Ciudad nueva - Noviembre 2020

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Cultura de la unidad

Claves para la convivencia / 28 Jesús Morán

La prioridad de las relaciones sociales

La crisis de la democracia en Occidente ha llevado a varios académicos a plantear la hipótesis de la llegada de una era “posdemocrática”, con consecuencias incalculables y ciertamente no positivas. Adrian Pabst, profesor alemán de teoría política en la Universidad de Kent, reaccionó a esta conjetura afirmando que, si bien la misma contiene elementos que captan el elemento crítico del sistema democrático, no le acierta al problema subyacente. Este consistiría, en cambio, en profundizar en la realidad política actual para reconocer las amenazas reales a la democracia. Que a su juicio son tres: la irrupción de una nueva oligarquía (élites partidarias, burocráticas y económicas), el nacimiento del populismo demagógico y el riesgo de la anarquía. Todo ello, a expensas de los lazos sociales que, en esta perspectiva, se debilitan drásticamente.

Creo que el análisis de Pabst es básicamente lúcido. Hoy nos enfrentamos a una especie de “despotismo democrático” (son palabras suyas) que se alimenta de manipulaciones sutiles pero eficaces, sobre todo a través del control de los medios de comunicación de masa, donde la mentira reina sin contrapesos, evidenciando la reducción a los mínimos históricos de la ética en la gestión de la “casa común”. De ahí el desconcierto de los ciudadanos de a pie, la creciente desconfianza en el sistema representativo y el consiguiente déficit de participación social. Todo el mundo intenta refugiarse, lo mejor que puede, en su pequeño espacio doméstico, dejando el espacio público libre para la acción de grupos cada vez más extremistas y radicales. A todo esto hay que sumarle la carencia de visión histórica -que nos hace sentir parte de una tradición cargada de valores

trabajosamente conquistados a lo largo del tiempo- como resultado de un sistema educativo basado enteramente en el valor de la eficiencia y la competitividad. Por no hablar de la sospecha que recae cada vez con más fuerza sobre la magistratura, es decir, sobre la estructura jurídica de las sociedades democráticas, provocando una sensación de desconcierto que llega a la consternación, sobre todo cuando se constata que quienes cultivan la corrupción casi siempre logran salirse con la suya. Al final de su artículo, Pabst cita al académico de filosofia política francés, Pierre Manent, para quien el hombre democrático “es el hombre más libre que haya existido jamás y, al mismo tiempo, el más domesticado”. Ciertamente, como dice el politólogo alemán, para salvar la democracia es necesario superar el liberalismo estricto y apuntar a un “gobierno mixto” (no oligárquico). Pero, en mi opinión, aún más decisivo es lo que él mismo señala cuando afirma que “la supremacía del Estado y del mercado sobre la asociación humana puede conducir a un sistema democrático que instila un sentido de ‘servidumbre voluntaria’”. Aquí está el quid de la cuestión: fortalecer la asociación humana. ¿Cómo hacerlo? Creo que esta meta requiere un proyecto educativo de alto nivel, profundo y universal, con bases antropológicas y éticas claras y convincentes. Estamos muy lejos de un horizonte de este tipo, pero es urgente avanzar en esta dirección. En última instancia, se trata de “radicalizar” (en el sentido de “ir a la raíz”) la democracia, superando la supremacía de la política. Debemos partir de abajo y de lo primero: las relaciones sociales fundadas en la dignidad de la persona humana y de los pueblos. Política en sentido estricto viene después. Este invierno, el intendente de una ciudad europea -hombre joven, franco, servicial y generoso- que goza de un gran consenso entre sus conciudadanos, me confesó que el secreto de su éxito radica en que no es un político, sino un simple administrador de relaciones sociales. Lo que intenta hacer manteniendo firme el principio de la supremacía de la persona. Ciudad nueva - Noviembre 2020

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