Tan pronto como me sentaron, me dieron algo. Era algo nuevo que no había probado en mi vida, pero enseguida empecé a sentirme diferente, como si me estuviera durmiendo y caí en que lo que me tragué era alguna droga tranquilizante. Veía cosas de vez en cuando, pero todo estaba borroso. Recuerdo haber llegado a un lugar parecido a un piso de estudiantes, pero no podía reconocer el lugar. Recuerdo también estar tumbada en algo como un colchón con muelles, los cuales se me clavaban en la espalda. Frente a mí, vi a cuatro chicos medio desnudos, sudorosos. No recuerdo nada más de la noche hasta que me desperté en la calle donde me cogieron. Intenté recordar cómo llegué a ese sitio, pero no me fue posible. No sé si era por el trauma al que mi cuerpo fue sometido o por culpa de las drogas. En cualquier caso, pude ver mis brazos repletos de moratones, mi falda rota y no había rastro de mi sujetador. Mientras miraba mi cuerpo magullado, llegó una señora que me resultaba familiar. Me costó reconocerla, pero me di cuenta de que era mi vecina. - ¡Menos mal! - me dije a mi misma - alguien fiable. No me di cuenta hasta ese momento de que estaba temblando de frío, estaba temblando de terror. - ¡Ay madre! ¿Qué te ha pasado querida? - me preguntó la mujer sorprendida. En ese momento, empecé a llorar como si no hubiera un mañana hasta que me quedé sin lágrimas. No era del todo consciente de lo que ocurría en esos momentos, pero por lo que me contaron después, fuimos a por mis padres para que me ayudaran a denunciar lo que había pasado y después de un largo y abrumador proceso judicial, gané el juicio”. - Esta es la historia de mi vida. - les conté a las chicas y mujeres de todas la razas, colores y edades que nos encontrábamos en el grupo de apoyo - Me ha costado años llegar al punto en el que estoy ahora, y aun así tengo miedo de ir a casa sola. Han pasado treinta años, pero el miedo sigue en el mismo sitio, tan profundamente dentro como el primer día. MADDI ARRIETA –BATXI 1F159