Pasión Cofrade
De liturgias a leyendas de Semana Santa
T
ratar temas en relación con las cofradías penitenciales, supone exponerse a caer en reiteración. Referencias nutridas y crónicas se publican sobre su historia y actividades cada año. Pero el carácter local y de divulgación con que se tratan no ha de ser obstáculo para que también nos descubran perfiles más o menos trascendentes. En este artículo tratamos de remover un mantillo superficial para romper el substrato que ha alimentado y transformado este vivero de fronda que llamamos cofradías. Intentando relacionar ambos factores de religiosidad y piedad (tradiciones, costumbres, prácticas, etc.), nos servimos de algunos de los medios escritos que nos han dejado mayor constancia de su evolución. La Semana Santa aglutina ambos, pero limitamos el tiempo a los que no excedan una generación, dado que las innovaciones adoptadas desde 1957 supusieron desechar normas y costumbres seculares. Los preceptos oficiales litúrgicos han condicionado, cuando no fomentado la participación y manifestaciones de la piedad de los fieles, según intentamos probar.
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Semana Santa • León 2018
Los libros litúrgicos, de manera especial el misal desde los siglos medievales (misal plenario), ha sido el mayor difusor de los actos de la Semana Santa. El descubrimiento de la imprenta en el siglo XV contribuyó a su unificación y difusión. Permaneció invariable en lo fundamental desde la primera edición de 1570 (misal tridentino), pero las ceremonias de la Semana Santa se modificaron profundamente a partir del año 1957 y las posteriores al Concilio Vaticano II. Llegaron a popularizarse los ejemplares privados entre las clases nobles (libros de horas); el ejemplar de Isabel la Católica es notable. Pero nunca estuvieron tan extendidos y accesibles como en la segunda mitad del siglo XX por las razones expuestas y otras de tipo socio-religioso. Una joven ataviada discretamente, cubierta con velo negro, portando un misal (en latín y castellano) y rosario camino de la iglesia, hoy resultaría una imagen insólita. Más aún, si tenemos en cuenta que el libro se convirtió en un complemento de lujo por su encuadernación, cantos dorados y cierres en bronce. Grabados en xilografía cal-
cografía, litografía y posteriores técnicas de impresión fueron portadoras de reproducciones de imágenes de la Semana Santa. Hasta el siglo XIX una parte de los fieles aún no sabían leer y la imagen servía para inculcar ideas; efecto similar al que se ha atribuido tantas veces a las esculturas y relieves de los pórticos medievales. En 1957 se impuso una reforma de la Vigilia de Pascua y Rito de la Semana Santa con el nombre original de “Ordo Sanctae Hebdamadae instauratus 19551956”. Muchos de estos ritos se remontaban a la Edad Media. Habían calado en el pueblo profundamente, tanto por su carga simbólica como por constituir un patrimonio heredado; citamos algunos de los suprimidos. El primer domingo de pasión aparecían todas las imágenes (santos) de los retablos cubiertas con un paño morado que no se retiraba hasta el canto de Gloria del día de Pascua. El domingo de Ramos nos llamaba profundamente la atención que al volver de la procesión de los ramos las puertas del templo estaban cerradas y no se abrían hasta que el oficiante desde fuera y un coro desde dentro concluían un himno en latín, al final del cual el cura presionaba con el astil de la cruz procesional la puerta. Nunca se nos explicó el simbolismo que contenía. En miércoles santo, el interior de la iglesia se transformaba al instalarse el monumento en la parte del presbiterio, que representaba sobre grandes paneles escenas o personajes de la Pasión; lo más parecido a un escenario. Las celebraciones vespertinas del triduo sacro y el ayuno. Novedad del jueves era la instalación del altar provisional, repleto de velas de cera de abeja que impregnaban de olor a colmena todo el templo. El lavatorio de los pies se celebraba al final de la misa. Se retiraban todos los manteles de los altares, que no se reponían plenamente hasta el domingo de Pascua. La breve