Al abrigo de las palabras “Para que veas los mundos del mundo, cambia tus ojos. Para que los pájaros escuchen tu canto, cambia tu garganta.” (de las tribus del Orinoco)
Durante milenios, el hombre observó el mundo, se asombró ante cada nuevo despertar de la tierra y ante la belleza de su entorno, fue testigo de sus propios cambios y los de su pueblo, lloró de dolor físico y espiritual y de alegría. Su conciencia histórica lo incitó a contar sus vivencias, deseó que sus narraciones sobrevivieran a su tiempo, al de sus hijos y más allá. Puso en práctica cientos de estrategias hasta que halló algo a través de lo cual podía dejar registros indelebles, huellas eternas... las palabras. “... Adquirió un pasado al tener la posibilidad de reconstruir sus acciones y un futuro al poder anticipar verbalmente, mentalmente, mediante representaciones en lenguaje interior, sus acciones.” La Humanidad abandonó el aquí y el ahora en los que estaba prisionera. Así, las palabras fueron los ojos con que se pudieron apreciar realidades lejanas, diferentes geográfica y culturalmente, donde otros habían puesto sus pies y sus miradas. “Para que veas los mundos del mundo, cambia tus ojos...”; en sentido práctico, cambiar de ojos es naturalmente imposible, pero se pudo “cambiar de ojos” tomando conocimiento de lo que otras personas habían visto, sentido y transmitido a través de sus escritos. Leer es descubrir las emociones, ideas, dudas, prejuicios, deseos, esperanzas, convicciones, bondades, perversiones de alguien que por medio de las palabras abre caminos hacia sus semejantes. Cuando leemos o escuchamos leer, aunque se trate de historias repetidas hasta al cansancio, arrobados por las
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