Por Adolfo Sotelo Vázquez
Retahílas: la luz y el fuego de las PALABRAS
Para Juan Malpartida, en presente perdurable Casi todos los que pasan por diálogos, cuando son vivos y nos dejan algún recuerdo imperecedero, no son sino monólogos entreverados; interrumpes de cuando en cuando tu monólogo para que tu interlocutor reanude el suyo; y cuando él, de vez en vez, interrumpe el suyo, reanudas el tuyo tú. Así es y así debe ser. MIGUEL DE UNAMUNO
I
Tras una larga etapa de silencio en lo que atañe a la literatura de ficción, Martín Gaite presentó en sociedad –los imperativos de las industrias culturales– la que a mi juicio es su mejor novela, Retahílas. Por ello creo atinado lo que el 20 de mayo de 1974 afirmaba en su presentación: «A mí esta novela que hoy les presentamos –habla en su nombre y en el de Josep Vergés, alma mater de ediciones Destino– me parece la mejor que he escrito en mi vida». Seguramente es pertinente extender esta opinión más allá de esa fecha concreta. En las palabras de la presentación Martín Gaite (2017, pp. 1061 y 1063) señala que la elaboración de la novela, cuyo germen primero data de ocho años antes, se ha beneficiado de su «dedicación durante diez años a temas y estudios no literarios», hilo del que convendría tirar para conocer la urdimbre de la novela y de las reflexiones que la autora fue archivando en su escritura, en sus cuadernos. Ahora bien, lo que parece decisivo en una novela que es un proceso de conversación, mientras agoniza una anciana en una finca gallega que atesora la memoria de la familia, es su vinculaCUADERNOS HISPANOAMERICANOS
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