Malaga Mayores Solera nº137 jul-ago 2020

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~ Mi mesa camilla ~

Por Nono Villalta

Tengo muy claro en mi memoria la primera vez que limpié un culo: yo tenía 28 años y el dueño del culo 10 días. Cerqué la zona como un desactivador de explosivos primerizo, “todo el mundo fuera —pensaba— que nadie se lleve a engaño y diga que no le advertí, atrás, atrás”. Conseguí que nos quedásemos los tres solos: el bebé, el culo y un servidor. Ocasiones las hubo más veces. Culos un montón. Pero en este quehacer rutinario y exageradamente repetitivo ocurre como en los cines antiguos: las butacas que están en lo más oscuro, huelen de otra manera y suele haber más gente, como en el día del espectador. Y es que realmente, la vida comienza, aproximadamente, la primera vez que te limpian el culo, con muchos espectadores entusiasmados a tu alrededor y arranca a decrecer cuando te lo limpian a solas y en silencio. En la actualidad es el pañal como puerta de entrada, aunque también de salida. En los tiempos que corren de influencers, hater, crush y másters, las auxiliares de enfermería han puesto en valor su trabajo de “limpiar culos”. Es cierto que hay trabajos mejor pagados, más brillantes, con más prestigio mediático, aunque ninguno le gana en importancia al de las auxiliares. Mi amiga Esther R. trabaja en una residencia de ancianos de Córdoba y se crió en las mejores manos: las de su padre anciano, que sostiene a su madre en el baño para ducharla, afectada de Alzhéimer. Me relataba Esther que hay residentes que —después de limpiarlos, darles crema, de hacerles y ventilarles la cama— desean besarle las manos.

Photo by Aliyah Jamous on Unsplash

El orgullo de limpiar culos

Son esas manos silenciosas las que hacen grande un país y no las que se ponen ceremoniosamente sobre una Constitución. Las manos mal pagadas que asean culos y no aprietan un interruptor rojo y fatal, no firman los ERTE, ni despidos, ni saben apretar un gatillo. Esas manos con olor a lejía que no delatan ni cierran bocas. Las manos que producen ese hechizo y esos milagros son esas manos que llegan muy justitas a final de mes. Y tienen los padrastros mordidos. Son manos como las de mi abuela Ana, blancas, arrugadas y casi desuñadas de tanto restregar en la tabla del lavadero. Ojalá supiéramos diferenciar que hay varios tipos de caca. Y que solo una apesta. Las líneas de la mano, los posos del té o el café y el tarot son las técnicas más habituales para descifrar el porvenir de cualquiera, pero... ¿y si en realidad el futuro está precisamente echando la vista atrás? Concretamente, al culo. Nono Villalta


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