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DANDO FORMA
GENOVEVA Y CRISTINA Genoveva descubrió hace muchos años que se sentía mejor al lado de la pobre Cristina. Su excelsa cabellera rubia de peluquería y su perpetuo bronceado de solárium no tenían rival frente a aquella poca cosa pálida de pelo corto que apenas sería una discreta pieza de un museo de muñequitas de cera.
RELATOS
El viernes que Genoveva tuvo cena con los antiguos compañeros del instituto, llegó al restaurante a bordo de su Minicoupé amarillo de techo negro y pegatina de HelloKitty. Sobre la bandeja trasera, su perrito de peluche movía atropelladamente la cabeza anunciando la llegada de la reina de la fiesta. Del asiento del copiloto se bajó la pobre Cristina. El banquete transcurrió con normalidad; pulseras a juego con la ensaladilla rusa; el vino espumoso, contento de tenerla enfrente, burbujeaba de la emoción, y el vestido de cuero rojo marcaba sus glúteos de gimnasio dándoles una forma similar a las esculturas que jalonaban la entrada al comedor. Tras los postres, selfi con Paco, selfi con Adrián, selfi con todas las chicas, ella en medio, y en un extremo, la pobre Cristina. La noche estaba reservada para disfrute y lucimiento de la diosa. El pub de moda, con su vitrina llena de botellas de colores, barra de cristal con su cuenco de nubes de algodón, camarero guapo y música de bachata. Las clases de bailes de salón merecen la pena; Genoveva es la reina de la pista. De repente suena “Balada para una viuda” de Burning. Genoveva apoyada en la barra, Paco a un lado, Adrián al otro, y de frente,
el camarero guapo; seis ojazos solo para ella. Genoveva nota el sudor resbalando por su cara y los zapatos apretándole los pies. Y en una esquina, la luz delatora de neón descubre a la pobre Cristina convertida en leve marfil. El azul de las ginebras se torna gris. Los seis ojazos abandonan un instante a la guapa y se clavan en la mota de polvo brillante de la inocente Cristina. Instante eterno para quien acapara todo el tiempo, para quien no soporta la comparación. Genoveva coge a Cristina y van juntas al baño. La mira fijamente; los labios rojos de Cristina parecen la cotizada firma de un artista. Genoveva sujeta entre sus manos la cabeza asustada de Cristina y la besa apasionadamente, esparciendo el carmín por el entorno de sus bocas. Cristina parece una absurda colegial que acaba de chupar una piruleta. Batalla ganada, la pobre Cristina está fuera de combate. Volviendo a casa, con el amanecer confundiéndose con las últimas luces de las farolas, Genoveva le pide perdón. Cristina no se siente ofendida. Por un instante se sintió privilegiada de recibir un beso de la diosa de la noche. Genoveva detiene el Minicoupé amarillo frente al piso de Cristina. A ella aún le queda media hora para llegar a su casa. Cristina la nota cansada, muerta de sueño, y la invita a dormir. Suben juntas en el ascensor; Genoveva, con su melena de leona vieja y el torrente de maquillaje desecho resbalando por la piel de su cara artificial; y la pobre Cristina, con la espalda recorrida por la hilera de huesos de su columna vertebral, que termina en la
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