¿Tesoros en la Tierra o…?
H
ace un par de semanas fui a la boda de una prima muy querida que contrajo matrimonio por primera vez a sus 56 años; el amor llega a cualquier edad. La boda fue en New Orleans donde vive una parte de mi familia. Un par de meses antes comencé a buscar vestido y zapatos. Desempaqué unas cajas donde guardo dos pares de sandalias de “fiesta” y elegí las que me iba a poner. Decidí caminar con ellas un rato por la casa para ver si no se me desintegraban por haberlas tenido guardadas desde antes de la pandemia. Ya tuve una historia de terror con un par de sandalias que se me partieron en dos saliendo de la iglesia en una boda en Houston, Texas. Digo historia de terror porque regresar a la casa donde estaba hospedada nos tomaría al menos una hora, y encontrar un par de zapatos media hora antes de que cerraran la tienda más cercana iba a ser una odisea. Las mujeres que tienen pies delgados como yo podrán entender porque digo que sería una odisea. Hasta contemplé comprarme un par de chinelas (chanclas o flip flops) de hule e irme así a la fiesta. Mi esposo me animó para que probáramos una tienda donde llegamos 10 minutos antes de que cerrara, y ahí estaban este par de sandalias de mi talla esperándome. Hice el ejercicio de caminar con ellas varias veces antes de mi viaje, las puse en el sol un
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rato, y como mujer precavida, el día de la boda empaqué mis chinelas de hule por si acaso. Toda mi vida me han encantado los zapatos y por años mantenía “una flota” en mi closet. Yo sé que es un “mal” de las mujeres acumular zapatos y con eso de que me cuesta encontrar los que me queden bien, cuando hallaba unos me compraba de dos o tres colores. Mi flota de zapatos ocupaba espacio en dos closets de mi casa. Hace unos años, no recuerdo cuándo ni tampoco por qué, de un momento a otro decidí que antes de comprarme un nuevo par, iba a revisar todos los que tenía para quedarme con los necesarios. Regalé la mayoría que estaban en buen estado y tiré a la basura otro tanto. Decidí bendecir a otras personas que tenían menos posibilidades que yo y adopté una nueva “política” personal de no comprar por comprar, sino, reponer los que se pongan viejitos y cada vez que entra un par nuevo, salen uno o dos pares en buen estado que regalo. ¡Vale aclarar que todavía queda tela que cortar, pero ahí voy! Hay un principio que está en Mateo 6:19-21 que dice: “No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”.
Tal vez el ejemplo de mis zapatos sea muy trivial de algo que es mucho más profundo y Mateo lo dice muy claro. Algunos de los tesoros que acumulamos en el cielo son todos nuestros actos de generosidad acá en la tierra. Es vivir atentos a las necesidades de otros para dar, no de lo que nos sobra, sino, a veces hasta donde duele. Wayne Myers es un héroe de la fe con respecto a las finanzas. A sus 98 años, por sus manos han pasado miles de millones de dólares. En su libro Viviendo más allá de lo posible, libro que atesoro y de cuando en cuando vuelvo a leer, dice “Dé, no de las sobras de su billetera, sino de lo profundo de su corazón”. Entonces, ¿Tesoros en la Tierra o …?
Karla Icaza M. Vicepresidenta Ejecutiva Gobierno Corporativo de Grupo Promerica.