Ciudad nueva - Diciembre 2020

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Especial

Centenario Chiara Lubich 1920-2020 Myriam Quiñones Ulloa

Trabajando para una Humanidad Nueva La experiencia de los primeros tiempos del Movimiento de los Focolares, en los que Chiara y sus primeras compañeras buscaban “solucionar el problema social” de su ciudad azotada por la Segunda Guerra Mundial, sigue siendo una respuesta válida para los tiempos que vivimos hoy La noche del 13 de mayo de 1944, después de un bombardeo, la familia de Chiara Lubich se ve obligada a dejar su casa de Trento y retirarse fuera de la ciudad. Sin embargo, ella decide regresar y quedarse entre la angustia, la miseria y los innumerables padecimientos que se sufren allí. Elige abrazar los dolores de la humanidad. Esta elección es su respuesta de amor concreto, como nos amó Jesús en la cruz. Ya entonces Chiara tenía en el corazón el deseo de resolver, a través del amor evangélico vivido con radicalidad, el problema de su ciudad. Horizonte que, unos años después, comprenderá que debía extenderse a toda la humanidad. Para empezar eligió a los más pobres, a los que habían perdido todo, a los que su-

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frían. Se organizó con sus primeras compañeras y desarrollaron un método: recorrer las calles con una libretita en el bolsillo para anotar direcciones, necesidades, pedidos. Se movieron incansablemente por Trento para encontrar un trabajo, una casa, asistencia médica, víveres, ropa; pero, sobre todo, para compartir, para escuchar, para brindar amor y esperanza. No se trataba de limosna, sino de crear lazos recíprocos, fraternos, de respeto profundamente humano y dignidad. Chiara explicaba y vivía el Evangelio con profundidad, poniendo la Palabra de Dios como base de la existencia cotidiana. Enseñaba a estar unidos a la Trinidad las 24 horas del día, según palabras de Igino Giordani. Las primeras focolarinas se dejaban inspirar por las palabras del

Evangelio. En lo cotidiano se sentían y se sabían hermanas de todo aquel que encontraban en su camino y, por lo tanto, actuaban y vivían en consecuencia. Su ley era la del amor, aplicado en lo concreto. Siempre al servicio. Decidieron invitar cada semana a comer junto a ellas a algunos pobres. Se sentaban a la mesa: un pobre, una focolarina, un pobre, una focolarina. Esta experiencia de fraternidad revolucionaria llamó la atención de algunos jóvenes socialistas que querían cambiar la sociedad a su modo y fueron a entrevistar a Chiara para saber la clave del éxito de aquellas chicas. ¿Cuál fue su respuesta?: “Somos pocas, muy jóvenes1 y pobres, pero sabemos que Dios está con nosotras”. Este fue el inicio de la encarnación de una vida evangélica, una nueva socie-


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