Memorias de Plateros Juan Francisco Arias Reinada Entrevista, agosto-septiembre de 2020 Llegué a Plateros el 15 de julio de 1968, al F33 entrada 2 departamento 1, siendo un niño de 7 años. Anteriormente nosotros vivíamos en la esquina de Obrero Mundial, en un callejón que se llamaba Zamacona, que ya no existe. Mi papá trabajaba en la línea de autotransporte Estrella de Oro. Él se encargaba de lavar los autobuses, y mi mamá trabajaba por su cuenta haciendo reparaciones de ropa con su máquina Singer. Mi hermana hizo la solicitud de habitar en Lomas de Plateros, ¡y se la aprobaron! Ha de haber sido por la intervención del Seguro Social, porque ella fue enfermera y luego fue doctora. Nos trasladamos para allá a trapear el departamento y eso. Toda la familia agarramos el camión en Cuauhtémoc, tomamos la línea “Viaducto Roma Piedad”. Llegamos hasta la terminal, que en aquel tiempo estaba en la manzana i. Mis hermanos y yo estábamos muy emocionados, porque estábamos acostumbrados a un entorno de escasos recursos, y tuvimos una gran sensación de estar en mejores condiciones. Ver las ventanas muy grandes y los edificios bien hechos… Me gustó la Unidad porque era muy amplia, las áreas verdes, las canchas, los edificios de colores, los corredores. Chico de esa edad, fui caminando a la estatua y me perdí, luego ya no sabía cómo regresar al F33. Para mi alivio me encontraron mis hermanas y me regresaron a la casa. Nos cambiamos con mucha esperanza y mucha ilusión. Todavía no estaba el mercado frente al F33. Sólo había un mercado de madera y estaba en La Castañeda. Cuando las señoras necesitaban tomates, chiles, bolillo, queso, tortillas, o “daditos”, que eran tetrapacks de crema Bonafina, nos mandaban a Centenario. Ahí había una tienda llamada Los Cuatro Vientos. Cuando las muchachas iban para allá pasaban con los vecinos y hacían una pregunta que sonaba mágica y misteriosa: “Señora, ¿no va a querer algo de los cuatro vientos?” La gente les encargaba cosas y los niños nos íbamos con ellas.
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