Nueva ora marítima
/Diego Ropero-Regidor /
Hasta mí llega el querubín, la fragilidad propiciatoria aprendiendo el trino de los vencejos adultos. ¡Oh, criatura, que te cobijas en la cuenca de mi mano junto a los tiestos de helechos y aspidistras, pero insistes en escapar, a pesar de la dulzura del jazmín, inconsciente de los peligros que te acechan! Estás creciendo en la inclusa del sentimiento. No sé si echarás de menos la albura del nido primero o el jolgorio bajo el cigüeñal que domina el cielo, cuando la luz anaranjada de la tarde sobre la marisma es preludio de alas en silencio, replegadas sobre sí mismas, ajenas al ruido, donde principia la ilusión de una nueva ora marítima. Será, pues, el destino el que marque tu proeza, y en el largo y cansino periplo a otras latitudes no añorarás mis desvelos hasta la próxima primavera.
La deriva de los insectos El miedo a la oscuridad hace sucumbir la respiración a los insectos que, ajenos a la desazón, recorren las autopistas y los troncos de los árboles en la selva amenazada por los depredadores. El miedo lo inunda todo, hasta el despertar a la incertidumbre, y poco importa la deriva de la historia maniquea del mundo. Sí, el mundo y sus miedos se confabularon como si de un cuento de Edgar Alan Poe se tratara: “Aquí vivió un archivero que, a ratos, ejercía el oficio de poeta”. No hay ya vuelta atrás ni una posible reconciliación con aquellas voces que insinuaron la ansiada respuesta liberadora que quedó a medio camino entre la desesperación y el quebranto.
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