La humedad
NOS DESPERTAMOS TARDE. Es el primer día en el departamento. La cama es el único espacio vacío en el cosmos de cajas sin abrir. Tardo en levantarme. Le miro las manos. Todavía son suaves. Todavía me gustan. Ésta es la fórmula para seguir juntos; un nuevo lugar, sin las marcas del tiempo. Cerca de la ventana; una cordillera inestable de libros irrumpe desde el suelo. Allá lejos; el Río de la Plata, una mancha marrón con horizonte de mar. Bajo al bar de la esquina a comprar dos cortados para llevar. La cafetera está rota y por ahora no podemos permitirnos una nueva. O al menos ésa es la sensación que manejamos. Cuando vuelvo, nos entregamos de lleno a la tarea del orden. –Juan, éste libro es tuyo, no sé qué hacía en mi caja–. Escuchamos música a un volumen alto así no tenemos que hablar. Algunas novedades discográficas, otros clásicos infalibles. Cuando llega la noche estamos demasiado cansados para cocinar y alguno de los dos hace la pregunta retórica ¿pedimos lo de siempre?. Al día siguiente, salgo en ayunas de nuevo. Vuelvo con los vasos de plástico quemándome en las manos. Al llegar al edificio, me detiene el portero. Aparentemente hay un moho tóxico en expansión y están evacuando a los vecinos. –Un problema de humedad que invadió todo el inmueble–. Me quedo mirando una mancha verde oscuro casi negro en la pared del hall. No sé cómo no la había visto antes. Es gigante y trepa por la pared de la escalera. Baja una vecina joven con un pañuelo en la Flor Braier Kantor 47