POR LA
LECHE Cris Villarreal Navarro
C
UANDO salí esa mañana, me pareció raro que el vecino no hu-
biera recogido su periódico que yacía tirado en medio de la entrada a su cochera. El gringo que se vino huyendo de la actual atmósfera en su país y que es tan rutinario. ¿Estará enfermo? De pronto, al verme los pies al subir a la SUV, temí que llegara a salir en ese momento. Caí en la cuenta de que al quedarme dormida con unos shorts y una playera y levantarme con la idea fija de ir por leche, nomás despertarme había tomado las llaves de la SUV de la mesita y cerrado la puerta de la casa. Ni siquiera me había visto en el espejo y me vi calzada con las viejas chanclas fachosas que utilizaba para andar en la casa. Al tratar de arreglarme el pelo con las manos, advertí el consabido remolino que se me hace en el lado izquierdo del fleco. Por más que todas las noches intentaba quedarme dormida boca arriba para impedir ese estropicio matutino, por la noche el cuerpo buscaba su acomodo favorito y era precisamente de ese lado. Al día siguiente ahí estaban, los
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