SINAPSIS 4 INVIERNO 2019 - 2020

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al alba

Zeila Pineda Rangel Salí de la casa 6:33 de la mañana, estaba aún oscuro pero alcanzaba a ver el camino de terracería, tenía la sensación de estar acompañada, pero miré hacia atrás y adelante y estaba sola la calle, andaba ligera de carga por ello mis pasos eran largos y agitados, caminé unos 200 metros y al doblar la esquina me encontré con un BTR-60PB. Estábamos de frente. Las hermosas luces encendidas, los soldaditos en posición de ataque y yo nos miramos durante unos segundos, ahí acababa el camino para el enorme vehículo, maniobró de frente y a la izquierda, después de reversa hasta quedar en sentido contrario, luego caminamos juntos un tramo pequeño hacia el mismo sentido, se metieron por otra calle, yo seguí caminando. Sentía un poco de temor al pensar el motivo por el que estaban en el pueblo. Era la primera vez creo que entraban hasta allá y a esas horas era raro. Seguí caminando hacia la salida del pueblo cuando encontré otro vehículo similar en donde iba sólo un soldadito en posición de atacar, llevaba una pistola preparada me impresioné de manera que me detuve unos segundos, escuché que me hablaba pero no entendía que decía, quizá era un saludo, aunque en otro pueblo donde trabajé hace algunos años pude comprobar que los soldados no saludan, lo sé porque me los había encontrado, los había saludado sin que ellos respondieran, sólo miraban y continuaban como buscando algo, siempre están buscando algo. Me perdí en la calle, su mirada me seguía y el sonido de sus palabras me taladraba en la cabeza.

37 Era el tiempo de la canícula, me sentía agitada, cómo si me estuvieran persiguiendo volteaba hacia los lados, ya no veía a los vehículos, me faltaba cerca de una hora de caminata para llegar al cruce donde me encontraría con mis compañeros de viaje. Había deseado que mi viaje fuera placentero como otras mañanas, pero en vez de eso caminaba como dirigiéndome a un conflicto bélico, la sensación de estar rodeado de soldados en posición de ataque me causaba aturdimiento, aun así continúe el camino, vi un tercer vehículo ya avanzada en el camino de la salida del pueblo, hice como si no hubiera visto, me concentré en los rayo solares que se estaban asomando en la cima del cerro de Catzanga, anulé cualquier otra sensación y me dirigí hacia ese punto, canturree mentalmente una canción y aunque lento continué, no pude ignorar contar los soldados de este tercer vehículo, siete, no hablaban entre sí y con la mirada recorrían todo el panorama. Me hice a un lado. Escuché lejos tres sonidos secos, nunca había escuchado de cerca un balazo, pero sabía que esos sonidos eran de balazos, sentí en el pecho un impacto como si se hubieran incrustado en mí, me toqué con las manos y no había humedad. Éste tercer vehículo se detuvo, uno de los soldados me hizo unas preguntas que sonaban como cantos de un pájaro negro, inentendibles para mis oídos, veía como habría grande su boca y los movimientos exagerados en su rostro, no podía responder, pero escuchaba que decía «las juntas» solamente atiné a señalar con la mano derecha el camino que llevaba a la ranchería. Se dirigieron hacia allá, seguidos por los vehículos que venían de regreso del pueblo. En medio estaba el soldadito que venía solo, imaginé que el detonó los balazos, nuestras miradas se cruzaron por un momento, parecía que quería decir algo, pero no lo hizo, siguieron su camino, hacía donde yo apunté. Me senté unos momentos en la orilla del camino, hasta recuperar la respiración. Parecía una mañana cualquiera, los pájaros seguían cantando, los rayos del sol se reflejaban en las hojas de los árboles y en las montañas silentes. Apresuré mi paso para llegar al crucero donde me esperaban. A la mañana siguiente en el periódico leí una nota que decía «personal de la XXI Zona Militar adscritos a la 5/a Compañía de infantería localizaron en la localidad de las juntas, un narco laboratorio utilizado para la fabricación de drogas sintéticas y en coordinación con la Guardia Nacional y con la Fiscalía General de la Republica (FGR), lo destruyeron»


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