Por Guillermo Carnero
Tres DIVAGACIONES sobre «Divagación» de Rubén Darío
La necesidad de huir de una realidad insoportable en su mediocridad, expatriándose en el tiempo y en el espacio, orientó la imaginación de Rubén hacia el Oriente como frontera de lo exótico, y hacia la Antigüedad clásica como paraíso del culto a la belleza y de la permisividad moral. Conoció y asimiló la interpretación erudita de la mitología aportada por los estudiosos decimonónicos de la Historia Antigua, como Les religions de l’antiquité dans leurs formes simboliques et mythologiques de Joseph-Daniel Guigniaut y La Mythologie dans l’art ancien et moderne de René Ménard. Se trata de una sabiduría poetizada por Leconte de Lisle (Poèmes antiques, 1852), José María de Heredia (Les trophées, 1893) o Louis Ménard (Poèmes, 1855; Rêveries d’un païen mystique, 1876). El orientalismo de Rubén obedece a la búsqueda de nuevas sensaciones, una nueva espiritualidad y una nueva estética. China y el Japón aparecen ya en «De invierno» (Azul), donde una mujer, Carolina, dormita «envuelta en un abrigo de marta cibelina» y próxima a «un biombo de seda del Japón». Un pasaje de Tierras solares nos pone al tanto de cuál era el Japón que interesaba a Rubén; conviene tenerlo presente a la hora de interpretar «Divagación», de Prosas profanas, el mejor testimonio de su japonismo: «Nada más odioso para mí que un doctor japonés vestido de londinense, que durante el tiempo que nos tocó estar juntos en un compartimiento de ferrocarril me hablaba con desprecio de los pintores japoneses y de la poesía de su raza, y me elogiaba la invasión del parlamentarismo y la occidentalización de sus compatriotas» (Rubén, 1920, pp. 49-50). El exotismo oriental alcanza un gran desarrollo en la literatura de entresiglos. La cultura y el arte del Japón, unidos en 97
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS