SINAPSIS 4 INVIERNO 2019 - 2020

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El Estado revolucionario cubano es un archivo policial Lester Álvarez

Conozco a Hamlet Lavastida desde el año 2006, cuando viajé de Camagüey a La Habana para estudiar en el Instituto Superior de Arte (ISA), donde ya él hacía el mismo curso. La vitalidad de su conversación, sus performances y su trabajo artístico en general, se ganan rápidamente la admiración o el rechazo, pero no dejan indiferente a nadie. También sorprende su cultura política, superior a la de cualquier ministro cubano. Lavastida es un artista proscrito en esa Isla que parece haber perdido la pelea con el demonio. Durante años se le prohibió la entrada a su país, y cuando pudo regresar gracias a ruegos de familiares y amigos se le prohibió la exportación de su obra, como si quisieran condenarlo a la asfixia económica. Varios amigos y profesionales extranjeros que lo visitaron en Cuba fueron citados y amonestados por la Seguridad del Estado. Su vida es otro triste capítulo de la historia de Cuba que nos ha tocado vivir. Su trabajo, sin embargo, es la venganza perfecta contra ese régimen que se empeña en borrar las trazas de su infamia. Con él conversaré, con la alegría de haber pasado recientemente las Navidades juntos, en el paradisíaco pueblo de Albarracín (España), y de haber compartido experiencias muy bonitas. Conversaremos, en especial, sobre la noción de archivo y memoria sobre la que sostiene su obra. Todos los trabajos tuyos que conozco parten de un documento de la Historia de Cuba posterior a 1959. Por lo general, sobre un suceso que luego ha pretendido olvidar el mismo sistema que lo provocó. ¿Es esto cierto? ¿Qué criterios empleas para la selección de tus temas? Hoy en Cuba resulta un tanto arduo hablar sobre un proceso de investigación en el cual el acceso a la fuente es nulo. Por eso la continuidad es un poco zigzagueante y cada vez se basa más en conductas sociales típicas de nuestra identidad nacional, pues ya sabemos lo poco conclusivo que es referirse al comportamiento y maneras de obrar del poder político si uno hace un examen solo historiográfico del mismo. ¿Quién nos explica, desde las narrativas históricas o las políticas, las conductas de las subjetividades sociales o personales, 6 narrativas que quizás solo han sido examinadas y tipificadas en la psicología o en el relato novelado? ¿Cómo hacer ese análisis desde estructuras metodológicas claramente doctrinarias? ¿Qué es la traición, qué son los símbolos nacionales, qué es un héroe, quiénes son héroes, qué es un mártir? ¿Cuál es el origen de las palabras usadas en el discurso oficial, qué significado tienen, qué es legalidad y legitimidad? ¿Existen las revoluciones sociales, las revoluciones culturales, las revoluciones políticas? ¿Qué es, en definitiva, una revolución? ¿Cuál es el origen etimológico y en qué contexto se usan todas estas palabras que hemos estado oyendo desde que nacimos? Dependiendo de cada contexto y de su temporalidad, el léxico político va mutando con increíble versatilidad desde el conservadurismo al radicalismo. Pero sin duda alguna, la carencia de libertad de expresión y debate público sobre política en Cuba convierte a muchos en sujetos construidos solo por preguntas, preguntas sin respuestas más o menos coherentes. Quizás aquí están algunas de las interrogantes que son parte del debate nacional y que, por tanto, también son preguntas que sostienen mis investigaciones artísticas. Preguntas hechas no solo en la actualidad: han sido constantes desde que el radicalismo político irrumpió en la vida nacional, desde que Cuba es República, a partir de 1902. Esta es una de las fórmulas que empleo para entender qué ocurrió desde 1958 hasta la fecha en nuestro país, pues la complejidad de nuestras identidades sociales y políticas lo llevan a uno, como es lógico, más allá de 1958 o 1933. Mi interés por lo que fue la Revolución cubana desde 1959 surge porque se han construido muchísimos estereotipos alrededor de lo que fue su origen, sobre todo estereotipos iconográficos alterados en desmesura. Y es que es muy fácil edificar un estereotipo tan preciso en algo que se ha editado tanto y tan continuamente. Un proceso editado de manera tan quirúrgica luce evidentemente inmejorable. Pero es precisamente en esa continua edición donde aparecen las erratas. Si se hace un minucioso escrutinio sobre las zonas excluidas de esa cuasi perfecta escritura que fue la Revolución cubana y su Estado, todo lo opuesto a sus estereotipos salta a la luz. El lenguaje que intenta construir el relato de la Revolución y el Estado es tan desmesurado que señala las antípodas de lo que, nacional e internacionalmente, da a conocer de sí mismo. Es un lenguaje tan cercano a la escritura de la burocracia militar que podríamos pensar que la sociedad nunca se ha articulado más allá del delirio de algún lunático oficinista obsesionado con el género policiaco.


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