Tres devociones
LOS IMPERIOS, LAS CIVILIZACIONES, le encantaba todo eso de las dinastías de reyes y faraones. Si hubiese ido a la universidad, como su hermano, Pura habría escogido la Literaria de Valencia y se habría licenciado en Historia. Y lo que era dinero, no faltaba en casa. Sin embargo conoció a Juan y —como era costumbre en los pueblos a principios de los sesenta— cuando ella cumplió dieciocho años, sus padres ya estaban reformando la planta de arriba. De ese modo, al casarse, se instalarían allí y podría cuidarlos en la vejez. Aquello tuvo ventajas e inconvenientes. “La Mare” cocinaba el almuerzo y zurcía la ropa de la familia, en especial la entrepierna de todos los pantalones de su nieto, Juanito, que era un bala. A cambio María —así la llamaban— esperaba que su hija Pura la saludase cada vez que salía a dar catequesis o volvía de la reunión de amas de casa. Avisa a “la mare” cuando estés de vuelta, le decía —refiriéndose a sí misma en tercera persona. Juanito adoraba a su abuela materna, porque cada viernes —al volver de la Facultad de Medicina— le había guardado un platito de albóndigas con piñones y canela sólo para él. Y ya de niño, cuando le pedía merienda, ella no tardaba ni cinco minutos en ponerse el delantal y freírle unos buñuelos de calabaza exquisitos, agujereando la pasta con el pulgar justo antes de echarla en el aceite hirviendo. Paqui Bernal 67