CUANDO ME ABRAZABAS A LA ENTRADA DEL CALLEJÓN Al despedirnos, gustaba de poner mi cara cerca de tu corazón y de tus brazos sentía un calor que no me molestaba. Tu calor reposado que sé que también reserva sus denuedos. Era como el de un germinado que crecía con la amistad de los elementos. Un santiamén. Pero entre la infinitud lo destacaría incluso con palabas vedadas. La punta de un alfiler donde cabían más de los ángeles pensados, aleteando de dicha. Luego, me imaginaba contigo con mi cara en tu regazo, solos en un cuarto donde las paredes gimieran (pero ya no de dolor). Ese recuerdo gusta custodiarme como lazarillo cuando en oscuridad me desvanezco. Quizá ya nunca me abraces. Pero a lo mejor lo hagas una última vez. Y yo caiga en tu pecho como en un abismo sin fondo.
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