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Página treinta Victoria Gómez
La norma es: todo en común
Escribe el economista Luigino Bruni: “En la Biblia se lee: ‘Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada’ (Apocalipsis 3, 17). Aquí está el gran engaño, la tremenda ilusión de la riqueza en su seductora oferta de autosuficiencia e independencia, con la falsa promesa de que con ella no necesitaremos a nadie. Ni siquiera a Dios”. Trama de vicios y virtudes, en la economía conviven monedas buenas y malas. Solo dentro de las relaciones humanas concretas revelan su naturaleza. Eran monedas las treinta de Judas, beneficio del peor comercio de la historia; y eran monedas las dos del samaritano, en su acción de proximidad. Añade Bruni: “Si cancelamos el
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Ciudad nueva - Octubre 2020
destino universal de los bienes” (los bienes son para todos), “perdemos el significado profundo del vínculo entre todas las personas. Y dejamos de sufrir por la pobreza, condenando a los pobres como culpables”. Chiara Lubich rescata con profecía el dinero y los bienes como medios necesarios para la fraternidad universal. Sus palabras formaron y forman conciencia y praxis de generaciones. Sobre todo, de jóvenes. En particular, de los “Gen”, los jóvenes de los Focolares. A continuación recordamos un pasaje de su exigente intervención en el Congreso Gen internacional, el 25 de julio de 1968. “Revolución significa cambio, reno-
vación desde la raíz. La fuerza de nuestra revolución es únicamente el amor. Pero ¿cómo se concreta este amor en nuestra vida? Nuestro amor no es sentimentalismo, ni entusiasmo, ni tampoco activismo. Es algo muy concreto, que debe expresarse en todos los aspectos de nuestra existencia, de modo que revolucione cualquier acción de un Gen y demuestre que es un joven movido siempre por un ideal. El amor nos lleva, por ejemplo a poner en común con los demás lo que poseemos. Porque es evidente que si amamos a los demás y alguien tiene hambre, le daremos lo que tenemos. Quisiera comunicarles un deseo insistente. Es algo que no creo pueda realizarlo la generación adulta, mientras nutro la esperanza de que su generación pueda hacerlo. Desearía verles a ustedes, Gen, siendo capaces de realizar el ideal de Jesús tal como lo hacían los primeros cristianos. Ellos ponían todos sus bienes en común, aunque no era obligatorio hacerlo. Desgraciadamente, los cristianos de hoy piensan más en su no obligatoriedad que en imitar a los primeros discípulos de Jesús. ¿Qué deben hacer los Gen? No detenerse en lo estrictamente obligatorio, sino prestar atención a lo que Dios quiere. Lógicamente, si alguno no se siente con fuerzas para hacerlo, no hay que juzgarlo... Pero ésta no debe ser la regla, sino la excepción. La norma es poner todo en común. Comprenderán que si esto lo hacen los miles de Gen en el mundo, será una revolución. ¿Quién ha visto alguna vez algo semejante? ¿Quién piensa en poner su dinero en común y formar un pequeño capital a disposición de quienes lo necesitan, como hacían los primeros cristianos? Pues bien, a este estilo de vida queremos volver. Ésta es la revolución que queremos hacer. A nosotros ni el capitalismo nos gusta, ni el comunismo nos gusta. ¡Nos gusta el cristianismo, el capital de Dios! Contribuiremos así a realizar el sueño de la encíclica Populorum progressio, en la que el Papa Pablo VI, con una visión profética del mundo, afirma la necesidad de que todos los pueblos formen una única comunidad, donde los bienes se pongan en comunión”.