Silvana Mandrille El destino no pregunta
Debió fingir como un tal Borges que anduvo por caminos bendecidos cumpliendo sus quimeras juveniles e idolatrando a la mujer que lo amó como si hubiera sido su elección y su plácido destino.
Debió creer como un tal Benedetti que “La Tregua” fue solo una novela y “Hagamos un Trato”, su mejor poesía sin sopesar esa simpleza intrínseca que lo hacía un hombre triste embarcado en soledades y melancolías.
Debió pensar como Cortázar y deshacerse del aburrimiento inventando palabras que en ningún diccionario encontraría para hacer lúdico y entretenido este mundo en el que no eligió habitar.
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