246 posibilidades de la tecnología, ya que mediante el conocimiento de la manera en cómo funcionan los gadgets y dispositivos electrónicos (que el mercado ofrece como cerrados), es posible diversificar sus terminaciones y usos, desbordarlos y volverlos incompletos, siempre abiertos a la recreación:
Porque por encima de todo, el hacking es un “hacer”. Hacer cosas con código, con máquinas, con palabras, con conexiones, con intervenciones, con cuerpos. Y hacerlo por el placer de lograrlo, llevar más allá la potencia, abrir nuevos espacios de ensayo. La ética hacker está marcada por la potencia de las redes de extender las posibilidades de hacer a otros, a cualquiera: “basta de manifiestos y viva los manuales de instrucciones”, dice la nueva consigna (Rovira, 2016, p. 97).
Así, de la lógica del Do It Yourself (DIT por sus siglas en inglés o hazlo tú mismo) adoptada y reelaborada por los hacktivistas, (en un claro giño con la práctica punk y el No Future), las feministas aportan y reconfiguran estas propuestas. No podemos olvidar que las prácticas de diversas corrientes de feminismo han privilegiado la creatividad y han adoptado a lo largo de historia todo tipo de tecnologías para expresar sus ideas, desde los telares, la elaboración de fanzines, performances, música y ahora el internet, éste como otro territorio donde se desatan nuevas batallas para no perder su potencial de libertad, y donde la soberanía tecnológica se convierte en una de nuestras principales herramientas para poner fin a la dependencia de programas privativos, promoviendo que el uso tanto de software como de hardware libre, que abonen a la auto determinación de las mujeres, trascendiendo al propio ciberespacio, pero siempre en conjunto, es decir, pasando del DIY al DIT (Do It Together, hagámoslo juntas):