Por Ignacio Vidal-Folch
Fragmentos de una CONVERSACIÓN en Llívia con Andrés Sánchez Pascual sobre el eterno retorno en Nietzsche Por las hendiduras del alma se cuelan recuerdos del eterno retorno.
El instante me da igual, se lo doy al primer mendigo. De manera que durante las semanas de confinamiento del mes de marzo del 2020 yo contemplaba la plaga en su letal acción de congelación del presente como un acontecimiento menor de la historia que tenía la impertinencia de no haber quedado todavía atrás. Mi pensamiento futurista ya estaba en después, y a la vista de los negocios y empleos que ella estaba desmoronando, las familias que estaba destruyendo, a la vista de la ruina y los ataúdes, nos preguntábamos –eso era lo decisivo del tiempo de la plaga: la proyección mental al futuro– si una vez pagado el tributo en vidas y haciendas las formas de nuestra rutina anterior volverían o si algo sustancial cambiaría, poco o mucho. Ambas opiniones tienen sus indicios y sus heraldos. Yo no sabía qué pensar, por más que aprovechando tantas horas solo en casa mirase por la ventana con la máxima intensidad el chalet y el jardín de la Fundación Ortega-Marañón, que, aunque estuvieran desiertos, al ser la casa de dos inteligencias tan notables, o por lo menos de sus fantasmas, suponía que alguna influencia en mis ideas tendría. Pasó el verano. Llegó y pasó el otoño, llegó el invierno. La plaga seguía aquí y comprendí que era iluso especular sobre si las cosas volverían a ser igual o si venía una gran diferencia, acaso una revolución, un después que no tenía visos de llegar nunca. Había pasado lo peor que podía pasar: el presente se había atascado. CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
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