Pasión Cofrade
Arte y Cristianismo Primitivo
Fotografía: Marta Cayón
La comunidad cristiana otorgó, desde sus inicios, una enorme importan cia a la celebración de los denomi nados misterios de la fe. Mediante la recepción del bautismo, hombres y mujeres, procedentes del judaísmo y, posteriormente, de la gentilidad, irán integrando la primitiva ekklesía (Hch. 2, 41-47). La conmemoración semanal del misterio pascual de Jesucristo se consolidará, muy rápidamente, entre ellos como práctica cultual; la cual encontramos atestiguada tanto en la literatura neotestamentaria (Hch. 2, 42) como en la extrabíblica. Así lo en contramos reflejado, por ejemplo, en las famosas Cartas de Plinio el Joven al emperador Trajano: “[los cristianos] se reúnen un día fijo, antes del alba, para cantar a coro un himno a Cristo como a un dios, obligándose recíprocamente bajo juramento…a no faltar a la fe… Después de esto tienen por costumbre el separarse y volverse a reunir para tomar alimento…”. El proceso de rutinización de la confesión del mysterium paschatis Christi, en el marco celebrativo de la liturgia, donde la eucarís tica (conmemoración incruenta del sacrificio redentor de Cristo en la cruz, dentro del banque te de la fracción del pan, y de la proclamación de textos del Antiguo y Nuevo Testamento) se convertirá en su centro neu rálgico, hará emerger la cuestión
teológica acerca de la conveniencia o inconveniencia del establecimiento de espacios sagrados destinados propia mente al culto cristiano. La tendencia aniconista judía (creencia y práctica que rechaza la producción de imágenes de seres divinos) muy presente en pasajes del A. Testamen to, especialmente en el Pentateuco (“no te harás escultura ni imagen alguna de cuanto hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra” Ex. 20, 4), pervivi rá en el cristianismo primitivo. Y, a la vez, se mantendrá en tenso equilibrio respecto a otros pasajes de ese mismo
Testamento que justifican el mandato revelado por Dios, al pueblo de Israel, acerca de la construcción de espacios y lugares dedicados específicamente a lo sagrado. Desde el arca de Noé, símbolo de sal vación para aquellos que se mantu vieron fieles a Yahvé (donde algunos teólogos han visto prefigurada la ins piración de lo que será posteriormen te el templo cristiano) pasando por la Tienda del Encuentro (Ex. 25, 1-40), levantada para albergar el arca de la Alianza (cuyo diseño será también re velado, con máxima precisión, por Dios a Moisés, según el relato de Gn. 6, 1415), hasta la construcción, en piedra y materiales nobles, del magno Templo de Jerusalén, por mandato del rey Salomón, de acuerdo a