IN HER WORDS
“If it doesn’t come bursting out of you in spite of everything, don’t do it...” Charles Bukowski
UN LUGAR EN EL MUNDO Dijo Bukowski en So you want to be a writer que si las palabras no detonan dentro de ti, y a pesar de todo, no escribas. Fueron esas líneas las que me reafirmaron (o me desmintieron) y me otorgaron el derecho a escribir. A pesar de mí. Reprimir el impulso es mi impulso. Dejar para después. Temer que me sepan. Procrastinar como defensa. Postergar como antídoto para la vulnerabilidad. Me siento insegura al decir que escribo, como si la (continua repetición de esa) acción no constituyera el hecho, sino un secreto personal. Aprendí mal: aprehendí: a un verbo lo conforma el espacio que lo contiene. A un sujeto quien lo observa. A un escritor quien lo publica. Y el sitio donde escribe. Yo escribo irremediablemente. Instintivamente. Por accidentada. Por supervivencia. Para declararse escritor se requieren más cosas. Levantarse de madrugada. Sumar tiempo. Fraccionar vivencias. Y el espacio que lo avale, un lugar donde reencontrarse con los textos a diario. Rutina. Seguir una línea y desde ella, formar líneas propias. Importa la trama tanto como el espacio, la disciplina, la forma. El lugar de trabajo (también) hace de la escritura un escritor. Hay que habitar el derecho. Construí el personaje. Me hice de un estudio blanco con puertas corredizas de cristal y un escritorio tan grande como los árboles que lo delinean. Infinito de lápices, hojas y libros. Olivetti eléctrica. Remington (que funciona). Pluma fuente. Tinta china. Computadora. Mi colección de cuadernos acomodados por año y por tamaño. Cajas de color pastel para guardar los poemas escritos a mano. Una
impresora para condensar textos y observarlos. Para no abandonarlos a una nube. Pasé ahí las suficientes madrugadas. Me gradué como adulta y como fumadora. Pero no como escritora. No sé puede domesticar al instinto. Teoría de la pulsión. Ahora escribo desde una tina con el agua ya fría y sin pila en el teléfono. No puedo cambiar mi (des) orden. Sé que tengo ese espacio. Que con el me “oficializo”. Sé también, que ahí no voy a escribir. Aún así mi estudio no está abandonado. Su enorme escritorio sostiene las muchas cosas que amo y las pocas que ahí he escrito. Pero un lugar de trabajo necesita espacio. Y yo sólo necesito un momento. Mi lugar es mi silencio. Mi capacidad para bloquear al mundo desde mis emociones y rimarlo. Mi lugar son mis obsesiones. Mi poder convertirlas en prosa. Un lugar de trabajo necesita flores. Mi lugar necesita interrupciones, vida, diálogo. Desdoblarse en cualquier esquina. En un intermedio. Sobre la barra de la cocina. En el descanso de la escalera. En el paréntesis que abre el amor si se aleja. En las horas de sueño de un hijo. Mi lugar es el cúmulo de tiempo que se expande en una esquina, un rincón, un intermedio. En el suelo, en una línea continua, en una casa llena. Mi lugar es un abstracto catálogo de color. Y mi imposibilidad de comunicarme con simpleza. Mi lugar es una esfera de silencio asimétrica. Y a pesar de ella, escribo.
FOTO: ANA HOP.
POR FERNANDA ARAGONÉS
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