Reporte SP 52. Noviembre 2020

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Dossier: populismo(s)

El péndulo populista.

La libertad de los comunes o la libertad de los privilegiados Íñigo Errejón Galván

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ras una larga década de ofensiva cultural y política de las fuerzas emancipadoras o democráticas a comienzos de siglo, de los gobiernos nacional-populares en Latinoamérica a las primaveras árabes, el 15M español u Occupy Wall Street, en los últimos años parece haberse producido un movimiento de péndulo. En muchos países la ofensiva política les corresponde ahora a fuerzas reaccionarias que, gobiernen o no, son los que lideran la disputa política y colocan al resto a la defensiva. Trump en eeuu, Bolsonaro en Brasil o vox en España son algunos de los ejemplos inmediatos. A estas fuerzas a menudo se les llama «populistas de extrema derecha» cuando en realidad son una suerte de autoritarismo neoliberal. Atravesamos una época marcada por la inseguridad y la incertidumbre, por la pulverización de los lazos sociales y por una profunda dislocación del sentido. No es extraño entonces que en todo el mundo las poblaciones busquen sentimiento de pertenencia y protección: formar parte de algo más grande, más seguro y de mayor trascendencia que la carrera de obstáculos y ansiedades en la que se ha convertido la vida cotidiana. Donde no son los proyectos democráticos y populares los que ofrecen un proyecto nacional-popular inclusivo, de justicia social y pluralista, el terreno está abonado para los reaccionarios. No estamos ante fenómenos paralelos sino más bien opuestos: en el primer caso, el pueblo es la reunión de los sin título para ser igualmente libres juntos. Está siempre en transformación, es un universal imposible de cerrar. En el segundo, es la cohesión disciplinaria contra los débiles y los de fuera, y una vez formado no existe el pluralismo dentro, es una esencia inmutable y más allá de la voluntad cívica.

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Las fuerzas de extrema derecha actuales no desafían la razón neoliberal del mundo, sino que cabalgan el cinismo marca de nuestros tiempos y proponen una suerte de «antipolítica desde arriba» o «populismo de los millonarios». Proponen convertir la experiencia mercantil en la única real y trasladarla al terreno político de forma cruda y directa: todo es sospechoso, todos son iguales y los peores son los que dicen querer defender causas colectivas.

El mundo es una jungla y un todos contra todos, así que hacen falta supuestos hombres fuertes que gobiernen el país como gobernaron o gobernarían una empresa, sin las mediaciones, los contrapesos ni los derechos inscritos en los pactos sociales de postguerra ya rotos por las oligarquías. Aspiran a cohesionar el «demos» fragmentado y asustado no mediante la igualdad, sino proponiéndole siempre enemigos de entre los colectivos más vulnerables, en una movilización histérica permanente de los penúltimos contra los últimos. A esto le llaman «incorrección política» pero no es más que el goce de la moral envilecida que propone siempre como chivo expiatorio del resentimiento social a los más golpeados. Esta ofensiva derechista tiene como efecto sacar a las oligarquías, a los poderes económicos sin control que realmente gobiernan, de la discusión pública, poniéndolos así a buen recaudo del enfado social o de los reclamos ciudadanos, que se concentran ahora en una esfera política oficial mucho más ruidosa por la entrada de los reaccionarios. En un momento de máxima concentración de riqueza y poder, las oligarquías son menos visibles que nunca, luego más libres para campar sin límite ni compromiso alguno. Tras


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