Plan de viaje. 20 voces trasatlánticas

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Íncub(ad)o

LAS GOTAS DE AGUA BENDITA rociaron cada esquina y tablón de la casa recién inaugurada, excepto el cuarto de los recién casados. El párroco sugirió obviar la habitación de amplios ventanales —apenas cubiertos por pesadas cortinas que debían descorrerse para dar paso a la luz entrometida—, puesto que “lo que la Iglesia ha unido y bendecido no necesita más reafirmación”. Ruborosa y con el rosario en las manos, Edith recibió los dobles besos del párroco, hombre calvo de nariz ganchuda, y no discutió más. Su marido, al recibir en las mejillas estos besos que ardían como pellizcos, dirigió la mirada hacia el pasillo en penumbra. En el fondo estaba su habitación de recién casados, esperándolos. Bombeando, punzando. Pero por respeto al líder de la iglesia en aquel pequeño rincón del mundo, él y Edith no recorrieron aquel trayecto entre la entrada y la única habitación de la cabaña hasta que pasaron treinta minutos; treinta por la Sagrada Trinidad. Luego, tomados de la mano, flotaron hacia la cama de la mejor paja que pudieron pagar. Al abrir la puerta de roble, la luz estalló dentro de la habitación como dedos flacos estirándose hacia alimento. Entraron, pero luego el marido gritó. Edith soltó un chillido. En los pies de la cama había un niño de ojos ambarinos, fulgurantes. Chupaba el dedo de un pie como si fuese un caramelo.

Alicia Hernández Sánchez 99


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