Por Ernesto Pérez Zúñiga
El AIRE escribe
«Al borde de esta hora, de esta tierra», sigo preguntándome qué hay que dejar atrás para que aparezca lo que está esperando en la escritura. Me refiero no solo a las palabras en sí, sino al mundo que desea expresarse de una manera determinada, igual que el vellocino estaba aguardando a que Jasón apareciera con sus argonautas. El vellocino, por supuesto, no sabía nada del tiempo ni de aquel que iba a venir. Pero el escritor lo busca. A veces a tientas, como un ciego que extiende las manos por todas partes menos en ese centímetro cercano que se va hurtando a nuestras ansias. Un ciego para sí mismo o un ciego para el mundo. Y, a veces, el ciego que reúne el sí mismo y el mundo. «El aire escribe», dice Juan Malpartida en el hermoso poema inaugural de Canto rodado. Como todos los hallazgos poéticos, estas palabras contienen una posibilidad abierta de significados, lista para que cada cual se introduzca en ella y salga con un mechón del vellocino. Un buen verso es un multiverso. ¿Qué escribe el aire? La realidad, el mundo, me contesto enseguida. Y, enseguida, añado también: nos escribe a los escritores que respiramos, fundamentalmente, para escribir. Respiramos palabras invisibles que, interpretadas en los rincones de nuestra conciencia, trasladaremos al papel o a la pantalla, da igual, a esa forma que nos recibe. No quiero entrar ahora en propuestas metafísicas en absoluto, pues estoy buscando otra razón: la de la literatura hoy, en un siglo que no es de la literatura. Quizá siga siendo el tiempo del ensayo, y con seguridad seguirá siendo el de la poesía, pero la novela está siendo sustituida socialmente, aunque, por supuesto, no para todas las personas. Para muchas, sigue siendo el lugar 245
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS