OCTAVIO C. VELASCO
WE´LL ALWAYS HAVE MAZAGÓN
Podrán quitarnos todo, menos la esperanza de alcanzar el bien personal y común. Para luchar por ambos nos educaron en casa, en la escuela y en la iglesia. En la calle se aprendía lo bueno y lo malo, claro es, pero convenía decantarse hacia el bien antes de meterse en problemas. Hasta en los primeros trabajos de cada cual, hubo que decidir pronto de qué lado estar. Los referentes podían ser los padres, los abuelos, los hermanos, los tíos, la seño, el cura, el primer patrón o el profe –o la profe- del insti. Unos más, otros menos, entre unos y otros te encaminaban hacia el bien común. Hasta los malos referentes, con su mal ejemplo o sus malas acciones –esto lo veías más tarde-, mostraban por dónde no ir o qué no hacer para encaminarse hacia el bien. Vamos que, antes o después, se caía en la cuenta del famoso “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Así me consta y nos consta a muchos, aunque siempre hubo quienes se encaminaron únicamente hacia el provecho personal, y hasta extraviaron el camino. Y hoy en día, también. Me consta -nos consta a todos- que sigue siendo así, se sigue educando para alcanzar el bien, entre otros valores importantes. Este es el secreto de una sociedad, transmitir los mejores valores a las nuevas generaciones. Sin embargo, la sociedad de consumo nos ha traído muchos comportamientos tendentes al individualismo y a la insolidaridad. Es el vive ahora, date buena vida tú, que lo demás y los demás no importan. Es el Carpe diem de Horacio mal entendido -no el clásico dejar para mañana las preocupaciones de mañana-. Cierto es que no son mayoría, pero sus actitudes nos afectan a todos. Por eso, no se comprenden –ni se
deben tolerar- los comportamientos de los ‘covidiotas’ en los países afectados por el coronavirus, ni en nuestras ciudades y pueblos. Parece que se impone el ‘Disfruta ahora y pasa de todo, que solo importas tú’. Qué ocurre con los que han muerto ‘sin tener cumplido’ -como se decía antes-, con el día a día de los que han quedado con secuelas -acaso de por vida-, con los que han perdido el trabajo o a quienes les sobrevino la ruina de sus negocios y actividades, con la movilidad de las personas… Y así, un largo etcétera que nos afecta a todos, más pronto que tarde, y quizá de un modo irreversible… Cómo chirrían y cómo duelen las actitudes y los comportamientos de los ‘covidiotas’ –este término acuñado en EEUU, según el Diccionario histórico de la lengua española, es un calco estructural del inglés ‘covidiot’, voz atestiguada en esta lengua desde 2020 en la prensa y ésta, a su vez, de ‘covid’ e ‘idiot’, hace referencia a la ‘persona que se niega a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio de la Covid-19’, y que, por tanto, pone a otros en riesgo-. Comportamientos y actitudes como el de “¡Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual!” –hace años sacado de los estadios de fútbol, cuando se permitía consumir alcohol, y ahora tan presente en calles y plazas- y otros muchos parecidos de los ‘covidiotas’ (se verá si la palabra se consolida en castellano). No obstante, hechos de este tipo relacionados con el incumplimiento de las normas de prevención, higiene y promoción de la salud ponen en riesgo la vida y la economía de todos. Y evidencia que vivimos en una sociedad de consumo que solo valora el aquí y ahora. Ni se educó antes así, ni se educa ahora así. Frente a ellos, fruto amargo de esta sociedad consumista, solo cabe la resiliencia común y mantener una actitud similar a la que Rick Blaine (Humphrey Bogart) comparte con Ilsa Lund (Ingrid Bergman) en “Casablanca” (1942): “We’ll always have Paris” –“Siempre tendremos
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