LA PRENSA
EN 7 TARDES
Paco, el perro torero y su época · Era popular en el Madrid nocturno y pintoresco de fines del siglo XIX, y murió en una becerrada del gremio de vinateros # Miguel López-Guzmán
El Perro Paco, polka canesca.
Fue, precisamente Salvador Sánchez Frascuelo, el primer propietario del perro Paco, cuya popular figura llenó toda una época pintoresca y castiza de la vida madrileña. Un can del que no se le conoce raza, pero sí quedó para los anales como un perro valiente y vividor que supo morir en el albero del coso entre los aromas del “respetable” con una mezcla de admiración y sentimiento. El gran torero tenía ciertos ribetes de negociante. Cuando se retiró a su finca de Torrelodones,
40
cansado ya de la profesión que le diera triunfos y fortuna, estableciendo un pequeño comercio en la estación del pueblo, que él mismo atendía. Los antiguos aficionados –partidarios o detractores de su toreo– asomaban con curiosidad los rostros por el cristal para verlo despachar; muy serio, canoso y reseco, detrás del mostrador. Y no era esto sólo, Frascuelo era el concesionario de la línea de diligencias entre Colmenar y Chinchón. Y en esa línea es don-
de prestaba su servicio el perro Paco. ¿En qué consistía ese servicio? Es superfluo preguntarlo, sabiendo que la actividad bulliciosa del perro se desarrollaba en el ir y venir de los voluminosos coches a través de los polvorientos caminos; el ayudar con sus ladridos al mayoral que animaba a las mulas y las arreaba para que anduviesen mejor; en vigilar atentamente a los viajeros para que ninguno escapase sin pagar y en pedir – como él sabía hacerlo– un almuerzo proporcionado a sus esfuerzos en cada parada del camino. ¿Cómo abandonó un día el perro Paco su vida trashumante para entrar en el más popular de los cafés madrileños de su época? ¡Quién lo sabe! El caso es que el perro “Paco” se vio repentinamente envuelto en aquel ambiente mundano de Fornos, asiento de calaveras y de artistas, que allí fue obsequiado con terrones de azúcar, tostadas, huesos de chuletas y otras fruslerías, y abandonando desde aquel punto el servicio de diligencias y a su amigo el mayoral Francisco Lozano que le quería entrañablemente porque Paco era un perro que sabía hacerse de querer, se entregó a la vida nocturna que marcaba entonces la pauta entre las gentes del tronío de la Villa y Corte. Era el momento en que la pasión taurina se subía a todas las cabezas como un vino dulce y caliente. El perro Paco sabía vivir. Entre la afición se había hecho ya con muchos amigos, y uno de ellos, el marqués de Bogaraya , le pagaba diariamente el sabroso consumo de un bistec con patatas… ya no se contentaba el perro con huesos y terrones. Agradecido y afable, el animal seguía a los coches de sus protectores –recordando acaso
SEPTIEMBRE 2021