¿Supo Willy Retto que estaba fotografiando su propia muerte? No lo sabemos, pero, en sus últimas tomas, podemos sentir la agónica tensión de estar ante el final de la vida. La cámara no registra la muerte, pero lo cierto es que algo de la muerte se hace presente en estas fotografías. Un cuerpo extraño atrae nuestra mirada en la última fotografía. No sabemos bien de qué se trata, pero aparece ahí la inmersión de algo amorfo que no tiene forma conocida ni identidad precisa. Podríamos decir que se trata de un resto que se ha desprendido de algún lugar, un fragmento de la muerte que aparece sin piedad para dejar constancia de su inevitable presencia. En todo caso, la cámara funciona aquí como el último soporte ante la realidad, como su última ancla. La desesperación del fotógrafo parecería querer convertirla en un escudo, pero no uno para defenderse, sino para afrontarla sin miedo. Digamos que, al perder la cámara, el fotógrafo pierde la vida. Digamos, en última instancia, que Willy Retto vio su propia muerte en la muerte de los demás (Groys: 2016, 38)
*** ¿Qué discurso de la memoria aparece en estas fotografías? ¿Qué clase memoria debemos de construir? Las fotografías de Willy Retto marcan la crisis de lo representable y fisuran todas aquellas representaciones que aspiran a ser totalizantes. Notemos que ninguna de ellas registra propiamente los actos de violencia, aunque en todas podemos intuirla. En ese sentido, estas fotografías parecerían afirmar que toda memoria tiene un punto oscuro, algo que es irrepresentable y que ninguna está completa del todo. Ningún discurso sobre la memoria puede performar dejar de ser consciente de sus propios vacíos y zonas grises. Estas fotografías muestran el agujero que quiebra nuestra necesidad de ver y de representarlo todo. Puede decirse que ellas inscriben la falta en el centro mismo de la historia y emergen como un signo que nombra los agujeros inevitables de la memoria colectiva (Wajcman: 2001, 187). Dicho de otra manera: el discurso sobre la memoria solo puede construirse a partir de la conciencia de sus propios lados oscuros, de sus propios huecos y de sus propias faltas. Desde este punto de vista, un país con memoria no es uno que tenga una versión clara de los hechos, sino un país en permanente búsqueda de sí mismo: uno que no se cansa de regresar, una y otra vez, sobre su propio pasado. Al no poder fotografiar el momento mismo de la violencia, estas fotografías nos invitan a confrontarnos con los vacíos de la historia. En sus encuadres angustiados, lo que ellas ponen en juego es el intento de registrar un momento opaco, una tensión en la frontera de la propia vida. En esta serie, la fotografía es solamente un resto, un residuo, un testimonio que intenta registrar algo extremo, una imposibilidad. Al decir de Didi-Huberman (2003), estas fotografías son insuficientes, pero son imprescindibles. Hoy, en efecto, ya no solo fotografías; son un acto y por tanto se trata de imágenes heroicas. Fueron tomadas “pese a todo”, exponiendo la vida. De pronto, Willy Retto quedó situado ante un acontecimiento que desafió todo lo conocido y, por lo mismo, todo intento de representación. Estas fotografías fueron el último acto de resistencia y representan la terca insistencia humana por dar cuenta del mundo. Desde su hallazgo, ellas han tenido distintos tipo de usos y han servido en los procesos judiciales.