Moscas
PARECÍA QUE LAS MOSCAS se estuvieran procreando directamente sobre los platos sucios que se amontonaban en el lavaplatos. No se veían, pero una vez que alguien abría la llave del agua salían todas a volar. ¿De dónde? Ni idea. Tal vez subían por la tubería, pero ¿cómo? Estaba tapada, lavar la loza de un solo asado nos tomaba días. Ya habíamos sacado toda la comida de la cocina, para rociar el insecticida, pero cuando volvimos ahí seguían. Se acumulaban en el techo, y cuando se apagaba la luz volvían a dispersarse a sus escondites. Nosotros también nos escondíamos, entrando a la cocina solo cuando era estrictamente necesario. Yo iba corriendo a la habitación después de cada comida, me acostaba en la cama y respiraba profundo hasta que se me pasaba la rasquiña que sentía al dejar mi plato en el lavaplatos. Juan gritaba con asco, a veces incluso le daban arcadas. Las moscas convivieron con nosotros un par de semanas, pero, cuando nos empezó la picazón que no nos dejaba dormir, decidimos tomar acciones al respecto. Juan no quería hacerlo, le parecía inútil, prefería que llamáramos a alguien, yo lo presioné para probar mi teoría. Apuntamos el insecticida directamente al desagüe del lavaplatos y disparamos. De adentro salió un enjambre de moscas, zumbando agonizantes. Nos tapamos la cara, pero igual las sentíamos tocándonos las manos y colándose por entre los dedos. “Qué asco, toca llamar a alguien” me dijo Juan, “Ya al menos salieron” le respondí, aun tapándome los ojos. Tapamos el lavaplatos, Alejandra Cuberos Gómez 17