Por Antonio Muñoz Molina
Educarse en ZIGZAG
Pocas cosas hay más tristes que una vocación malograda, un talento que no llega a cuajar y dar fruto, y mucho menos a ser reconocido. Existe una responsabilidad social cuyo instrumento es la educación pública, y no solo por razones de altruismo, sino de interés colectivo, ya que, cuantas más capacidades en ámbitos diversos se frustran o ni siquiera llegan a manifestarse, más se empobrece una sociedad. La pobreza y el atraso se alimentan a sí mismos al frustrar en la misma cuna las capacidades de personas que servirían para mejorar las cosas. La injusticia social y la marginación y la exclusión son un atentado contra la dignidad de las personas que las sufren y un despilfarro de capacidades y talentos que nunca podrían contribuir al bienestar común, al progreso, en el sentido amplio y generoso de la palabra. La primera condición, pues, para que se desarrolle una vocación creativa, una de esas que se especializan sobre todo en el establecimiento de conexiones inesperadas, y en el enunciado de leyes hasta entonces ocultas, es la misma que resulta imprescindible para que se alcance un grado razonable de justicia social. Sin un buen sistema de enseñanza pública muchos niños no llegarán a saber nunca qué les gusta de verdad ni para qué sirven. Sin una buena alimentación, una vivienda decente, un ambiente familiar favorable, unas condiciones sanitarias propicias es muy difícil que un niño pueda aprovechar plenamente la escuela. Es sin duda muy importante cultivar la propia vocación, entre otras cosas porque el genio espontáneo no existe. Pero para llegar a saber si uno tiene una vocación o una disposición para algo es preciso que antes se le ofrezca al niño en la escuela, y a ser posible en la familia, un entorno tranquilo y saludable. Es 231
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS