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MIGRANTE, BISEXUAL Y MADRE
L
a bisexualidad sigue siendo una de las orientaciones sexuales que constantemente está siendo cuestionada incluso socialmente, hay quienes se atreven a disfrazar su existencia calificando a las personas bisexuales como inmaduras, inestables y en una eterna transición entre la homosexualidad y la heterosexualidad. De esta manera, la bisexualidad es analizada desde dos puntos de vista, por un lado, la invisibilidad que recae sobre ella por las dificultades que conllevan reconocerse como BI y por otro lado en el momento en el que se hace visible, es para tratarla desde el cuestionamiento y los estigmas sociales que supone ser una persona bisexual. Cuando a la letra B le añadimos las palabras, mujer, madre, migrante y pobre se abre un abanico de prejuicios y estereotipos de género, y es que en una sociedad en la que todavía las normas sociales se rigen por la heterosexualidad, la desigualdad y la discriminación de género, según sea la orientación sexual de cada persona, siguen siendo muy diferentes para mujeres y hombres. Como toda paraguaya y latinoamericana me crie en un contexto cultural en el que las representaciones sociales de las familias están fuertemente marcadas por la estructura típica y monógama entre una mujer, un varón y sus descendientes, de quienes se esperan que sigan los mismos patrones heterosexuales legitimados por el matrimonio, por supuesto. Desde luego a esta definición tradicional de la familia le falta un ingrediente que por excelencia restriegue aún más otras formas de familia, la religión. Con esta realidad a lo largo de mi juventud se fue forjando mi orientación sexual que, como no podía ser de otra manera, se fue construyendo con lo que se espera de las mujeres: ser madre, enamorarse y formar un núcleo familiar con una sola persona; esa persona tenía que ser un hombre, claro, y todo esto sin tener referencias en mi entorno en cuanto a diversidad sexual y otras formas de familia.
Gehitu Magazine nº 109 30
Lo cierto es que tener relaciones sexo afectivas sólo con hombres en gran parte de mi juventud, no coartaba mi intención de tener esas mismas relaciones con mujeres, sin embargo, esta idea por mucho tiempo solo se encontraba en mis pensamientos y sin posibilidad de materializarlo, pues me paralizaba la idea de que pudieran gustarme otras mujeres porque había aprendido que ese sentir estaba mal. Igual desconcierto me generaba el hecho de haberme enamorado de un chico y que también pudiera hacerlo de una chica, había aprendido de todo mi entorno que lo “normal” es que las mujeres se fijen en hombres. Tardé tiempo en entender, aceptar y reconocer que lo que me estaba sucediendo tenía nombre y se llamaba bisexualidad, tardé tiempo en trabajarme la bifobia interiorizada y me sigo preguntando por qué esta sigla me supone tantas connotaciones negativas, aunque refleja parte de mi historia. Tal vez mi negación interna esté fundamentada en hacernos invisibles, pues el mito sobre la sexualidad sostiene que al estar con mujeres somos lesbianas y estar con hombres nos convierte en heterosexuales… ¿Dónde queda la B? A lo largo de este artículo voy a referirme a mujeres y hombres porque en este margen se sostiene mi experiencia, entendiendo que otras mujeres bisexuales estrechan lazos más allá de lo binario.
11/12/20 11:31