Revista El Perícano, nº 32, junio 2020

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relatos

LA HOJA VIEJA DEL PROFESOR K Ángel M. Lorenzo (2020)

Nadie volvió a ver al viejo profesor K desde que firmó su baja definitiva en el Centro de enseñanza más solicitado de la localidad de S. En realidad, el profesor K había trabajado antes en otros Centros mejores (incluida la propia Universidad de S), pero en ninguno se había sentido tan poco considerado ni tan desubicado como en el de su mismísima ciudad natal. Que es difícil triunfar en tierra propia es harto conocido. Pero es que, además, en sus últimos años de servicio, cuando debería sentirse en la cúspide de su carrera profesional, el profesor K tenía la sensación de haber tocado fondo. Por el contrario, sus primeros años como profesor fueron para él, académica y profesionalmente, los mejores de su vida. Por eso a veces bromeaba con la idea de que tenía que contemplar su recorrido por la enseñanza a lo Benjamin Button para que tuviera sentido. A pesar de su ya avanzada

edad, K ni siquiera se planteaba que el suyo pudiera ser un caso de obsolescencia sobrevenida, ya que consideraba que para sentirse obsoleto, uno tenía que aceptar previamente haber sido superado. Y eso era algo que no estaba dispuesto a admitir jamás. Obsoleto no, pero quizás un poco anticuado, sí. Porque la verdad era que podía decirse que K había nacido, en cierto modo, demasiado tarde. Solía comentar que su verdadera época era el sigo XIX. Y es muy posible que este desfase secular fuera la causa principal de que, en pleno sigo XXI, no viera inconveniente alguno en explicar en clase sin seguir apuntes, fotocopias ni powerpoints; sólo escribiendo con una tiza en la pizarra. Aunque, en realidad, en algo sí que había innovado. Muy a pesar suyo, en sus explicaciones de clase ya no decía, como aprendió en la Facultad, Renato Descartes, Manuel Kant, Juan Locke, Benito Espinoza o Federi-

co Nietzsche; porque sus alumnos (los muy... políglotas) siempre se reían cuando decía los nombres extranjeros en castellano. Pero lo que sí seguía haciendo, tal como lo hacía cuando empezó a dar clases, era leer a sus alumnos citas de manoseados libros de páginas amarillentas caóticamente subrayadas, y señaladas con marcapáginas cutres y arrugados. Se le notaba que disfrutaba escribiendo los exámenes y los trabajos con su vieja Olivetti Lettera 32 portátil de color azul,

Revista del IES Juan Sebastián Elcano | 31


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