/Pablo Rodríguez-Thorices Arroyo /
POR EL CRISTAL AMARILLO
/a mi hermano Basilio, in memoriam /
En mi casa blanca de la calle Nueva había una cancela que daba del patio de mármol al de los arriates. La cancela era de hierro y cristales blancos, azules, granas y amarillos. Por las mañanas. ¡Qué alegría de colores pasados de sol en el suelo de mármol, en las paredes, en las hojas de las plantas, en mis manos, en mi cara, en mis ojos! ¡Con la luna de noche, qué belleza, mate, sorda y rica! Yo miraba sucesivamente todo el espectáculo, el sol, la luna, el cielo, las paredes de cal, las flores -jeranios, hortensias, azucenas, campanillas azules-, por todos los cristales, el azul, el grana, el amarillo, el blanco. El que me atraía más era el amarillo. Por el cristal amarillo todo se me aparecía cálido, vibrante, rejio, infinito. Mi nostaljia de lo universal latente en mí desde mi semilla, encontraba largo y supremo deleite por el cristal amarillo. Era aquello como una exaltación musical, escalofriante y definitiva. Todo allí acababa bien; era un término como el del beso en el amor, como el de la gloria verdadera e íntima en el arte; después de mirar por el cristal amarillo ya no quería yo más y me quedaba contento. Este libro de Moguer quiero llamarle Por el cristal amarillo, en recuerdo de aquel cristal por el que vi en mi niñez tal espectáculo maravilloso y constante.
Con tan bonito prólogo comienza Juan Ramón Jiménez su libro Por el cristal amarillo. Y su amigo Francisco Garfias, también poeta moguereño, escribió la introducción de este libro que sigo literalmente para elaborar este artículo. En la infinidad de proyectos de libros en prosa que Juan Ramón Jiménez hiciera en vida, figura siempre su deseo de recoger en un volumen o en varios los desperdigados capítulos de una ideal autobiografía lírica (y,) caprichosa, los entes y las sombras del pasado que acudían a su corazón y a su pluma espontáneamente, en
cualquier instante, sin un plan preconcebido y sin una cronología determinada. «De vez en cuando -dice en una nota suelta encontrada entre sus papeles- fuera de la línea jeneral de mis recuerdos en fila, en una noche de desvelo, me asalta uno de esos recuerdos profundos que nunca había asomado la cabeza por su agujero de sombra. Son, jeneralmente, los más bellos, los más sutiles, los más nostáljicos. ¡Qué riqueza en estos barrios de la memoria!» Hemos reunido aquí, por vez primera, todo cuanto
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