Madrid romano: nuevos puntos de vista Carlos Caballero Arqueólogo La búsqueda de unos míticos orígenes romanos para la ciudad de Madrid alimentó decenas de trabajos desde que la villa se convirtiera en capital de España en 1561 y fuera para muchos una necesidad imperiosa encontrarle a la ciudad unas raíces remotas. Se entendió siempre que Madrid había de corresponderse con alguna de las ciudades romanas mencionadas por las fuentes, y así se equiparó primero con la Mantua ptolemaica, identidad que se consagró al ocupar un lugar en 1656 en el frontispicio del plano de Texeira (Madritum sive
se desplazó a ese lugar el emplazamiento de la Miaccum antoniniana. A estos indicios iniciales tampoco se unieron muchos más en el primer momento de expansión de la arqueología madrileña, ya en el siglo XX, coincidiendo con el funcionamiento del Instituto Arqueológico Municipal capitaneado por José Pérez de Barradas y nacido como consecuencia natural de los trabajos acometidos por él junto a Obermaier y Wernert. El intenso control llevado a
Cenicientos. Piedra Escrita
Mantua carpetanorum urbis regia), y más tarde, fue relevada por la identidad con la Miaccum del Itinerario de Antonino. Durante siglos, sin embargo, la investigación arqueológica respondió a tan tenaz empeño con unos resultados ciertamente parcos (de Carrera, 1994): apenas algunas inscripciones embutidas en muros del casco antiguo, un presunto miliario junto a la Puerta de Moros y, más recientemente algunas cerámicas recuperadas en el entorno del núcleo primigenio de la ciudad, en las cercanías del Palacio Real. A finales del XIX, con los inicios de la arqueología en Madrid, se obtuvieron las primeras noticias sobre la villa romana de Carabanchel, en la posesión de los Montijo, y
nº 3, diciembre 2006
cabo por este equipo en las explotaciones de graveras y areneros del bajo Manzanares, alimento infinito de la voraz ciudad en expansión, aportó un sinfín de valiosísima documentación para el conocimiento, fundamentalmente, del Paleolítico y la Edad del Bronce madrileños, pero tuvo mucha menor incidencia en el mundo romano, donde sólo se conocieron con detalle los yacimientos de Villaverde, Cantarranas y la Casa de Campo. Poco a poco, sin embargo, una vez salvado el colapso provocado por la guerra, y gracias primero a los sucesores de Pérez de Barradas en el Instituto y después al esfuerzo de la Universidad y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la
El Nuevo Miliario
37