anteriormente citados, y sus restos presentan características intermedias entre neandertales y hombres actuales. Los caracteres neandertales provendrían de Kebara, Amud, Tabun, Shanidar, y quizá otros que no se conocen o no dejaron huellas, en tanto que los caracteres actuales habrían entrado a través de poblaciones como las de Qafzeh, de hombres actuales, aunque también estos últimos parece que poseen ciertos aspectos morfológicos de los neandertales, si bien muy atenuados. En cualquier caso, debió de establecerse un flujo genético entre estas o algunas de estas poblaciones, que en un principio poseerían diferencias más marcadas para, al final, diluir características que definían cada tendencia morfológica.
Fig. 5.6. Comparación de los cráneos del neandertal La Ferrasie I, en línea de guiones, y cráneo 792, actual, en línea continua. (Figura elaboración del autor.)138,139 Esta región del Próximo Oriente presenta las características propias de una confluencia de fronteras entre morfotipos diferenciados. No sólo es que existan las poblaciones, progenitoras, sino también el producto del mestizaje entre ellas. Thoma no tiene dudas sobre la realidad de ese mestizaje, al menos en esta región, «[...] no puede explicarse más que por un mestizaje entre poblaciones de neandertales y otra de sapiens sapiens». Las conclusiones a las que llega este antropólogo se fundamentan en el estudio de las relaciones morfológicas entre mestizos actuales y sus parentales, además de descartar la posibilidad genética de que se produzcan variaciones que lleven a estos morfotipos, que supondrían las mutaciones en muchos genes simultáneamente.84,133 Thoma ha estudiado veintisiete caracteres anatómicos en estas poblaciones de Próximo Oriente, Tabun, Skhul y Qafzeh. Según esta comparación, Tabun sería una de las poblaciones, o la población progenitora, como neandertales. El cráneo Tabun I comparte muchas similitudes con Skhul VII, quizá ambos eran neandertales de la misma población, aunque Skhul VII acabó perteneciendo a la población de Skhul. Los cráneos Skhul IV y V poseen muchas características externas pertenecientes a parentales distintos, siendo intermedios. El cráneo Skhul IV es el que más similitudes presenta con el hombre actual, y el cráneo Skhul IX y VII más neandertalianos.84,119 En el caso de los cráneos de mestizos entre blancos y negros de Estados Unidos, se encuentra un promedio del 25% de caracteres propios de blancos y un 75% de negros. Por lo tanto, en estos mestizos hay pocos casos realmente intermedios; eso sí, la variabilidad morfológica del cráneo se extiende por todo el rango de variabilidad de los parentales y, por tanto, es mayor que la variabilidad de blancos y negros tomada por separado,134 de modo similar a los casos de Skhul. - 33 -
Es difícil el análisis e interpretación de una mezcla de caracteres, porque dependen de la recesividad o la dominanción de los alelos, de la cantidad de genes que se encuentran implicados y del grado de mezcla que se produjese. En cualquier caso, son muchos los restos fósiles humanos que presentan signos de mestizaje, demasiados para ser considerados eslabones de una cadena evolutiva. Si analizamos con detalle la escala evolutiva, la mayoría de evolucionistas supone que deben haber existido esos intermedios, pero no se han encontrado para ningún animal o planta, y tampoco creemos que al llegar a los seres humanos nos hallemos ante un número de pasos intermedios que, sencillamente, es similar al número de restos fósiles que son considerados como «razas puras»; tales son los casos de los erectus o los neandertales. Fig. 5.7. Cráneo 243.673 U.S. National Museum perteneciente a un indio americano Piegan. Posee caracteres neandertales.
Hombres prehistóricos y actuales Esporádicamente, se ha informado de la existencia de restos óseos, fundamentalmente cráneos, de personas que han vivido en un pasado reciente, y que poseen características propias de los cráneos de neandertales o erectus. Hay diversos informes de cráneos americanos –según las cronologías evolucionistas, la presencia del hombre en el continente americano no superaría los 20.000 años–211 con características propias de los neandertales, a los que, en ocasiones, se ha llamado neandertaloides americanos. El cráneo catalogado en el Museo Americano de Historia Natural como U.S.N.M. 279.202 presenta una altura próxima a la de los neandertales, posee una frente escasa y es relativamente alargado.135 Este cráneo perteneció a un aleutiano y éstos, junto con los mongoloides, presentan, en general, cráneos más bajos que los del resto de poblaciones humanas y, a la vez, una mayor capacidad craneana.117 Ambas características son también propias de los neandertales: bóvedas craneales bajas y mayor capacidad del cráneo que en el hombre actual. Cráneos similares al anteriormente mencionado se han encontrado en otras zonas de América (tal es el caso del U.S.N.M. 243.673)136 aunque en algunos casos lo único que queda de ellos es la descripción, sin posibilidades de comprobación.137 El cráneo 729 de la Colección del Departamento de Anatomía de la Universidad de Sydney, en Australia, es el de una aborigen australiana, enterrada en 1880 en Tamworth. Éste es un cráneo en el que el esplacnocráneo posee las características propias de un hombre actual, pero cuyo neurocráneo presenta una morfología cercana a la de neandertales y erectus. La región occipital presenta gran similitud con la de los erectus. Tiene un cráneo largo, de frente baja, más baja aún que en el cráneo que aquí representa al de los neandertales, el de La Ferrasie I138 (véase figura 5.6). La línea que va desde la glávela hasta el vértex es prácticamente la de La Ferrasie I, situándose el vértex del 792 incluso más bajo que en el cráneo neandertal. El torus supraorbitario es enorme, mayor que en algunos de los neandertales, teniendo en cuenta, que además, es el cráneo de una hembra. El grosor del hueso, en el cráneo, también es superior a la mayoría de los cráneos de hombres actuales, y es más próximo al de neandertales y erectus. Es destacable que el perímetro craneal, en un plano horizontal que pasa por la glábela, es similar al de los erectus (véase figura 5.8). - 34 -
Fig. 5.8. Comparación de los perímetros craneales de gorila, erectus, 792 y hombre actual, en orden de arriba a abajo.
En conjunto, una cara de hombre actual y un cráneo neandertaloide que incluye rasgos de erectus.139 La mandíbula de Mauer (véase figura 5.9), que se considera de erectus o de un arcaico, y que nosotros pensamos que podría ser de un mestizo, presenta características comunes con mandíbulas actuales; tal es el caso de la mandíbula de un negro actual que se halla en el Museo de Antropología de París, catalogado con el número 4.560,140 siendo relativamente frecuente encontrar una morfología similar entre las mandíbulas de los indígenas de Nueva Caledonia,206 que por otra parte tienen un cráneo moderno, o los indígenas australianos (véase figura 5.10).136 Fig. 5.9. Mandíbula de Mauer.
Fig. 5.10. La mandíbula superior, 331.347 U.S. National Museum, pertenecía a una mujer australiana contemporànea. La mandibula inferior es la del erectus-neandertal de Mauer. Es destacable la falta de mentón en la mandíbula inferior.
Por su parte, Coon afirma haber visto a hombres actuales con torus supraorbitales similares a los de erectus: uno en India, otro en Ghana y otro en Estados Unidos.20
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Capítulo VI. El hombre en las eras geológicas Historias de gigantes Según la revelación bíblica, los hombres fueron gigantes en los albores de la humanidad y, probablemente, hasta el diluvio. Sin embargo, los restos fósiles no nos han permitido desvelar las características físicas del hombre antediluviano. Existen restos de seres gigantescos, pero son muy pocos y de escasa significación; a pesar de ello, los repasaremos. En el año 1935, G. H. R. von Koenigswald, paleontólogo holandés, encuentra los primeros dientes de un ser enorme, y que por la morfología de las piezas, parecen tener relación con el hombre. El hallazgo no se realiza en una excavación, sino en una farmacia china, donde se encuentran a la venta huesos y dientes destinados a la elaboración de preparados populares para los que, son imprescindibles los «huesos de dragón». A los tres primeros molares, siguió una ingente cantidad de dientes, todos ellos conseguidos en colecciones de «huesos de dragón». Sin conocer la cara del animal, origen de las piezas, se denominó Gigantopithecus blacki. La descripción detallada de los tres primeros molares encontrados corrió a cargo de Franz Weidenreich, mientras Koenigswald permanecía como prisionero de los japoneses durante la segunda guerra mundial. En general, los dientes del gorila son los mayores entre los antropoides, mayores también que los del hombre; y los molares del ser recién descubierto superan en tamaño a los del gorila. El área de la superficie oclusal de la muela es hasta cuatro veces la superficie del correspondiente molar humano, y con unas características que llevaron a Weidenreich a decir: «Gigantopithecus no es un antropoide sino un homínido típico».25 Propuso, por tanto, que en lugar de Gigantopithecus, se le llamase Giganthropus. En 1952, Koenigswald, ya liberado del cautiverio, publica otra revisión sobre los tres molares, en la que corrobora la similitud morfológica con los molares humanos, pero no aproxima estos restos al hombre, por encontrar en ellos rastros de especialización.141 Comienza a haber más luz cuando se encuentran las mandíbulas de estos animales, la primera de ellas, como los primeros molares, en China, en 1956. Posteriormente se encontraron otras dos mandíbulas; y en 1968 una cuarta en la India, pero atribuida a otra especie: Gigantopithecus bilaspurensis. Aunque la cifra de dientes encontrados hasta ahora supera el millar, no hay más restos que éstos. La mandíbula III, la mayor de todas, encontrada en China, se atribuye a un macho viejo (véase figura 6.1), y en ella, como en las otras mandíbulas, se observa una morfología muy propia de los simios. Fig. 6.1. Comparación de la mandíbula de Mauer, con la de Gigantopithecus blacki III. El tamaño de este animal se estima entre los dos metros y medio y los tres metros y medio según los investigadores pero, en cualquier caso, nos hablan de un gigante, aunque no humano. La forma de la arcada dentaria, el colmillo y la falta de mentón son, entre otros caracteres, los que llevan a pensar que se trata de un mono antropomorfo.142 Hay investigadores que encuentran en los dientes de este animal una similitud mayor con los del australopitecino que con los del gorila,143 pero no creemos que tuviera más relación con el ser humano que la de haber vivido en la misma época. De cualquier forma, estos restos no son ni abundantes ni lo suficientemente representativos como para darnos una visión aproximada de cómo fue este animal. Lo que sí se puede - 36 -
decir es que se trataba de un vegetariano especializado en la trituración de duras semillas,144 que es lo que pueden decirnos unos dientes y unas mandíbulas. Otros restos de posibles gigantes han sido clasificados como Meganthropus, y tampoco son muchos. Dos fragmentos mandibulares, encontrados en el sureste asiático, han sido atribuidas a la especie Meganthropus palaeojavanicus. Uno de los fragmentos mandibulares consta de los dos premolares y el primer molar, además del hueso que los soporta; el otro fragmento posee el primer y segundo molares, además de la raíz del segundo premolar25 (véase figura 6.2). Weidenreich también calificó a Meganthropus como homínido, en función de sus características dentales y óseas. Este mismo investigador ha estudiado las posibilidades de alguna patología en estos fósiles, patologías tales como acromegalia, enfermedad de Paget u otras hipertrofias, pero han sido desechadas debido a que la estructura de estos restos es uniforme y acorde con la normalidad.25 Consecuentemente, su considerable tamaño parece debió ser el normal de esta especie. Con tan sólo estos restos, ha habido paleontólogos que los han considerado pertenecientes a un australopitecino asiático, en tanto que otros piensan que es un habilis145 y aún otros los atribuyen a erectus.122
Fig. 6.2. Fragmento mandibular de Meganthropus palaeojavanicus Éstos son los restos más similares a los humanos, con las características que habrían de tener en un gigante, pero son pocos y no debemos excedernos en las conclusiones. En cualquier caso, no debiera extrañarnos la existencia de simios gigantes, puesto que ha sido una constante en muchos grupos zoológicos la existencia de versiones gigantes entre sus representantes. Casos destacados son tiburones, cocodrilos que doblaban en tamaño a los actuales, perezosos, rinocerontes, libélulas, arañas y, por qué no, monos.146
Leakey y sus hombres prehistóricos Louis S. B. Leakey ha sido uno de los antropólogos que más ha influido, en el contexto evolucionista, a cambiar la idea de un origen del hombre en Asia, y situarlo en África, idea que propuso Darwin, pero que después caería en el descrédito. Sin embargo, sus ideas sobre la antigüedad del hombre, que conservaría durante toda su vida, no pudo verlas respaldadas por una gran parte de la comunidad científica, puesto que se trataba de una heterodoxia en el ámbito de las ideas establecidas. Aclaremos que, según la teoría de la evolución, el hombre actual surge hace 90.000 años, a lo sumo, lapso de tiempo infinitesimal en la escala geológica, y que Leakey tampoco pretendió situar su origen a decenas o cientos de millones de años de la actualidad. Pero sí es cierto que encontró pruebas de la existencia de hombres con una morfología propia de los actuales, en fechas relativamente lejanas para el evolucionista. - 37 -
La historia comienza en 1913, cuando Hans Reck, antropólogo alemán, comunica el hallazgo de un esqueleto humano en Oldoway con características de hombre actual, pero situado en un estrato que habían datado en el Kamasiense superior, en la cronología evolutiva, de hace un millón de años, aproximadamente. La comunidad científica se muestra excéptica sobre la edad y modernidad del hallazgo. Leakey también lo pone en duda. Para aclarar la situación, una expedición vuelve al lugar del descubrimiento en 1931, formando parte de ella Leakey y Reck. Leakey lo vio tan claro que, a pesar de su afamada tozudez para cambiar de opinión, reconoce en el estrato las impresiones iniciales del investigador alemán.15,147 Inmediatamente, se les responde que debió de tratarse de un enterramiento intrusivo, el tan poco original recurso utilizado para que siempre encajen los resultados en las teorías. Si realmente alguien lo enterró allí, se puede considerar que no prueba nada, y lo desechamos. Pero, ¿ocurrió realmente esto? Leakey contesta que el esqueleto se encuentra impregnado por la misma tierra amarilla del estrato número dos en el que se encontró, y sobre el estrato dos se sitúa el tres, de color rojo y textura diferente. Lo que no se encontró fue que las tierras de los estratos entre los que se encontraba el esqueleto estuviesen revueltas, tampoco se produce esta mezcla en la tierra que se ha adherido a los restos, tal y como Leakey pudo comprobar en Munich, donde se encontraba el esqueleto. Sin embargo, es esto lo que cabe esperar si el hombre fue enterrado en estratos de tiempos anteriores a los que él vivió. Simultáneamente, comunica que en Kanam ha encontrado restos que podían ser coetáneos e incluso más antiguos que los de Oldoway, pero que identifica igualmente como los de un humano como los actuales,148 lo que él cree que refuerza su argumento.148 Finalmente, ante lo que consideramos debieron de ser fuertes presiones, Louis Leakey y Hans Reck se retractan de sus ideas y de sus descubrimientos, asegurando que lo que habían visto antes, ahora es de otra manera. Los colores de las tierras en los estratos, además de sus texturas, parecen ahora confundirse.150 Pero Leakey todavía tiene los restos de Kanam y Kanjera, restos que él sitúa en la edad de los de Oldoway. La mandíbula de Kanam es ubicada en el Pleistoceno Inferior, o incluso en el Plioceno, pero tiene mentón, y la clasifica como si de un hombre actual se tratase. Los cráneos de Kanjera parecen más primitivos que los actuales, pero no tanto como para dejar de pensar que son humanos.151 Ahora es Leakey quien comete el error, que lleva al stablishment a cebarse en él. Cuando va a mostrar el lugar en el cual ha encontrado los nuevos restos, resulta que las marcas dejadas en forma de clavos han sido usadas por los lugareños para hacer anzuelos, y no puede precisar con seguridad en qué lugar se encontraban.152 Se pone en duda, incluso, la competencia de este antropólogo, que prácticamente ha de olvidarse de todas estas ideas sobre la antigüedad del hombre. Intentó defenderse en una comunicación a la revista Nature, pero no se le permitió pasar de una corta explicación en la que llama la atención la queja implícita de Leakey, por la predisposición a no creer en lo que él ha encontrado evidente.153 La mandíbula de Kanam ha sido posteriormente estudiada en detalle y, quizá, lo más destacable es la presencia de un mentón y de una deformación neoplásica. A esta última han atribuido algunos la aparición del mentón, pero no está claro que esto fuera así. Por otra parte, prácticamente todas las características de este fragmento óseo entran en los márgenes de variabilidad humana; y si estas características son extremas, de entre esa variabilidad, bien pueden ser debidas al proceso tumoral. En cualquier caso, se hace una media aritmética, adelantando la edad del resto para situarla en el Pleistoceno Medio-Superior, y se hace de menos al mentón para situarlo, definitivamente, como un erectus.112,154 En 1970 Leakey responde a las preguntas que, sobre la mandíbula de Kanam, le efectúan los doctores Sermonti y Fondi. Deja claro que sigue creyendo que este fósil debe situarse en el Pleistoceno Inferior o Plioceno Superior.155 Cuando Richard Leakey presentó a su padre Louis Leakey, el controvertido cráneo KNM-ER 1.470, recién descubierto, comentando sus características humanas y su edad (evolutiva), su padre le dijo: «Es maravilloso, pero no te creerán».156 - 38 -
De hombres y dinosaurios Quizá fuese el doctor Roland T. Bird, allá por los años treinta, el primero que dijo ver en los mismos lugares huellas humanas y de dinosaurios; esto fue en Gallup, Nuevo México. Estas huellas proliferarían con el tiempo. Bird fue el descubridor de una de las series de pisadas fósiles de dinosaurios más importantes, debido a la claridad que poseían y a la información de la que eran portadoras. El lugar en el que las descubrió, el río Paluxy en Glen Rose, Texas,157 es donde se localizan las huellas de hombres y dinosaurios juntas. Muchos han descrito estos fósiles, pero no todos han coincidido en su interpretación. Hay quienes aseguran la absoluta claridad de las huellas, tanto las de hombres como las de los dinosaurios, que son coincidentes en el tiempo y muy cercanas en el espacio. A éstas se añaden huellas de otros animales, tales como felinos.158 Sin embargo, otros no ven tan claro el origen de algunas de estas impresiones. La huella felina encontrada en este lugar, muy nítida, no podemos asegurar que no sea el producto de un cincelado intencionado, aunque tampoco se puede descartar que sea auténtica.159 Las huellas humanas, por su parte, bien podrían ser el resultado de las lógicas deformaciones sufridas por el barro sobre el que los dinosaurios dejaron su impronta.160,161 El lecho del río Paluxi, en el que se encuentra buena parte de estos restos, pertenece al Cretácico Inferior, pero se han comunicado casos en estratos inferiores, aunque los restos sean menos fiables aún. Se han descrito huellas humanas en el Carbonífero en varios estados de los Estados Unidos, aunque parece muy probable que hayan sido esculpidas en la piedra, quizá por indígenas precolombinos.162 De estratos aún inferiores, en el Cámbrico de Utah, Estados Unidos, son las huellas de pies calzados, humanos, que conservan trilobites pisados dentro de la huella.163 Ninguna de las huellas mencionadas hasta ahora está absolutamente confirmada, pero han de ser tenidas en cuenta. También llaman nuestra atención las huellas humanas de Laetoli, Tanzania, que, según los evolucionistas, son mucho mas recientes.9 Han sido datadas en unos tres millones y medio de años, pero muchos investigadores piensan que son de auténticos hombres2,12 (véase capítulo).
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Capítulo VII. Aspectos culturales de la prehistoria La existencia de artilugios evidencia una inteligencia superior, pero si éstos no existen, no significa necesariamente una falta de ella. Abundan los restos musterienses y achelenses, pero no podemos concluir que los hacedores de uno u otro tipo cultural sean superiores. Leroi-Gourhan insiste en la envidiable capacidad de los artífices de estas culturas.164 No discutimos que una técnica sea superior que otra, pero sin parangón con las diferencias que hay entre un satélite artificial y un hacha de piedra. Ambos tipos de culturas coexisten hoy y nadie piensa que los hombres que han hecho uno y otro instrumentos sean diferentes. A pesar de esto, se ha querido atribuir un grado de desarrollo cultural a cada nivel intelectivo supuesto para cada eslabón evolutivo.
Fig. 7. 1. Instrumento lítico muy rudimentario. Los australopitecinos serían los primeros seres con características humanas, según la teoría de la evolución, y a ellos se atribuyeron implementos cuando fueron descubiertos. Se les atribuyó la capacidad de hacer fuego, aunque después se pensó que seguramente se trataba de incendios fortuitos, más que fogatas intencionadas. Se encontraron restos de estos animales junto con restos óseos, rotos sistemáticamente del mismo modo, como después se demostraría que podían haber hecho las hienas. Se encontraron implementos de piedra que ahora parece más razonable atribuir a los erectus, puesto que sus restos óseos y los de australopitecinos se encuentran en situación de coincidencia temporal y espacial.63,114,165 Pensamos que es probable que los australopitecinos utilizasen herramientas, puesto que los chimpancés las usan. Sólo bajo determinadas condiciones se ha visto que las utilizaban orangutanes, babuinos y macacos, pero son excepciones.166 Que neandertales y hombres actuales han coexistido y se han relacionado, es algo que parece fuera de duda. La cultura chatelterronense se ha atribuido hasta hace poco al hombre actual,62 aunque sólo se encontrase con los restos humanos de Combe Capelle como posibles hacedores del instrumental lítico.167 Sin embargo, el descubrimiento, a principios de los años ochenta, del Hombre de Saint-Cesaire, neandertal clásico, ha hecho cambiar la idea al uso, que atribuía útiles a tipos humanos, aunque no se hubieren encontrado restos de estos últimos.125,167 Si el Hombre de Saint-Cesaire fue quien ideó estos útiles de piedra, o lo aprendió de otros hombres, no lo sabemos, pero en cualquier caso aproxima las etnias neandertal y actual. Por su parte, en Qafzeh, donde se encuentran restos de hombres actuales, se hallan también utensilios musterienses, una cultura exclusiva de los neandertales, sus paisanos en Próximo Oriente.54,125 Las representaciones pictóricas y escultóricas son patrimonio del hombre actual, salvo una posible figura de Berekhat Rans, del achelense, con una edad atribuida por la cronología estándar de 230.000 años.80 Es notorio que en culturas contemporáneas de Qafzeh, no aparecen representaciones de este tipo, lo que significa que la falta no es, necesariamente, sinónimo de incapacidad de realización. ¿Por qué erectus y neandertales no han dejado pinturas o esculturas? Quizá las realizaron sobre materiales perecederos, tales como la madera, pero, en cualquier caso lo desconocemos. - 40 -
Fig. 7.2. Figura de mamut esculpida en un colmillo del mismo animal. La “Revolución francesa” del paleolítico, fechada por las cronologías evolucionistas entre el 50.000 y el 40.000 a.C. se dice que supuso el inicio de las manifestaciones instrumentales del hombre actual. Esto tiene su manifestación en un utillaje más sofisticado que el considerado predecesor. A esta idea se oponen recientes investigaciones realizadas cerca del lago Beringo, en Kenia. Allí se han encontrado delicadas piezas que, además, eran producto de una manipulación previa del núcleo de piedra; nada de improvisación y mucho de manipulación previamente estudiada. Todo ello hace 240.000 años, según las dataciones estándar. Una verdadera revolución, aunque en África hay más zonas con estas características.219 Una capacidad de abstracción tan evidente como la de los neandertales, que enterraban a sus muertos en lechos de flores (como es el caso del yacimiento de Shanidar),168 que separaban habitaciones en sus viviendas e incluso las pavimentaban, no parece lógico que fuesen incapaces de la representación pictórica o escultórica. La etnia erectus tampoco se ha encontrado ligada ni siquiera a enterramientos, pero esto no nos parece excluyente, puesto que una práctica profundamente religiosa, entre los parsis y tibetanos actuales, supone el abandono del fallecido a la rapiña.168 Quizá el útil de piedra tenga alguna otra significación, más lejos del puro útil, posiblemente simbólica. ¿Podría tener un significado religioso? Esto es lo que piensan algunos investigadores. La forma de almendra de la piedra, que se prodiga de un modo u otro en todas las culturas, llegando a transformarse en esculturas tales como las venus auriñacienses del Paleolítico Superior, quizá fuese una representación de la divinidad. Incluso, a lo mejor, ésta sería la función primordial de la piedra tallada, que alcanzaría el tamaño de una mandorla megalítica en algunas colosales representaciones.155 Sí parece cierto que en muchos bifaces se encuentran rasgos puramente artísticos, pues se observa la búsqueda de simetrías que parecen exceder la exclusiva funcionalidad. Además, se han encontrado bifaces achelenses en las que se han respetado, sin destruir, fósiles incluidos en la piedra.202 Lo expuesto nos permite mantener a los erectus entre los humanos. Ahora cabe preguntarse dónde debemos situar algunas etnias primitivas que pueblan todavía la tierra. Evidentemente, entre los humanos. Sin embargo, su modo de vivir es más próximo al de un neandertal o al de un erectus, que al de un habitante de una ciudad, aunque su cráneo sea como el nuestro. Aún existen en las Islas Andaman tribus de pigmeos que se limitan a la conservación del fuego; no lo generan.169 En Australia no se conocía la agricultura cuando llegaron los primeros coloFig. 7.3. Representación escultórica en bulto redondo. Venus auriñaciense de Wilendorf. - 41 -
nos europeos. Los aborígenes del desierto de Gibson, los bindibus, no utilizan recipientes para guardar agua y se desplazan con las lluvias, bebiendo de charcas y pozos que encuentran. Sus instrumentos son de piedra y madera. Fueron descubiertos en 1969 por personal de la base espacial de Woomera.170 En 1876 moría el último representante de los tasmanos, etnia que debido a la extraordinaria sencillez de su cultura material, llegó a calificarse como no humana. Sus herramientas consistían en varas de madera afiladas por un extremo a modo de lanza, la maza australiana y piedras talladas sin pulimentar. No tenían viviendas y sólo construían parapetos vegetales para resguardarse del viento cuando lo necesitaban. Fueron languideciendo en una reserva, privados de su identidad y obligados a adquirir una cultura «superior», que acabó con ellos en cuarenta años, siendo al comienzo de este período dos mil individuos.171 ¿Eran los tasmanos, o los erectus, menos inteligentes que los hombres actuales, o simplemente tenían lo que necesitaban? Cinco mil soldados británicos fueron necesarios para la captura de los tasmanos, aunque no consiguieron atrapar a ninguno; sólo pudieron ser reunidos tras convencerlos. El panevolucionismo lleva irremediablemente al dogma en la interpretación y limita el enriquecimiento en ideas, que ante los hallazgos podría llevarnos con mayor facilidad a la correcta interpretación de los datos.
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Apéndice I Concepto de especie Darwin no creía que existiesen las especies, como grupos naturales de seres vivos, sino que se trataba de agrupamientos arbitrarios por razón de conveniencia.107 No llegó a dar una definición y sostuvo que «[...] al determinar si una forma debe ser clasificada como especie o como variedad, la opinión de los naturalistas de buen juicio y larga experiencia parece la única guía a seguir». Desde entonces no han mejorado mucho las cosas Dobzhansky, uno de los padres del neodarwinismo, aun teniendo su personal definición de especie, prefiere las descripciones y, en último término, se adhiere a los postulados de Darwin.172 Además de este concepto de especie, que podríamos llamar práctico,173 existen otros muchos tipos,173,174 pero es la definición de especie biológica de Ernst Mayr la más aceptada. Según ésta, las especies son grupos de poblaciones que son actual o potencialmente interfértiles, las cuales están aisladas reproductivamente de otros grupos semejantes.175 Hay investigadores que opinan que, finalmente, no deja de ser otra definición fundada en los fenotipos y que, por tanto, no es menos arbitraria que otras definiciones, porque resulta imposible saber si dos poblaciones son capaces de interfertilización, si no se observa, claro está, en la naturaleza. Y como llegar a este conocimiento no es practicable, siempre habrá una aceptación de evidencias supuestas y, en último término, el apoyo en los fenotipos para poder clasificar. Este apoyo se hace inexcusable si hablamos de seres con tipos de reproducción asexual, apomícticos, quedando excluidos de las posibilidades que ofrece la definición biológica de especie, y lo mismo podemos decir de los fósiles, por razones obvias.174,176 Tomar la fertilidad como criterio de discriminación presenta también otros inconvenientes. Hay grados de esterilidad entre especies, que se traducen en una esterilidad del híbrido, en ocasiones, y tan sólo una esterilidad relativa, en otras. En ocasiones hay fecundación, pero el desarrollo embrionario se detiene en alguna etapa. En definitiva, es muy difícil definir una especie en términos tan rígidos como los impuestos por Linneo, obligado por los conocimientos de su tiempo, pues esos términos eran muy limitados en lo que se refiere a cruzamiento entre animales, que era el fundamento de su idea de especie, junto con la morfología. Linneo consideraba la especie como la forma creada durante los días de la creación, creaciones independientes. Era creacionista y a la vez fijista, sin dar oportunidades a la variación del ser vivo. Aún así, su sistema de clasificación se sigue utilizando en sus líneas fundamentales, y el fijismo linneano permanece como un lastre en la actualidad. ¿Por qué encorsetarse en un sistema que sólo clasifica lo obvio? El baramín (del hebreo bara, que significa creado), y min, que significa tipo, tipo creado, es una categoría taxonómica aceptada por una buena parte de biólogos creacionistas,100,177 y es más abarcante que la especie clásica. Se fundamenta en la especie politípica, pero va más allá. Una especie politípica, estaría constituida por diferentes subespecies separadas geográficamente, se correspondería con los Formenkreis, «círculos de morfologías» de Kleinschmidt, o las Rassenkreise de Rensch, y vendría a significar «círculos de razas».100,178 El hombre es considerado una especie politípica, puesto que hay una gran variación. Las subespecies también son categorías taxonómicas subordinadas en un politipismo. Esta es la regla y el monotipismo la excepción. El baramín abarca más, incluyendo seres cuyas células germinales son capaces de interactuar, iniciando la formación del nuevo ser como un conjunto coordinado, aunque sólo sea eso.173 También se incluyen en un baramín y los organismos con proximidad morfológico-anatómica, permitiendo la clasificación de seres asexuales. Las fecundaciones sólo se producen entre seres morfológicamente similares y, aunque se han comunicado extrañas hibridaciones, éstas no han podido ser demostradas.173 - 43 -
Así pues, el baramín podría abarcar los organismos agrupados en familias o incluso en órdenes.100 Consecuentemente con lo dicho, el panorama de clasificación de los cinco reinos de seres vivos, debe cambiar. Las aves pueden agruparse en unos pocos baramines, aunque mucho más amplios que lo abarcado por la especie. En el orden Passeriformes, que incluye a los gorriones, hay 5.712 especies diferenciadas, de las cuales al menos 460 son capaces de dar descendencia en el cruzamiento; esto supone un 8%. En el orden Galliformes el grado de hibridación supera el 21% y, en conjunto, son interfértiles más del 9% de las aves.179 Si aplicamos el concepto de baramín en toda su amplitud, el número de agrupamientos según los tipos creados sería muy inferior al número de especies. En el valle central de California, Estados Unidos, viven siete subespecies de la salamandra Eusatina eschscholtzi. Las siete subespecies forman un círculo en torno al valle, siendo interfértiles entre subespecies adyacentes pero las subespecies que cierran el círculo, croceator y klauberi, aun siendo simpátricas, no se pueden mezclar, por lo que deberían considerarse especies distintas.172 Sin embargo, si utilizamos el concepto de baramín, no sólo estas subespecies formarían parte del baramín, sino muchas otras especies. Se trata simplemente de casos de variación dentro de un tipo creado que, además, por mucho que varíe, nunca dejará de ser salamandra. El escarabajo de la harina, Tribolium castaneum, se extiende por todo el mundo, aunque en ciertos casos, se ha encontrado, no sin sorpresa, cómo algunas poblaciones no son reproductivamente eficaces entre sí, y ello gracias a un gen letal de distribución materna, que no todas las poblaciones poseen. Así, si el espermatozoide no posee el gen pero el óvulo sí, la descendencia muere. Serían especies distintas, aunque morfológicamente no se distingan y, por su puesto, son el mismo animal.180 En el caso del hombre, los grupos poblacionales existentes, junto con neandertales y erectus, forman un baramín que habría sufrido una ampliación por diversificación . Tras estos ejemplos, sólo queda señalar que no hay prueba alguna de que pueda surgir un baramín a partir de otro, sólo hay evidencia de la diversificación intrabaramínica. Esto nos lleva a creer en una microevolución, como la variación que puede verse en el lapso de vida de un hombre, y rechazamos la macroevolución, que se produce a través de las eras geológicas; es decir, no ocurre, puesto que la paleontología no demuestra este último extremo.
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Apéndice II Homo habilis El Homo habilis es una especie establecida y generalmente aceptada, aunque sus restos no sean abundantes. En 1964, Leakey, Tobias y Napier describen una nueva especie, estableciendo como tipo de referencia el fósil O.H.7, que consiste en una mandíbula, con su dentición, un molar del maxilar, los parietales y siete falanges de la mano; todo ello atribuido a un mismo individuo.181,182 Los paratipos considerados en esta primera descripción fueron seis, de los cuales O.H.16 ha pasado a ser un erectus para unos, mientras otros piensan que es de un australopitecino.6 O.H.13 y O.H.14 se toman actualmente como pertenecientes a australopitecinos, Homo habilis, e incluso como erectus, según los investigadores. 6,112 Tres de los paratipos siguen siéndolo, aunque todos han sido puestos en duda en alguna ocasión.6,95 Posteriormente, se han encontrado restos más completos: tal es el caso de O.H.24, que conserva buena parte del cráneo (véase figuras II.1 y II.2).6,183 O.H.62, encontrado en 1986,184 y el famoso y controvertido KNM-ER 1.470,185 que en un principio fue clasificado como habilis, para compartir ahora esta denominación con la de Homo erectus20 y Homo rudolfensis.95 Hay investigadores que opinan que hay heterogeneidad suficiente entre los componentes del grupo habilis para desdoblarlo en dos. Por un lado, los restos KNM-ER 1.590 y KNM-ER 1.470, que serían los de mayor tamaño, y cerebro mayor, a los que pasaría a llamárseles Homo rudolfensis,95,186 y, por otro lado, los de cerebro menor y menor tamaño, tales como KNM-ER 1.813, O.H.24 y O.H.62, que seguirían siendo habilis. Nosotros creemos que los primeros son erectus,20 y los segundos australopitecinos.
Fig. II.l. O.H.24 en vista frontal. Evidentemente, si hay algo que falta es claridad. Los fósiles son llevados de aquí para allá. Otros restos anteriormente descubiertos han tratado de atribuirse a la especie habilis, tales como Meganthropus palaeojavanicus,145 algunos Sinanthropus, etc.112 Pero no se han aceptado, generalmente, miembros asiáticos para esta especie africana. La anatomía del Homo habilis no nos permite concluir que posea el rango de humano, y sí creemos que se aproxima más a los australopitecinos. Su cerebro parece ser algo mayor que en los australopitecinos, pero es menor que en erectus. La dentición parece más próxima a la de los erectus, aunque sin unanimidad al respecto. Son muy pocos los casos de correspondencia segura entre cráneos y esqueleto poscraneal, lo cual ayuda a enturbiar aún más el asunto. - 45 -
Fig. II.2. O.H.24 en vista lateral.
Los restos del fósil O.H.35 corresponden a una tibia y un peroné, atribuidos al Homo habilis, pero no por todos los investigadores. Algunos los han incluido entre los Australopithecus africanus y otros entre los robustus.187,188 Para Lovejoy, estos restos entran en la variabilidad del hombre actual; hay características que no se han encontrado nada más que en humanos, y considera que pertenecieron a un ser con un avanzado grado de bipedismo. Aun así, sin descartar el bipedismo, éste no debió de ser total, suponiéndole la capacidad de una trepa ágil.188 Las falanges del O.H.7 presentan profundas marcas de inserción de los músculos flexores digitales superficiales, como en el chimpancé, lo que posiblemente suponga una actividad trepadora importante.7 Del fósil O.H.62 se desprende que la estructura del húmero se corresponde más con el tipo simio que con el humano, igual que ocurre con la relación entre peso y estatura.189 También el cráneo de este fósil es similar al de Stw 53,184 al que suele relacionarse con el Homo habilis, pero cuya estructura facial ha sido reconocida, en ocasiones, como propia de Australopithecus africanus, sobre todo en lo que respecta a la dentición, manifiestamente australopitecina.186 En general, su esqueleto poscraneal, en lo que refiere a las proporciones y tamaño, es muy próximo al de Lucy, A.L.288-1, un australopitecino. Desde un principio, algunos paleoantropólogos han planteado la posibilidad de que Homo habilis no sea más que una variedad de los australopitecinos descritos con anterioridad.6,115,190,191 Otra vez se plantea el problema de la variabilidad como pendiente de solución. Tampoco hay evidencia contundente de la atribución de implementos a esta supuesta especie. Sus restos se han encontrado junto a restos de erectus,114 y es a estos últimos a los que atribuimos la paternidad de los instrumentos que se han encontrado junto a ellos. Vista la clara indefinición en la que están sumidos estos restos, hemos preferido no incluirlos en este escrito. Aunque para el evolucionista, suponen el paso de los australopitecinos a el hombre, no está probado que sean siquiera diferentes a otros fósiles descritos y, por otra parte, coexistieron con australopitecinos y erectus, con el problema que esto supone para las tesis evolucionistas.
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Apéndice III Las razas humanas La variación de las formas vivas es un hecho evidente. Nuestros hijos no son idénticos a nosotros, que además somos menos parecidos a los aborígenes australianos que a nuestro vecino. Este último tipo de diferencia entre seres humanos es el que ha llevado a la diferenciación del hombre en razas. Entre las primeras sistematizaciones estuvo la de Linneo, que diferenció Homo americanus, Homo europaeus, Homo asiaticus y Homo afer. Éstos se corresponden con las grandes agrupaciones raciales. Coon habla de caucasoides, mongoloides, australoides, congoloides y capoides.20 Vallois y Marquer reconocen un grupo australoide, otro leucodermo, otro melanodermo y otro xantodermo.192 Con ligeras variaciones vienen a ser negros, blancos y amarillos. Estas clasificaciones hacen referencia a caracteres morfológicos o de color. Es lo que más nos llama la atención, pero ¿por qué no clasificar según los grupos sanguíneos? El genoma humano incluye unos 100.000 genes, que determinan, en buena medida, las diferentes estructuras corporales y su fisiología. De estos genes, sólo unos pocos codifican los caracteres que comúnmente se utilizan para la diferenciación racial. El color de la piel puede quedar definido por unos cinco genes.193 Esto nos muestra cómo ligeras diferencias moleculares determinan grandes variaciones para la vista. Los, posiblemente, cinco genes que definen la pigmentación, no deben hacernos pensar que los negros o los blancos tienen este o aquel gen o genes. Se trata de una cuestión más sutil, en la que se han de medir las actividades de los mismos genes presentes en todas las razas. Y no son sólo los genes los que determinan nuestro aspecto; el ambiente también tiene un papel. En estudios con gemelos ha quedado claro que la talla de una persona está codificada genéticamente de un 65 a 85%, el resto depende del ambiente.193 Podemos decir, entonces, que nosotros podríamos ser diferentes a como somos si las circunstancias hubieran sido otras, sobre todo durante nuestro desarrollo. La alimentación, la temperatura o la altura sobre el nivel del mar son factores que moldean nuestra apariencia externa, cuando menos.
Fig.III.1. Cráneo de europeo en vista frontal. - 47 -
Fig.III.2. Cráneo de aborigen australiano en vista frontal.
Aun siendo diferencias pequeñas las que fundamentan la separación en razas, ¿es ésta real? Algunos antropólogos se han amparado en la diferenciación de razas o subespecies zoológicas para dar consistencia a la diferenciación humana. Carlton Coon asegura: «Hablando en términos zoológicos, pisamos un terreno firme»;194 nosotros estamos en desacuerdo.
Fig.III.3. Cráneo de europeo visto de perfil. El concepto de subespecie o raza es aún más confuso que el de especie. Nosotros obtenemos nuestras conclusiones al respecto de estas subespecies animales y vegetales. Moor estudió en 1940 la Rana pipiens, en Estados Unidos, encontrando que los machos podían poseer o no oviductos. Esto variaba según la región en la que viviesen: el este o el oeste. Cuando tuvo en cuenta el tiempo de desarrollo de las ranas, encontró que éste cambiaba según la dirección norte y sur.196 ¿Qué razas definimos: las determinadas por la posesión o no de oviductos en el macho o según el desarrollo? Además de que estos caracteres existen en un gradiente, este a oeste o norte a sur. Cuando hablamos de una raza humana, estamos pensando en el color de la piel, el pelo, los ojos y la nariz, pensamos en todo ello variando a un tiempo en cada raza. Esto es erróneo, según el ejemplo de la rana, que es perfectamente aplicable aquí; sólo los extremos son claros, y esto para cada característica estudiada, no para todas al tiempo.
Fig.III.4. Cráneo de aborigen australiano en vista de perfil.
En el ser humano, las posibles agrupaciones raciales serían diferentes si atendemos a los grupos sanguíneos A, B, O, Rh o el complejo de histocompatibilidad HLA. Y no suele coincidir un tipo de agrupamiento con algún otro. Si necesita una transfusión de sangre, será mejor - 48 -
olvidarse del color de la piel, la forma de los ojos o cualquier otro rasgo físico. Quizá, para un español sea más fácil encontrar un donante compatible entre los aborígenes australianos que entre los suecos.195 Entre los aborígenes australianos, un 20% posee, además de su negra piel, cabellos claros, rubios.196 Igual son más parecidos a los nórdicos que cualesquiera de nosotros. Por otra parte, sólo el 10% de estos nórdicos posee los rasgos que hemos considerado como típicos suyos: altos, rubios, ojos azules etc.196 Se han llevado a cabo estudios sobre las divergencias entre 17 y 24 genes en las diferentes razas , en todos los casos se ha coincidido en que el 85% de la variabilidad genética, en los hombres, se da entre cada individuo de una población (es decir, entre nosotros y nuestros vecinos de vecindario), y sólo el 10% entre grupos raciales distintos.197 El estudio del coeficiente de inteligencia entre blancos y negros siempre ha sido controvertido, y nunca concluyente de diferencias significativas entre unos y otros que no puedan atribuirse a las circunstancias sociales. Sí ha podido comprobarse cómo los coeficientes de inteligencia de los negros, medidos por blancos, suelen ser dos o tres puntos inferiores, que si son medidos por negros.200 Ponemos en boca de Albert Jacquard lo que nosotros mismos pensamos sobre las diferencias entre seres humanos: «¿Merece esta pequeña diferencia toda la atención que, desde hace siglos, le dispensamos?».198 Hace cientos o miles de años hubo mayores diferencias entre grupos de población humanos, pero hoy éstos forman un continuo de ligeras diferencias, que además no son siempre las mismas. Creemos conveniente adoptar la sustitución de la palabra «raza», por la de etnia o grupo étnico, propuesto por la UNESCO en 1950, que supone un ajuste más preciso a una realidad en la que hay poblaciones diferenciadas, pero abandonando un término biológico, correspondiente a subespecie, que viene a sancionar científicamente una realidad que ni siquiera existe entre el resto de los seres vivos y que ha sido aprovechada en muchas ocasiones para justificar la discriminación. Es verdad que también se evita, al menos en parte, la carga ideológica de esta palabra. De cualquier modo, agrada saber que siempre ha habido quienes han defendido la unidad del ser humano. «Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre la faz de la tierra [...]» (Libro de los Hechos de los Apóstoles 17:26).
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