Pasión Cofrade
Cofradía de la Piedad en Santa Marina de León Salve, nos muestras a Cristo-El Señor y el Amigo… (Del himno Akathistos a la Virgen, siglo VII)
C
uando transcurran años o décadas y eruditos e historiadores recopilen la memoria de las cofradías actuales, sin duda indagarán sobre los motivos que alentaron su creación y la conservación de sus símbolos. Hoy se recurre a atribuirlos a cambios de mentalidad de la sociedad, transformación de creencias, evolución de gustos y estilos artísticos en su caso. El hecho de que las clasificadas como penitenciales se orientaran hacia un fin derivado de corrientes ascéticas (Cristo crucificado) las circunscribe a funciones de Semana Santa. Esta restricción cronológica y litúrgica no se manifiesta tan uniforme respecto a las múltiples advocaciones hacia su Madre: Dolorosa, Angustias, Soledad, Piedad, etc. La estabilidad que adquirieron las penitenciales a partir de las supresiones de fines del siglo XVIII, ha influido para que se haya consolidado dicha denominación. Para comprender la trascendencia de unas y otras se las ha de valorar bajo el doble prisma de su proyección material y espiritual. Para este fin nos servimos de la titulada de la “Piedad y Ánimas del Santo Malvar”, una de tantas que se constituyeron durante su época de esplendor barroco y que hoy nos sirve casi como pieza arqueológica para constatar una singular devoción a la Virgen de la Piedad y a los pobres. Por otra parte, fue fundada en un entorno
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Semana Santa • León 2018
La situación de depresión del siglo XVII español cuando se trata de la esfera política y social, que contrasta con una contemporánea religiosidad popular manifestada expresamente por el número de conventos, cofradías, dotaciones piadosas, construcción de ermitas y erección de humilladeros
que no era parroquial propiamente, ni monástico como había sucedido con tantas otras que son bien conocidas para los lectores de esta revista. En efecto, cumplió una triple función: penitencial altruista implorando sufragios por los pobres, dar culto patronal a la Virgen de la Piedad y de colaborar en la obra de misericordia consistente en dar sepultura dignamente a los indigentes. Su proyección es más completa que la devocional del Rosario, (fundada en el convento de Santo Domingo por Catalina Pimentel en 1541) la de San José o cualquiera de las muchas parroquiales de ánimas surgidas en el mismo siglo XVII. Es notoria la situación de depresión del siglo XVII español cuando se trata de la esfera política y social, que contrasta con una contemporánea religiosidad popular manifestada expresamente por el número de conventos, cofradías, dotaciones piadosas, construcción de ermitas y erección de humilladeros; en dicho siglo se canonizaron no menos de diez santos hispanos. El estado de nobleza, aunque decrépito, se manifiesta en ostentosos enterramientos lapidarios que solo encuentran parangón en el interior de los templos: “que la muerte de tantos fieles les acarrea cada día para fundaciones de aniversarios y capellanías” (Pedro Fernández de Navarrete, Conservación de monarquías y discursos políticos). La plebe ha de conformarse con una sepultura en el propio suelo del templo o del atrio y exterior. Quedaba excluida la clase más baja, los pobres, que no tienen quien pague sus exequias y sepultura; en este colectivo se fijó Pedro Villafañe, un clérigo que fundó esta cofradía de la Piedad en el año 1663 e instituyó una fundación de misas; seguramente tuvo vinculación con el Hospital de San Antonio, dado que éste era subsidiario de la Catedral. En el Hospital terminaba sus días el colectivo de desamparados, por lo que su cementerio acumulaba el mayor número de enterramientos de la ciudad; un gran contraste con el anejo convento de Dominicos, sede del ostentoso cenotafio del obispo Juan Quiñones de Guzmán. Sin embargo no se sustrajo nuestra cofradía a que el dictamen que se emitió para la aprobación de la segunda regla en 1763 >