Por Sara Mesa
Contra la DOMESTICACIÓN
Lo que pasó, al parecer, fue que la señora había confundido a Padre con otra persona, se sentó a su vera en el autobús, le preguntó amablemente por su trabajo y él, enfrascado en articular la respuesta, tardó en darse cuenta del error. Según Madre, ni siquiera se dio cuenta por sí mismo, tuvo ella que decírselo, cuando la vio allí en casa, puesta en el sofá muy tiesa, como una tía que sin esperarla viene de visita, mirándolo todo con severidad y asombro. –A esta señora no la conocemos de nada –le dijo en un aparte. Fuera porque Padre no quería reconocer la metedura de pata o porque verdaderamente estuviera entre sus planes traerla a casa, el comentario le pareció de lo más inadecuado. –¿Y eso qué más da? Está aquí y punto. La señora llevaba un abrigo pesado y largo, de paño negro, y un carrito de la compra por el que asomaban las barbas de unos puerros y dos barras de pan. Sonreía de un modo muy raro, como diciéndose a mí no me la dan con queso, y de la garganta le brotaba un ruidito de satisfacción. Tenía mirada de loca y hasta nosotros, que éramos pequeños, nos dimos cuenta de que estaba loca. –Señora, ¿no se quiere quitar el abrigo? –le preguntó Padre cortésmente. –Misi misi –dijo ella, y se lo dejó puesto. –¿Un café querría? –Misi misi. –¿Un bollo? –Sí. A nosotros nos ordenó que fuésemos hospitalarios con ella porque era una mujer muy importante, muy culta. Por lo que 225
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS